Guten Taggu

Haciendo uso del Internet inalámbrico en la biblioteca de la universidad, me encuentro cómodamente tecleando en mi hermoso computador sin tildes. El único inconveniente es que no me permite usar ningún programa de mensajería instantánea.

Hoy tuve mi primera lección de alemán. Afortunadamente el acento de la profesora japonesa dista mucho de ser katakana, pero no dejo de angustiarme pensando en el día que llegue a hablarle a alguno de los amiguitos alemanes de Himura y se me rían en la cara porque

  1. agrego vocales al final de todas las palabras terminadas en consonantes
  2. no paro de hacer venias y pedir perdón

Igual la gente en Bogotá se me va a reír en la cara cuando me vea haciendo venias y pidiendo perdón todo el tiempo. Y cuando me pidan demostración de mis recién adquiridas habilidades en el idioma japonés, me quedaré mirándolos fijamente para luego dar una última venia, pedir perdón y huir.

[ Pictures at an Exhibition — Modest Mussorgsky ]

「音声を抑えていただけたら幸いです。」

Esta mañana, cuando salí del cuarto, encontré una notita pegada a mi puerta con cinta pegante. En una esquela de quién sabe qué personaje de anime había escrito un mensaje en keigo (japonés elevado, lenguaje sumamente respetuoso) pidiéndome muy amablemente que controle el volumen de la música en las mañanas debido a que, por estar escribiendo su tesis de maestría, está acostumbrada a dormir de día. El tono de la nota es muy amable, aunque el keigo disfraza de sonrisas toda la rabia contenida.

A juzgar por el hecho de que mi música ya estaba a un volumen mucho menor de lo usual, creo que la culpa la tiene el risible grosor de las paredes. Si Cora puede escuchar claramente las conversaciones de sus vecinas, no tendría nada de extraño que la autora de la carta esté viendo interrumpido su vampiresco sueño a causa de Richie Ray & Bobby Cruz.

Cambiaré los parlantes de lugar. Renunciar a la música—¡Jamás!

お待たせいたしました!

お待たせいたしました。Olavia Kite ha regresado, esta vez transmitiendo desde la capital del bosque, la gloriosa y nunca bien ponderada universidad de Tsukuba, a 45 minutos de Tokio. De nuevo me hallo sin Internet en el cuarto, escribiendo desde la biblioteca. Ya me ardían los dedos de todo lo que quise gritar al vacío y no pude.

Tomar el tren a Tsukuba es como entrar en un agujero de gusano para salir a una dimensión paralela, ajena a Japón pero con su mismo idioma. Todo es espacioso, demasiado espacioso. Hay una cantidad impresionante de restaurantes italianos, inclusive hay una cafetería italiana dentro de la misma universidad. Gracias a la gran extensión que cubre el pueblo, para desplazarse hay que montar en bicicleta o tomar un bus que tarda una eternidad en llegar. Estimo que para mediados de este año tendré unas piernas de ataque con tanta caminata.

Lo extraño de todo es que desde que llegué acá me he visto invadida por una inexpugnable sensación de abandono, como si más allá del bosque que rodea el dormitorio, más allá de los caminitos bordeados por cerezos no existiera más que una vasta llanura desierta. Siento como si el edificio en el que ronca mi nevera heredada fuera el último lugar del mundo, el borde de un planeta plano, una trenza de concreto y grama enroscándose para formar una única incierta isla fuera de la cual los asentamientos humanos son hipótesis.

Este fin de semana voy a pagar más de mil yenes para cruzar el agujero de gusano de vuelta a la loca realidad del archipiélago japonés, comer en Yoshinoya y encontrarme con Marikit y Chee Siang, a quienes extraño más de lo que quisiera aceptar.

[ aviso de cierre de la biblioteca ]

De lejos, de cerca

Imagen tomada del Asahi Shimbun.

De lejos:

Una estudiante extranjera a las afueras de la prefectura de Tokio entreabre los ojos en la que pronto dejará de ser su cama y nota que se mece suave, muy suavemente.
—Por fin tiembla otra vez —reflexiona sin inmutarse—, menos mal no es fuerte.

