Érase una vez, en un lejano reino binario, una señorita quien a falta de mejores cosas que hacer se dedicó a mantener un blog dentro de una comunidad de nombre inglés. Lo mantuvo con amor y un poco de obsesión, dándole retoques cada vez que fuera necesario y llenándolo de cuanto código nuevo apareciera en la página principal de la singular comunidad.
Un día como cualquier otro, la señorita decidió abrir un clan. Las razones para hacerlo no fueron suficientes; tal vez quiso un bonito icono al lado de su nombre, tal vez quiso tener la sensación de que el fruto de sus largas horas de ocio tenía algo en común con otros frutos de la misma índole. Dio a conocer su idea pese a una notoria falta de preparación… y una pequeña cantidad de dueños de páginas se acercó a su naciente clan, llamado Boulevard des Rêves.
Pasó el tiempo, porque una de las poquísimas cosas que sabe hacer éste es pasar. Eso y detenerse diez minutos antes del fin de las clases aburridas. Por razones poco claras, la señorita retiró su página de la comunidad, y por consiguiente abandonó su clan. Sin embargo, el tiempo transcurrido fue más fuerte que su voluntad de enclaustramiento virtual, forzándola a regresar. La reaparición en la comunidad se pudo calificar como algo ‘normal’, como todo aquello que nos negamos a describir ante una evidente falta de emoción circundante. No obstante, el clan que la señorita había dejado al cuidado de su cofundador se convirtió para ella en una entidad extraña, carente de cohesión. ¿Qué clase de identidad tenían los miembros del Boulevard?
Pensando en esto, la señorita dejó pasar más tiempo, convencida de que más tarde arreglaría la situación en el clan abandonado. Pero, ¡qué gran desilusión! Nunca hubo tal arreglo. La señorita, en cambio, pasó algunos días sentada frente a la lista de clanes existentes y pensó en todo aquello que convertía a sus miembros en merecedores de tal título.
—Claro —razonaba ella consigo misma —, si ellos han pasado gran parte de sus vidas juntos, ¿cómo no ser clan? Jamás podría pertenecer allí. Tampoco de ellos; no tengo ese estilo que exuda autoridad y refinamiento.
Así se durmieron sus antebrazos bajo el peso de su barbilla, de sus labios fruncidos en una mueca que terminaba en los sorprendentemente estables aunque pequeños codos. No había solución para este asunto tan nimio. Pertenecía y no pertenecía al mismo tiempo; pertenecía por códigos insertados, pero no pertenecía, no lograba pertenecer así lo intentara en ocasiones. Todo por simple falta de… ¿de qué?
—Así me saldrán callos en los codos —, se reprochó ante una ligera punzada. Se incorporó en la silla y procuró reflexionar sobre alguna otra minucia.
SUENA: Living in America — James Brown