2013-07-16 (Keita)

La regla estipula que en un entorno social nuevo no me integraré con el grupo pero haré un solo buen amigo. En este caso, mi amigo es Keita.

Keita, cuyo apellido significa “carmín”, es un japonés cuarentón que se sienta detrás mío en las clases. Para los demás japoneses del curso, este hombre constituye todo un misterio, pues no se conoce bien su oficio y a su edad sigue soltero. Pero la verdad es más sencilla: él es una anomalía del sistema. Arquitecto, antiguo salaryman que decidió salirse del engranaje por no sentirse él mismo, Keita se encuentra ahora en una búsqueda interior —el término en español no suena tan bonito como soulsearching— que lo trajo a esta isla a tomar lecciones de batería, interpretación y actuación.

Empezamos a hablar el primer día de clases sobre alguno de los bizcochos que nos habían dejado de bienvenida. Luego le dije que tenía pura cara de japonés. Para el mediodía ya estaba compartiéndole mi bebida. No sé por qué le cogí tanta confianza de primerazo, tal vez es ese penchant —”afición” no suena ni la mitad de chévere— que tengo por la gente medio rara, pero hoy resultamos enredados en una conversación larguísima después del almuerzo. Al final me dijo que ojalá volvamos a encontrarnos para hablar, y por la noche me sorprendió con un e-mail con clips de anime viejísimo para mostrarme de dónde venían sus gustos musicales.

Por otro lado, hoy debía estar cumpliendo años mi abuelo. Me la pasé pensando en él.

2013-07-15 (Malasada)

La importancia de los viajes exploratorios de Vasco da Gama radica en gran medida en que constituyeron la vía de entrada de los portugueses para esparcir su legado de azúcar, harinas y grasa hasta los confines de la Tierra. Hoy en día no es posible concebir a los pueblos del Asia sin sus magníficas herencias culinarias. ¿Qué sería de Japón sin el tempura y la castella, de India sin el vindaloo? Aunque con bastante retraso, las Islas Hawaiianas también recibieron eventualmente su respectiva dosis ibérica de sacarosa y gluten en forma de dos bizcochos: la malasada y el pão doce.

La malasada es una confección que, en mi opinión, también podría llamarse “bienfrita” dada la cantidad de aceite que llega a absorber. Sin embargo, no difiere en nada de la dona común de panadería colombiana, excepto tal vez por la posibilidad de que la segunda venga con relleno de arequipe. Probé la malasada en una feria local pero todavía tengo que repetir la experiencia en una panadería tradicional que las vende de todos los sabores (por ejemplo, piña —¡qué raro!—). La que comí esta vez era de poi y, aunque esperaba un relleno morado, me salió fue la misma dona con el mismo sabor a dona pero toda morada.

Y ya. También me compré una caja de piña en cubos y unas sandalias cómodas.

2013-07-14 (Lecciones marinas)

En el mar hay un señor coreano con su hijo de por ahí dos años. El niño le tiene un miedo horrible al agua, especialmente cuando las olas golpean la arena y se le trepan. Grita “appa, appa” (“papi, papi”), como dudando por primera vez de la persona que supuestamente lo debería proteger de todo peligro. El papá no se rinde, lo abraza y lo va llevando mar adentro despacio en su flotadorcito de bote. Finalmente el hijo empiza a sonreír, pero entonces el padre, emocionado y convencido de que la prueba ya fue superada, le señala lo lejos que está ahora la mamá en la playa. Al percatarse de ello, el horror se apodera del niño y otra vez se aferra desesperadamente a su padre, “APPA, appa”.

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Un papá americano pone su gran manota sobre la cabecita rubia de su hija y la hunde en el agua de sopetón. Como es de esperarse, la niña estalla en alaridos apenas puede volver a respirar. De la nada aparece entonces la madre, le da un coscorrón en la calva a su marido y se lleva a la pequeña traumatizada a tierra firme agarrándola del brazo.

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Había una parte de la playa donde el mar se veía bien azul, azul ártico. Me metí. Entendí al instante por qué no había mucha gente en ese lugar. Bailé el jarabe tapatío en cámara lenta buscando una superficie que no fuera filuda. Intenté salirme. El mar me jaló adentro. Decidí entonces dejarme llevar. Una ola llegó y me pegó un manotazo de oso. Quedé tendida boca abajo en la arena cual náufrago a los pies de un viejo turista que a todas luces no halló en mí trazas de Ursula Andress. Me levanté y me fui cojeando.

2013-07-13 (Manoa Sunrise)

El mejor lugar del mundo es un cuarto esquinero rodeado de montañas y atravesado por el viento que huele a mar.

El mejor lugar del mundo es donde estoy yo ahora.

2013-07-12 (Poi)

A partir de hoy todo cambia. El mar queda lejos, al otro lado de las montañas que ahora me rodean. Ya no tengo que tomar el bus para ir a la universidad —lo cual está bien dado que ya tuve la bella experiencia de viajar al lado de un indigente cubierto de arena—. La visita de mis papás termina y quedo sola. Fue bonito tenerlos al lado, aunque por mis clases no pudimos hacer casi nada juntos.

De despedida fuimos a un restaurante típico hawaiiano con fotos autografiadas por celebridades ochenteras en las paredes y nos devoramos todo lo que nos sirvieron —oh, kalua pig, ¡oh!—. Recordé de repente que la primera vez que vine a Hawaii llegué con el firme propósito de probar el poi (papilla de ñame, alimento básico de la Polinesia) porque lo mencionaban en un especial de The Baby-Sitters Club. Fue esa primera exploración la que nos condujo a este festín.

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Cuando vine a ver esta casa por primera vez —para ver si sí o si no, aunque realmente no había más opción— me recibió un arco iris sobre las montañas doradas. No creo que haya un mejor signo que ese.

