Había salido una noticia según la cual un señor había creado una especie de sintetizador para sus hijos (un niño y una niña), un aparato revolucionario de fabricación casera con muchos botones grandes. Parecía hecho de cajas de cartón, al tacto los botones se sentían como stickers de esos que parecen inflados. Se creía al principio que el inventor había castrado a los niños para que solo se dedicaran a la música, pero luego se aclaraba que no.
Arhuaco y Cavorite se daban a la tarea de emular las propiedades de este instrumento en software. Cavorite creaba los “Cavodrums” (la idea del nombre era mía) y Arhuaco algo relacionado con los instrumentos melódicos. La interfaz del programa de este último tenía bonito diseño (en realidad no; era una cosa noventera fucsia), lo cual era de esperarse porque, claro, él se dedicaba a diseñar interfaces para las cosas que programaba (nada más lejos de la realidad). Yo estaba bajando los programas de ambos a mi computador, pero no podría decir dónde estaba mientras esto ocurría. Sobre mí se extendía el cielo de la tarde, de un azul cálido con nubes ambarinas.
De repente, aunque esta imagen ya no es clara, yo estaba programando algo y Arhuaco me decía que lo estaba haciendo mal. De fondo o en mi cabeza sonaba “Dès que j’te vois” de Vanessa Paradis.