Shangrila

Como era de esperarse, nuevamente he sido víctima de una canción fuertemente anclada a mi cerebro. El descubrimiento del día se llama Chatmonchy y la semana pasada ocupó el puesto 35 en el Tokio Hot 100 con su nuevo sencillo, “Shangrila”.

Creo que el ritmo es lo más pegajoso de esta canción, aunque después de ver el video no se sabe exactamente qué es lo que uno no puede sacarse de la cabeza, si la combinación de percusión y bajo, la melodía sin pretenciones en esa vocecita tierna o las ganas de saltar sobre un tablero de pepas de colores.

Sin embargo no estoy del todo satisfecha. Me encontré esta canción —por accidente, como siempre— mientras buscaba una que me persiguió por meses y cuya letra no recuerdo en absoluto (aunque sí me veo muy claramente tratando de ponerle atención en una tienda en Harajuku… para lo que me sirve acordarme de eso si el propósito original era memorizar un pedacito y así buscarla y bajarla). Lástima que no haya nadie acá que escuche radio y me pueda ayudar si le tarareo la melodía.

[ Shangrila — Chatmonchy ]

Ramas de plástico anudadas en forma de roscón

Fue cuando vi aquella corona navideña colgando sobre el menú del restaurante de la universidad que una sensación sin precedente me invadió: estaba dándome cuenta de la existencia de las festividades de fin de año. Me quedé mirándola con extrañeza, haciendo cuentas para comprobar que no era agosto, ni siquiera octubre. Su presencia no tenía sentido, así como tampoco lo hubiera tenido de ser vista un 23 de diciembre. Fue como si el hecho de estar en Japón hubiera abolido la idea misma de la Navidad.

Es difícil establecer hasta qué punto mi mente se ha reducido a un manojo de caracteres ininteligibles, sin espacio para el color de las dalias del jardín, los objetos sobre mi mesa de noche o el contenido de una conversación antigua. El calendario es ahora un bloque de números cuya única influencia parece ser la desaparición del follaje en los árboles.

Me pregunto si retornar brevemente a Colombia me devolvería las sensaciones olvidadas, los recuerdos caídos que mis interlocutores me remiendan pacientemente en la solapa. No quisiera tener que redescubrirlo todo, como si la casa y la ciudad nunca hubieran existido para esta nueva cabeza que inclusive asegura no haber ido nunca a teatro con quien la escoltara por las calles desdibujadas en el frío después de cada función.

[ Angel — Jimi Hendrix ]

¿Oyes lo que estoy oyendo?

La escena transcurre así:

Después de desayunar algo ligero (generalmente onigiri y cacao), me encuentro feliz echándole un vistazo a la torre de feeds que colecciono casi sin criterio de selección, escuchando “Von hier an blind” de Wir Sind Helden a buen volumen, moviendo la cabeza rítmicamente y deseando (después de años de escepticismo) poder hablar la lengua de la bella y misteriosa señorita K.

De repente…

¿Qué es esa segunda voz detrás de la de Judith Holofernes? ¿Por qué siento que algo no concuerda entre los instrumentos? ¿Qué rayos está interrumpiendo mi perfecta rutina matinal?

¡Oh, no!

Es… ¡¡¡el radioblog!!! O como sea que se llame aquella aplicación demoníaca diseñada para que autor y lector se vean atados en un lazo de amistad musical (¡qué hermoso, estamos sintonizados en la distancia!). Yo diría más bien que su objetivo es que el autor le embuta a uno por los oídos lo que se ha dedicado a escuchar últimamente. Así es como Ricardo Arjona le pone la mano en la boca a Van Morrison, como X-Japan se mete a pegarle pelucazos a Wilfrido Vargas y como se ve rota mi idílica y solitaria atmósfera de ocio frente a una pantalla.

No me molesta en absoluto que me recomienden canciones. Es más, estaré eternamente agradecida con quien me ilumine respecto de la existencia de alguna melodía que no pueda dejar de escuchar, una que me acompañe en la cabeza cuando todo se encuentre en silencio. ¡Pero déjenme a mí la elección de ponerla a sonar o no! Ya tengo una lista entera a la espera, muchas gracias; no necesito más para leer lo que ustedes escriben.

Afortunadamente no son muchos los blogs interruptores, pero cuando tengo el infortunio de toparme con uno el mal genio me devuelve a mi caverna de feeds, donde nadie me está diciendo con qué se debe acompañar cada post. Sobra decir que procuro no volver a acercarme nunca más a los blogs impertinentes; nunca se sabe quién se pondrá a hacerle comer a Stevie Wonder su propia armónica.

[ Wenn es Passiert — Wir Sind Helden ]

Amanecer

Cuando Martín despierta, el sol le da en toda la cara y lo deslumbra.

Cuando yo despierto, el sol le da en la cara al Monte Fuji para que éste me deslumbre a mí.

[ Una muchacha y una guitarra — Sandro ]

The Terminal

Recibo sugerencias sobre actividades a realizar durante una estadía de 12 horas en el Aeropuerto Internacional de Miami. Téngase en cuenta que el período transcurre entre el 31 de diciembre de 2006 y el 1 de enero de 2007.

