Alguien a quien aprecio va a cerrar su blog, y se siente un poco como la muerte de todos los blogs. Era un blog importante, su dueño era importante para los que lo leíamos. Su desaparición es como si un mundo de narradores de vidas se hubiera estado resquebrajando poco a poco, y el problema —o el cambio de época, más bien— se hubiera podido ignorar hasta que, de repente, se viniera abajo una tajada entera de una montaña. Ahora sí nos enfrentamos al vacío. Si no queda él, entonces quién queda. Entonces yo vengo aquí a escribir porque me resisto a que mi pedazo de roca ruede hacia el abismo también.
Mi blog, como ven, todavía existe; diría que de milagro, pero eso es una exageración. No toma tanto esfuerzo mantener uno, lo cual empeora la culpa por dejarlo abandonado. Pero bueno. Me pregunto si alguien todavía lee esto. En realidad no importa. Cuando empecé a escribir, hace ya millones de años, lo hacía sin público alguno. Luego apareció TOL, nuestra red social cuando no existían las redes sociales. De ahí salieron amigos, conocidos, amores. Quedan aún pedazos (¿las ruinas?) de esos vínculos.
He tenido varias razones para no escribir aquí, todas tontas: saber que no escribo bien, saber que mi vida no es interesante y no tengo nada que contar, saber que no me interesa mucho dar a conocer mi opinión sobre temas de actualidad, temerle a la posibilidad de que alguien tome lo que aquí cuento para diseminar una imagen distorsionada de mí y la gente que quiero (esto ya ocurrió; el temor fue más bien retroactivo).
Ante el anuncio del cierre del blog del que hablo, alguien le contestó a su autor: “Pero por qué ahora si lo peor ya pasó”. Me quedé pensando en eso. Ya no hay concursos de popularidad (explícitos o implícitos). Ya me he aislado lo suficiente de todo el mundo en esta ciudad como para que a alguien le importe mi vida. Ya no existe la posibilidad de saltar del blog al estrellato literario, así que ya no hay por qué sentirse mal si eso no ocurre.
Por alguna razón que aún desconozco hay que seguir narrando la vida, así esta no sea ni remotamente fascinante. Hay un remedo de rutina. Hay una ciudad en la que ocurren las cosas. Hay viajes. Hay recuerdos que vale la pena no dejar escapar, aunque a veces tengo problemas por tratar de encerrarlo todo en mi cabeza.
Este es un post que no quiere decir nada, salvo que pasa el tiempo, todo cambia, uno se vuelve grande y aburrido, pero hay que seguir escribiendo.