Azuma me hablaba de una agencia de bienes raíces con la que estaba negociando un arriendo. La señora de la agencia (que yo imaginaba como una japonesa gorda de delantal) le había dicho que esperaba que no saliera de vacaciones mientras arrendara el apartamento. Mientras tanto yo pensaba en cómo sería mejor tomarle una foto. Tal vez con la gata. Mirando para abajo definitivamente no. Este hilo de ideas se sentía como si paralelo al sueño corriera un proceso mental lúcido.
Después estaba en la cafetería de pastas que hay frente a mi facultad y me encontraba con Cora, la rumana, para devolverle el libro que me había prestado hace tanto tiempo (Freakonomics, no sé por qué me lo prestó si yo claramente no lo iba a leer). La acompañaba un desconocido. La cara se le iluminaba al verme y me saludaba efusivamente. (Recordemos que Cora en realidad me odia y me condenó al ostracismo en Tsukuba, lo cual a la larga mejoró mi calidad de vida enormemente.)
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