Mi hermana dice que vuelva a ver The Terminal y tome nota.

[ Die Zeit heilt alle Wunder — Wir Sind Helden ]

Género y sexo

Sofía Acalantide cuenta en esta entrada de su blog en El Tiempo que, según un reciente fallo de la Corte Constitucional,

“Las palabras hombre, persona, niño, adulto y otras semejantes que en su sentido general se aplican a individuos de la especie humana, sin distinción de sexo, se entenderán que comprenden ambos sexos en las disposiciones de la leyes, a menos que por la naturaleza de la disposición o el contexto se limite manifiestamente a uno solo. Por el contrario, las palabras mujer, niña, viuda y otras semejantes, que designan el sexo femenino, no se aplicarán a otro sexo, a menos que expresamente las extienda la ley a él”.

La autora comenta que de ahora en adelante un texto jurídicamente correcto deberá referirse a “los hombres y las mujeres, los niños y las niñas, los ciudadanos y las ciudadanas”. Sin embargo, ¿no acaba de decir el fallo que la palabra “niño” comprende ambos sexos? ¿Acaso la palabra ‘ciudadano’ no figura entre aquellas que “en su sentido general se aplican a individuos de la especie humana, sin distinción de sexo”?

No sé en qué momento empezó esta pugna por hacer de nuestro idioma uno compatible con las necesidades del feminismo moderno. De repente los discursos en los medios de comunicación se han vuelto insoportablemente pesados, haciendo distinciones innecesarias hasta el paroxismo, hablando de ‘todos y todas los y las candidatos y candidatas registrados y registradas’ o tachonando párrafos enteros de arrobas impronunciables para eliminar el supuesto machismo según el cual fue construida la lengua española. Hay que darle visibilidad a la mujer, dicen, pues al hablar de ‘los pobladores’, por ejemplo, se la está excluyendo. Si no se dividen las generalizaciones por sexos (o se les agrega un signo que dé la ilusión de terminación masculina y femenina al tiempo), necesariamente se está hablando sólo de hombres. Ésta es una percepción bastante cerrada de la lengua.

En el español los sustantivos tienen género, lo cual no significa que al pensar en el lápiz, el pan, el banquete o el cielo nos remitamos a ellos como entes simbólicos de la masculinidad, así como la silla, la pelota, la fiesta y la tierra no lo son de la femineidad. Mejor dicho, el género de las palabras y el sexo de las personas son asuntos diferentes. El empleo de ‘nosotros’ como nominativo plural masculino y femenino y ‘nosotras’ como exclusivamente femenino no ocasiona ni depende de la poca visibilidad de la mujer en la sociedad, como Sofía y Florence Thomas creen, sino que pertenece a un ámbito exclusivamente gramatical. Thomas arguye que el lenguaje “refleja y construye la realidad y el mundo en el cual vivimos”. ¿Cómo justificaría entonces la situación a la que está sometida actualmente la mujer en China cuando el chino es un idioma sin géneros?

La verdadera lucha por los derechos de la mujer se encuentra fuera del ámbito lingüístico. Mientras torsos y glúteos sin rostro figuren en primerísima plana por las carreteras, mientras el ideal de una niña sea matarse de hambre con el fin de convertirse en un incentivo para la liberación de fluidos, mientras miles de mujeres callen lo que les hacen sus esposos hasta que mueran a golpes, tratar de desentrañar si denigro mi existencia cuando digo “nosotros” en vez de “nosotras y nosotros”, “el grupo de gente del que hablo” o “nosotr@s” no pasará de ser un esfuerzo tal vez noble, pero sin duda entorpecedor e ingenuo.

[ Any Road — George Harrison ]

Doumo Arigato, Mr. Robotto

¿Nunca les conté sobre el paso de Galactus por tierras niponas, hace ya más de un mes? Yo lo recuerdo cada vez que estoy encerrada en mi cuarto, rodeada de nubes grises, o cuando estoy caminando por ahí y veo las mismas cosas que vi durante aquellos días tan distintos.

Tan distintos. Memorización, kanji, gramática, prohibido salir cuando hay tanto por estudiar, comida en el combini, lamentable digestión de los menjurjes fritos de la cafetería. Las palabras se acaban cuando se acaban las historias, y las historias son susceptibles de acabarse en el más lejano de los países, en la isla de la fantasía eléctrica. Pero esos días… esos días recuerdan las luces enloquecidas de un edificio de gobierno y el sushi paseándose de un lado a otro por una banda transportadora.

Galactus avisó que vendría a Tokio con una antelación que no me permitiría concebir la inminencia de la noticia sino hasta el momento en que sonó mi teléfono y hablé en español, dando direcciones mediocres frente a mi viejo mapa de la ciudad. En la soledad que representa el exilio del estudiante de japonés, la casualidad de una visita obliga a dejar los libros a un lado y saborear el encuentro como si no fuera a ocurrir nunca más, como si al regresar al cuarto se fuera a morir a manos del afilado lápiz olvidado. Más aún cuando anteriormente se ha tenido la errónea certeza de que nunca se conocerá el rostro de un interlocutor de MSN.

