Sofía Acalantide cuenta en esta entrada de su blog en El Tiempo que, según un reciente fallo de la Corte Constitucional,
“Las palabras hombre, persona, niño, adulto y otras semejantes que en su sentido general se aplican a individuos de la especie humana, sin distinción de sexo, se entenderán que comprenden ambos sexos en las disposiciones de la leyes, a menos que por la naturaleza de la disposición o el contexto se limite manifiestamente a uno solo. Por el contrario, las palabras mujer, niña, viuda y otras semejantes, que designan el sexo femenino, no se aplicarán a otro sexo, a menos que expresamente las extienda la ley a él”.
La autora comenta que de ahora en adelante un texto jurídicamente correcto deberá referirse a “los hombres y las mujeres, los niños y las niñas, los ciudadanos y las ciudadanas”. Sin embargo, ¿no acaba de decir el fallo que la palabra “niño” comprende ambos sexos? ¿Acaso la palabra ‘ciudadano’ no figura entre aquellas que “en su sentido general se aplican a individuos de la especie humana, sin distinción de sexo”?
No sé en qué momento empezó esta pugna por hacer de nuestro idioma uno compatible con las necesidades del feminismo moderno. De repente los discursos en los medios de comunicación se han vuelto insoportablemente pesados, haciendo distinciones innecesarias hasta el paroxismo, hablando de ‘todos y todas los y las candidatos y candidatas registrados y registradas’ o tachonando párrafos enteros de arrobas impronunciables para eliminar el supuesto machismo según el cual fue construida la lengua española. Hay que darle visibilidad a la mujer, dicen, pues al hablar de ‘los pobladores’, por ejemplo, se la está excluyendo. Si no se dividen las generalizaciones por sexos (o se les agrega un signo que dé la ilusión de terminación masculina y femenina al tiempo), necesariamente se está hablando sólo de hombres. Ésta es una percepción bastante cerrada de la lengua.
En el español los sustantivos tienen género, lo cual no significa que al pensar en el lápiz, el pan, el banquete o el cielo nos remitamos a ellos como entes simbólicos de la masculinidad, así como la silla, la pelota, la fiesta y la tierra no lo son de la femineidad. Mejor dicho, el género de las palabras y el sexo de las personas son asuntos diferentes. El empleo de ‘nosotros’ como nominativo plural masculino y femenino y ‘nosotras’ como exclusivamente femenino no ocasiona ni depende de la poca visibilidad de la mujer en la sociedad, como Sofía y Florence Thomas creen, sino que pertenece a un ámbito exclusivamente gramatical. Thomas arguye que el lenguaje “refleja y construye la realidad y el mundo en el cual vivimos”. ¿Cómo justificaría entonces la situación a la que está sometida actualmente la mujer en China cuando el chino es un idioma sin géneros?
La verdadera lucha por los derechos de la mujer se encuentra fuera del ámbito lingüístico. Mientras torsos y glúteos sin rostro figuren en primerísima plana por las carreteras, mientras el ideal de una niña sea matarse de hambre con el fin de convertirse en un incentivo para la liberación de fluidos, mientras miles de mujeres callen lo que les hacen sus esposos hasta que mueran a golpes, tratar de desentrañar si denigro mi existencia cuando digo “nosotros” en vez de “nosotras y nosotros”, “el grupo de gente del que hablo” o “nosotr@s” no pasará de ser un esfuerzo tal vez noble, pero sin duda entorpecedor e ingenuo.
[ Any Road — George Harrison ]