Tras despedirme de mis padres, fui a hacer unas compras y para el regreso tomé el bus en dirección equivocada. Después de pasear mucho no sé por dónde, llegué tardísimo pero la pareja que vive en el primer piso me recibió con puré de kalo (ñame), ensalada con mucho ajo y pulpo en kimchi. La cosa pinta bien, sí que sí.

2013-07-11 (Resentimiento en Waikiki)

Las parejas de japoneses recién casados cogidos de la mano. Las jovencitas con flotadores fosforescentes gigantes. Las familias de piel enrojecida goteando agua de mar. Los minibuses con letreros en chino. Las imitaciones del tranvía de San Francisco. Los coreanos bronceados. Las niñas rubias de piel tostada en bikini beige. Las amigas japonesas vestidas igual. Los surfistas. Las piñas. Los vestidos largos y vaporosos. Las gafas oscuras. Las pavas. Las bolsas de compra. Los parasoles amarillos y rojos. Todos los azules. La luz. El ruido.

Y yo tengo que pasar la avenida Kalakaua rauda, como si nada, porque después de la tutoría tengo que estudiar.

2013-07-10 (Taquigrafía)

Piña, coco, nuez de macadamia, café, guayaba, maracuyá. Piña, coco, nuez de macadamia, café, guayaba, maracuyá. Piña, coco, nuez de macadamia, café, guayaba, maracuyá.

(Aquí el maracuyá se llama lilikoi. Es el nombre de fruta más bonito del mundo.)

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Un traductor consecutivo debe tomar notas para poder reproducir los discursos sin necesidad de interrumpir al orador constantemente y darle algo de alivio a la memoria. Por lo tanto, en el curso nos toca aprender símbolos y abreviaciones y hacer dictados a la velocidad del rayo. Al parecer soy muy buena para estas actividades secretariales de retención y reproducción de información porque me gané las felicitaciones de la profesora y un montón de exclamaciones de admiración de mis compañeros. No obstante, los halagos tempranos son peligrosos porque lo hacen a uno propenso a dormirse en los laureles. Esto lo aprendí de America’s Next Top Model.

Pensar en estas cosas me hace recordar que mis abuelos se mandaban mensajes románticos en taquigrafía cuando eran novios.

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Empecé a dar tutorías de español a una mujer llamada Linnea. Me parece uno de los nombres más bonitos que haya escuchado, y ella –una kama’aina que vivió 10 años en San Francisco y se dispone a volver allá– es hermosa como su nombre. Lástima que no la voy a ver mucho porque el lunes ya se va. Nos encontramos en un café donde parecían haberse dado cita todos los turistas de Japón, vaya usted a saber por qué. Me demoré un montón haciendo fila para pedir una bebida de café, nuez de macadamia y coco.

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Por la noche me comí mi primera piña hawaiiana. Era dulcísima, jugosísima, exquisita. No sé qué más decir, salvo que quiero seguir comiendo toda la piña que pueda por siempre jamás.

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El hotel no tiene piso 13.

2013-07-09 (ロコモコ)

Fui a una de las cafeterías de la universidad y pedí locomoco, un plato típico hawaiiano muy popular en Japón que contiene arroz, carne de hamburguesa, huevo frito y gravy. Los japoneses vieron mi almuerzo y sacudieron sus cabezas. Había caído en la típica trampa del turista japonés de idealizar una comida gracias a su versión nipona y ahora me disponía a reventar la burbuja de la ilusión. Creo que en ese momento me vieron cercana a ellos.

El próximo paso es ir a Italia y darme cuenta de que no existen ni el doria ni la pasta con tarako.

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Dormí toda la tarde después de clase. La playa se antojó inalcanzable para mi cerebro derretido. Me pregunto si estoy desperdiciando mi tiempo teniendo el mar en las narices sin haberlo tocado ni una sola vez.

Al cabo de un par de horas, me despertó un sonido de tambores y voces amplificadas. En la terraza de un hotel a dos cuadras estaban haciendo un show de piruetas polinesias con fuego. Desde mi balcón solo se veía un par de chispas girando a toda velocidad. El ruido era fuertísimo y se distinguían claramente los “arigatou gozaimaaaaaaaaaaaaaaaaaasu!”. ¿Ofrecerá el hotel un espectáculo similar en versión inglesa? A juzgar por todo el japonés que se alcanza a leer y escuchar en Waikiki, eso es lo de menos.

2013-07-08 (Primer día de clase)

Se siente un poco raro levantarse temprano, alistarse y salir a coger un bus para ir a estudiar. A estudiar. Más raro aún es ver que la gente alrededor lleva vestido de baño, toalla y flotador —a las japonesas les encantan los flotadores— mientras que uno lleva un morral a la espalda y va más o menos arreglado.

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“Are you the one who flew from South America?”

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Las traductoras de español (no hay hombres para este idioma) somos una panameña, una mexicana, una venezolana, dos de Estados Unidos y yo. A la venezolana le caí bien al instante solo por ser del país de al lado —aunque ella lleva más de 20 años viviendo en Maui—, pero los que más me hablan son japoneses.

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Primera impresión (introducción al curso): ESTO ES LO MÁXIMOOOOOOO.

Segunda impresión (primer ejercicio de traducción simultánea): YO POR QUÉ ME METÍ EN ESTE MARTIRIO PUDIENDO TENER UNA VIDA NORMAL.

2013-07-07 (Pearl Harbor)

Japón intentó invadir Estados Unidos en una isla donde ahora los nipones se doblegan y entregan toda su plata a los americanos sin pensarlo dos veces.

Estados Unidos buscó defender su soberanía de la manera más radical posible por una isla donde ahora los letreros están escritos en japonés.