¿Cómo podría resumir tantas luces, tantas fotos que no fueron tomadas, las largas charlas y las bebidas que se quedaron en su lata? Me veo dándole la vuelta a Shinjuku, haciendo el inconcebible recorrido Shibuya – Yoyogi – Harajuku – Omotesando – Aoyama – Roppongi – Tokyo Tower, saboreando un helado milagroso frente al río Sumida mientras el sol que ya no existe se pone. Hay pedazos de conversación grabados sobre los lugares que se pisaban al momento. Hay fotos, claro que hay fotos.

He puesto una nueva capa de recuerdos sobre la que quedó después de mi breve y pésima labor de guía turística. Este viernes volví a la roja torre y descubrí el camino correcto de regreso—si tan sólo lo hubiera sabido entonces. Ayer probé el gyudon (arroz con carne de res) del que tanto se hablaba cuando comimos en Yoshinoya. Vi los templos de Asakusa de noche y no quise tomar el tren de regreso hasta no haber comprado ese helado que parece no existir en el resto de la ciudad.

Galactus y yo nos despedimos en la inmensa estación de Ueno. Los trenes de la línea Yamanote arrancaron en direcciones contrarias, llevándonos de vuelta al punto de partida, a la vida de siempre donde las cosas que habían de suceder después sucederían. Un lápiz enfurecido me estaría esperando tras la puerta de mi habitación, exigiendo explicaciones y planas de caracteres—pero eso qué habría de importarme, cuando en tres días había visto mucho más de lo que creí posible para una ciudad interminable y convertido a un contacto en un amigo de carne y hueso (vaya cursi, esta Olavia Kite). Gracias, Galactus*; ojalá algún día nos volvamos a ver.

*Se siente extraño llamarlo por su seudónimo cuando ya se le conoce por su nombre. Sin embargo, por políticas de este blog…

[ It’s Oh So Quiet — Björk ]

Egao

Parecía La Candelaria, pero las calles eran mucho más estrechas, y las casas tenían una pequeña veranda. Después de un inexplicable suceso en el cual se me advertía que en Japón no se podía fumar mescalina porque el aire de acá (de allá, en este caso) no se consideraba sagrado, me asomé por uno de estos porches hacia un cruce de calles empinadas de piedra y un extranjero en auto me preguntó direcciones, pero yo no sabía responder. Entonces una voz conocida irrumpió para dar la información exacta. Cuando torné mi vista hacia él, justo al lado de la veranda, sonreí a más no poder. Y así quedamos; sin acercarnos más, sin musitar palabra, sonriendo con ojos brillantes en lo que sería nuestro reencuentro.

Entonces abrí los ojos hacia la solitaria oscuridad de las tareas por hacer.

[ I Don’t Feel Like Dancing — Scissor Sisters ]

I Don’t Feel Like Dancing

Me gusta cuando la música no es vieja pero suena como si lo fuera. Pongan esta canción de Scissor Sisters entre una de Electric Light Orchestra y una de ABBA y verán cómo cuadra.

[ Peter and the Wolf — Sergei Prokofiev ]

Dead Meat

No sé cómo resulté encontrándome el último lanzamiento de Sean Lennon en YouTube. Yo de él sólo sabía que era el hijo de John Lennon y Yoko Ono, que se parecía muchísimo a ambos y que era más bonito que Julian Lennon. Pues resulta que además de las obvias relaciones de familia real, Sean hizo parte de Cibo Matto, una banda de la que fue fundadora Miho Hatori, quien a su vez hizo la voz de Noodle (la de Gorillaz) durante su primer álbum. En solitario hizo Into the Sun en 1998, y ahora Friendly Fire, álbum al que pertenece “Dead Meat”. Esta canción es una grata sorpresa en vista de que Julian Lennon no me termina de convencer (aunque no es justo comparar a los hermanos como si alguno pudiera reemplazar al papá). Le encuentro a Sean un aire a Elliott Smith, lo cual me encanta, y la extraña melancolía de este tema me tiene simplemente hipnotizada. Cabe anotar de todos modos que al principio la nasalidad de la voz me molestó un poco.

Friendly Fire tiene la particularidad de incluir un DVD en el que los videos de todas las canciones se agrupan en una sola película (aunque creo que de un modo mucho más abstracto que Interstella 555 de Daft Punk). Varios de los cortos se encuentran en YouTube. Si he de describirlos, sólo una palabra se me viene a la cabeza: extraños. Eso sí, la sutil expresividad del rostro del cantante le da un valor agregado a los temas que de por sí reflejan el vacío ante los cuales fueron compuestos.

Me alegra haber tropezado con Sean Lennon, pero tengo la sensación de que los medios no se lo tomarán en serio. No es de extrañarse, sabiendo que lo que la gente desea en realidad es que en el fondo del Cavern en Liverpool se reúnan Julian y/o Sean, Dhani Harrison y los viejos Paul y Ringo a agitar la melena al ritmo del yeah, yeah, yeah. Pero Sean, si bien es un heredero de la familia real, también es un artista con mente propia, y eso lo demuestra en Friendly Fire.

[ Dead Meat — Sean Lennon ]