De cerca:

Un terremoto de magnitud 6.9 en la escala de Richter deja un muerto y numerosos daños materiales en la prefectura de Ishikawa. La víctima fatal, una mujer de 52 años, falleció al quedar atrapada bajo una lámpara de piedra.

[ Drift On — Butterfly Boucher ]

修了式

A veces recuerdo a las niñas cuyas caras observé durante trece años de mi existencia, y como es de esperarse, termino cayendo en la consabida pregunta “¿En qué andarán ahora?”, pregunta que formulada en la compañía correcta puede resultar en conjeturas inverosímiles o una nueva actualización de chismes.

Casi todas mis compañeras de colegio se encuentran en este momento presentando tesis, trabajando, volviéndose grandes y serias. Yo creo que no demorarán en casarse, aunque por ahora tengo entendido que ya van dos con votos firmados, una en Suiza y otra en Australia. Yo me casaría con gusto pero mi edad aún no excede el cuarto de siglo, señal suficiente de que todavía puedo limitarme a recibir visitas en la sala de la casa y hablar por teléfono hasta que se me enrojezcan ambas orejas.

El año pasado, durante las vacaciones de verano, se me ocurrió que si hubiera decidido quedarme en Dubuque, IA, al momento sería una profesional recién salida del horno. Recién salida y gorda como un soufflé. Sin embargo, como no tomé ese camino, ese punto de la historia no contenía a una persona con título repitiendo almuerzo en el Mandarin Garden Buffet sino a la misma persona, sin más título que el de bachiller, asando pedazos de carne del tamaño de una tajada de tocineta y convencida de que aún con los pies en el paraíso su vida no iba a ninguna parte.

Han pasado casi 5 años desde que me quedé mirando a la segunda de la lista, sentada a mi lado, pensando que jamás volvería a verla. La verdad es que resulté viéndola en mi universidad en Bogotá como dos años después pero no nos saludamos. Lo más seguro es que ahora también se encuentre en transición entre las aulas y las oficinas. Mientras tanto yo, Señorita Aburrirse-y-volver-a-empezar, ¿tengo alguna constancia de mi paso por el mundo real fuera de un poema en una publicación anual de la institución de educación superior más antigua de Iowa y los fríos certificados que constatan que me la pasé dibujando a Batman comiendo pollo en las faldas del cerro de Guadalupe?

Pues bien, ¡ahora la tengo!

Hoy llegó el feliz momento de vestirme elegante, pararme al frente del público, dar dos o tres venias y recibir mi diploma de Persona que ha completado un curso intensivo de japonés en Tokio. En la misma carpeta roja con letras doradas se encuentra un certificado de asistencia perfecta y un bono de dos mil yenes con ilustraciones de Peter Rabbit para comprar libros o sacar fotocopias, aún no lo tengo muy claro. Por fin algo de seriedad en esta cara. Por fin una evidencia de adultez, tan necesaria en cocteles y reuniones de exalumnas. Ahora que soy una Persona que ha completado un curso intensivo de japonés en Tokio y jamás faltó a clase, puedo tomarme el mundo.

Yo en el pináculo de la seriedad.

[ Hotel Song — Regina Spektor ]

Primera cosa bella

Esta soleada mañana salí con dos billetes nuevos en la vieja billetera y regresé con una guitarra a la espalda. Que se atenga la soledad.

[ Lend Me Your Comb — The Beatles ]

今日本に住んでいます。

Me he reconciliado con Blogger. Después de años de resignación han reaparecido como por arte de magia los caracteres japoneses en este blog. Es como cuando aterriza la nave en Close Encounters of the Third Kind y baja toda esa gente que andaba perdida desde hace quién sabe cuándo. O no ese momento exactamente, no es algo tan importante y secreto. Más bien sería como la vez que apareció ese arete que andaba buscando por todo lado y resultó estar en la bolsa que guardaba la chaqueta TRON de Himura. O como el guantecito negro que viajó a Colombia y regresó hábilmente camuflado en la maleta ruidosa, aquel guantecito que me había acompañado todas las mañanas al colegio en 11 y que sólo volví a ver cuando seguí el certero y despreocupado consejo de mi papá.

