Primero soñé que tenía la nariz llena de caracoles de tierra. Podrían haber sido mocos pero no, eran seres vivos babosos con caparazón poblando mi pobre nariz. La sensación era horripilante y yo no hacía sino tratar de deshacerme de ellos, pero sabía que algunos ya iban más profundo, por allá en la faringe. Tosía y respiraba duro, pero ahí seguían.
Tras interrumpir esa experiencia tan desagradable, volví a dormir y soñé que estaba en París, visitando lugares turísticos (entre ellos unas ruinas subterráneas del Imperio Romano) y escuchando música de acordeón en la oscuridad. Era hermoso. Obviamente no se parecía ni una pizca a lo que debe ser París de verdad.
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