El esfuerzo oculto

Son chinos, j.; las relaciones interpersonales son totalmente distintas y la relación sicóloga-policía es lo más parecido a lo que les dicta su visión del “hidden effort”, pilar del amor en estos países.



Recuerdo claramente el día que Qi Xiang se ofreció a comprarme un ice cocoa de la máquina expendedora frente a la cual se hallaba un señor con cara de pervertido. Yo estaba ahí parada con mis moneditas esperando el momento en que el obstáculo desapareciera cuando mi compañero de clase me dijo que le diera la plata. Al momento regresó con mi bebida. “Me debes un favor”, dijo, como para no quedar tan bien. Este acto marcó la ruptura entre una larguísima temporada malas caras y silencios intercalados con charlas más bien largas que yo no sabía interpretar y el principio de una extraña amistad que se mantiene hasta el momento. Alguna vez me pregunté por qué le tuve tanta paciencia si en mi condición de ‘occidental’ yo debería haber exigido tiempo atrás una respuesta tajante, ya fuera de aceptación o rechazo ante mi acercamiento amistoso. La respuesta surgió al recordar mi experiencia con el esfuerzo oculto.

Minori solía hablar del esfuerzo oculto (traducción literal de lo que él denominara “hidden effort”) como la manifestación por excelencia del amor en Japón. En una sociedad donde decir las cosas directamente es considerado una afrenta y el contacto físico es prácticamente nulo surge la necesidad de expresar los sentimientos de un modo no invasivo. Así pues, las partes prefieren dedicarse a las buenas acciones que enfrentarse y decirse lo que haya que decir de una vez por todas. El camino espiralado que se traza en derredor de la relación naciente no llega a su centro sino muchos meses después de iniciado, y el proceso requiere tanto de astucia para enviar el mensaje adecuado de la forma adecuada como de atención para captarlo y descifrarlo. Esto puede resultar insoportable para alguien que provenga de una cultura donde es necesario mencionar las cosas para que existan, pero una vez uno se acostumbra se llega inclusive a apreciar la sutileza de este modo de actuar. A mí, por ejemplo, me tomó bastante trabajo adaptarme de nuevo a dar muestras de afecto en público después de años de callar y poner mi amor en favores tácitos.

Lo hermoso del esfuerzo oculto, según llegué a entender, es precisamente el hecho de ejecutar las acciones sin mencionárselo al otro. Es como comprar un regalo y ponerlo en algún lugar escondido, esperando el momento en que el destinatario lo encuentre y decida qué hacer con él. Se espera que la otra persona descubra y aprecie que alguien se tomó el tiempo para hacer algo por ella. En otras palabras, el silencio ennoblece la dedicación de parte de la vida al ser amado.

Ahora comprendo que este comportamiento no es exclusivo del archipiélago nipón sino que se extiende a otros países del este asiático, entre ellos China. Al preguntarle a Qi Xiang, que es malayo chino, por el proceso de desarrollo del romance entre los de su etnia, me dijo que alguna vez un primo le explicó pero le pareció tan complicado que dejó de poner atención y ahora no tiene la menor idea. Prefiere quedarse soltero.

Por cierto, nuestra relación ha progresado bastante. Ahora bebemos gaseosa de la misma botella sin que me confiera una larga mirada de dubitativo asco o haga maromas para que sus labios no toquen la superficie contaminada. Beso indirecto, le llamarían a eso acá.

[ Gollum’s Song — Emiliana Torrini ]

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