Primero soñé con un paisaje claroscuro, mi conjunto en Bogotá pero con una luz casi que invernal de alto contraste. Yo tomaba fotos y creo que un club de fotografía me estaba rechazando por alguna razón. Me metía en la casa de una compañera de curso en el colegio (la que se fue a Australia, casada en la vida real), la cual quedaba frente a la mía, pero cuando oía la voz del papá a lo lejos salía corriendo. Me asomaba a la ventana de la sala de mi casa. Estaba toda mi familia cantándole el Happy Birthday a mi mamá, y yo quería estar con ellos pese a haber sentido algo de rabia anteriormente, no sé por qué. Entraba atravesando la puerta cerrada (como si fuera un ser incorpóreo) y me reunía con mis papás, dichosa.
Creo que alcancé a despertar un ratito, pero volví a acomodarme. Entonces resultaba en el matrimonio de una niña del curso (la que cumple cinco días después que yo, también casada en la vida real) y la felicitaba justo antes de irme de la fiesta. Había pasado todo el tiempo conversando con otras personas (incluso hablando en contra del matrimonio) y no creía que fuera a poder cruzar palabra con ella. Natalia y yo estábamos contentas de vernos, pero ella me decía algo que daba a entender que me había invitado a su boda por pesar. Yo estaba mal peinada y muy enternecida con ella.
Por último soñé con una animación como de principios de los ochenta (al estilo de aquella de la propaganda de Renault 4, “amigo fiel”). Una voz en off decía que regresar a Bogotá era “como una espuma conocida” mientras aparecía una mujer caminando por una calle del barrio donde queda la casa de mi tía. Entonces, de una alcantarilla que parecía una junta de expansión de un puente, emergía espuma como de Coca-Cola (como la que cae del techo en aquel capítulo de The Big Bang Theory) y a la mujer le daba mucho asco.
En algún punto de esta mezcolanza de sueños se mencionó la palabra “Cavorite”, pero no recuerdo cuándo ni cómo ni por qué.
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