[ Clair de Lune — Claude Debussy ]

El tímpano, esa húmeda ventana japonesa

Es la música, sólo la música, ayer hoy mañana la música.

Es encerrarme en el cuarto y contemplar el vacío desde la cama, olvidar todo arrepentimiento, toda satisfacción, convertirme al primer ritmo que venga como a una fe milagrosa; es romper el corazón hambriento y rellenarlo ávidamente de sonidos que fluyen en avalanchas—nunca es suficiente—nunca es suficiente—

Peleo por la música con uñas y dientes, la devoro con mórbida fruición, la dejo caer por doquiera que camino—no me cabe, no me cabe, no me cabe tanta en el alma. Quisiera dejarla estallar, que volara despedida desde mi balcón, que rebotara en terrenos baldíos y diera de lleno en los oídos de los cerezos. O si no sellar cada resquicio de este cuarto y asfixiarlo de música, que mi cuerpo quedara estrujado contra la ventana de tantas notas juntas y tan poco espacio, que me dolieran los huesos y rascara un pedazo de carne inalcanzable entre las orejas y la garganta, que por los vidrios empezaran a correr ríos irreparables y finalmente saliera dando tumbos sobre el piso, con los ojos brillantes, la respiración agitada y una animal mueca fácilmente confundible con una sonrisa.

Es la música, sólo la música, desbocada en mi sangre, frenética y corrosiva, mañana ayer hoy nunca la música.

[ Bachelorette — Björk ]

Koude

Tarde de primavera. Una ventana cerrada, el cielo azul salpicado de inmóviles gotitas grises. El Monte Fuji se tapa los ojos con nubes, sus blancos hombros aún nítidos tras hileras de cerros y edificios nimios ante su presencia. Hay certeza de la existencia de los ciruelos.

La música invade un cajón que ha aprendido a llamarse hogar. Una mano helada busca refugio bajo las cobijas, entre los muslos… el frío se propaga, es inútil luchar contra él. La compañía sería un buen aliciente, si tan sólo fuera deseada, pero si la elección se basara en las voces que se filtran por los resquicios, se concluiría que en este momento no existe otra voz posible que la de Gainsbourg.

Las palabras siempre fallan. El vidrio ante los ojos no puede traducirse en los dibujos que cubren las teclas de aquella máquina, los que cubren los rectángulos sobre las puertas, los que adornan las resmas de papel brillante que observa con atención el oficinista que se deshace, exhausto, en la silla del tren.

Y el frío, ¿quién hablará del frío? ¿Quién hablará de las flores irreales en las ramas del ciruelo? ¿Acaso la carne reblandecida, la tela desprovista de todo propósito si no puede cumplir su más simple cometido? El mundo que el Monte adormilado se niega a contemplar no logra completar su síntesis en dos dimensiones.

La mano azulada sucumbe al sueño. El azul da paso al naranja, el naranja al violeta, el violeta al negro. De afuera las voces se siguen colando. De este lado, el silencio. El silencio o una voz seductora que ya a nadie habrá de acompañar.

[ Hanky Panky — Madonna ]

Acúsome

Reverendo Koshkat, perdóneme, pues he pecado. Canto con sentimiento canciones de Shakira en el karaoke, “Te quiero mucho” de Naty Botero se me metió por el oído como el gusanito que le meten a Pavel Chejov en Star Trek, finalmente bajé la Gasolina de Daddy Yankee y Atréve-te-te-te de Calle 13, Raffaella Carrà me levanta el ánimo (pero de eso tienen la culpa Maladjusted y La hora chanante), y escucho constantemente una canción de Ana y Jaime (“Para qué”), una de Britney Spears (“Toxic”) y un par de Ashlee Simpson. No contenta con eso volví a bajar canciones de Locomía pese a que me había propuesto erradicar al trío ibicenco de mi vida, y además me gustan dos canciones de Luis Miguel, dos de Fey, una de Alejandro Fernández y varias de las Spice Girls.

De la música de plancha (léase balada romántica de los años 70) no tengo por qué arrepentirme. Y mucho menos de Wilfrido Vargas.

Jack y Maladjusted, es su turno de confesar.

[ Natural’s Not in It — Gang of Four ]