No ha pasado un minuto desde que apoyó su cabeza sobre mi hombro y ésta ya se siente pesada, casi pendiente de mi clavícula. No puedo ver qué cara hace cuando duerme. Tal vez algún día llegue a saberlo.
[ 7/29/04 The Day of — David Holmes ]
Vida, obra y milagros de Olavia Kite.
No ha pasado un minuto desde que apoyó su cabeza sobre mi hombro y ésta ya se siente pesada, casi pendiente de mi clavícula. No puedo ver qué cara hace cuando duerme. Tal vez algún día llegue a saberlo.
[ 7/29/04 The Day of — David Holmes ]
[ Don’t Let Me Be Misunderstood — Santa Esmeralda ]
De esta manera, para no perder la tradición, Olavia Kite postea exactamente en el momento en que debería encontrarse haciendo una tarea.
“Olavia Kite: Buenas, ¿cuánto vale la Pony Malta grande?
Señora: $800.
OK: ¿$800?
S: Sí, pero la pequeña. La grande no se la vendo porque estoy en hora de almuerzo.
(Aquí transcurren dos segundos en los que Olavia se pregunta qué rayos tiene que ver la hora del almuerzo en una tienda visiblemente exenta de clientes con una venta que, aunque humilde, representa cierta ganancia. Mientras tanto le señala a Himura una almojábana marca Topotoropo.)“ —La imposible Pony Malta, marzo 30, 2005.
Ahora bien, necesito que alguien me explique cómo en esta vida una tienda puede ensañarse con un ser humano inocente que lo único que le ha pedido ha sido un par de productos que supuestamente se hallan a la venta. ¿Creen que la señora se negó a venderme las almojábanas? No. Sucedió algo peor: las doradas piezas, envueltas graciosamente en su paquetico inofensivo de vaquita sonriente, estaban cubiertas de hongos.
Ahora sólo me quedan algunas dudas…
[ Little Sister — Queens of the Stone Age ]
Me dijeron que ella era Salida.
La observé mientras curioseaba entre los cómics de la Librería Francesa. No intenté detallarla ni buscar un rasgo sobresaliente enfundado en la chaqueta bonita; mi mente sólo pugnaba por conciliar la imagen que de ella se había formado a partir de posts y la persona que me señalaban como autora de aquellas letras. Cuando saludaba y sonreía arrugando la nariz, las dos Salidas se fundían en una. Cuando tornaba su mirada hacia los libros, se separaban de nuevo.
Creo que si algún día vuelvo a verla, volveré a sentir lo mismo.
(…)
Bajé Up, Up and Away, de The Fifth Dimension: música digna de Melodía Estéreo. Ahora, cada vez que la oigo me siento en un almacén por departamentos en 1981 con el peinado de Farrah Fawcett y una blusa plateada con prendedor de brillantes en el cuello.
[ Life on Mars — Seu Jorge ]
Capturé mi sonrisa favorita.
Ahora la podré observar de manera enfermiza durante el tiempo que no la tengo cerca, y hacerme esas preguntas estúpidas que uno sólo se formula en aquellos casos especiales de los que uno espera huir hasta que se da cuenta de que, irremediablemente, cayó.
Neteimasuka?
[ Quelqu’un m’a dit — Carla Bruni ]
Todo puede suceder cuando la música es buena.
Todo debe suceder cuando la música es buena.
En este momento, la música es buena.
[ Somebody to Love — Jefferson Airplane ]
Nunca había visto una mirada como la suya, explorándome de esa manera apenas me rendí ante las únicas palabras suyas que no recuerdo. Sus pupilas se habían convertido de repente en agujeros negros, tratando de devorar la última onda de luz reflejada sobre mi piel, cada protuberancia, cada pliegue, cada cavidad.
—¿Todo esto es mío? —exclamó con aparente inocencia.
Hubo un silencio breve mientras se dibujaba una leve, seductora sonrisa en su boca.
—Sí… —me oí decir.
Extraviada en la ternura que ingenuamente percibí en su voz lo dejé escribir su nombre en mi pecho con un pincel negro. Inmediatamente, para mi confusa sorpresa, se dispuso a reteñir aquellos burdos caracteres con las uñas. No entiendo por qué, arrobada por la emoción, le permití apoderarse de mí y marcar lo que ahora le pertenecía —ya lo había afirmado —. Lo dejé trazar con el pincel el contorno rosáceo e instantáneo de su mano sobre mi espalda, sobre mis mejillas. Lo dejé saborear el jugo ferroso de mis labios amoratados y lavarse las manos con mis lágrimas.
—No dejaré perder nada suyo. Usted es toda mía; pronto seremos uno —, decía suavemente mientras sus dientes distraían alguna incognoscible preocupación con mis uñas.
—Tenerlo todo no es suficiente —me informó usted finalmente —. No se puede pensar que se lo tiene todo si sólo se tiene lo bello. Quiero sus defectos también.
—¿Por qué?
—Porque nadie se da cuenta de lo que estos encierran. Todos los esconden, los descartan, los ignoran. Pero yo ya le dije, la amo y la amo toda. Usted es más bella cuando no hay que compartirla.
Así empezó una serie de pequeñas y dolorosas incisiones que, uno a uno, se han ido llevando todos mis lunares. Casi inconsciente lo observo e intento preguntarle por qué. Pero usted, masticando lentamente, ya me lo ha dicho.
Sada Abe aderezó con su propia salsa el sukiyaki que recibió en el hotel donde transcurrió aquella semana de desenfreno y se lo dio de comer a Ishida. Al final sería él quien terminaría devorado. No había sido suficiente tener su vida dentro de sí, su sangre bombeando desesperada como puñetazos hacia una puerta, explotando en un torrente de rabiosa espuma dentro de sí. Para hacerlo suyo, era necesario despojarlo de sí mismo, acabar con él.
Tiempo después apareció la policía en la habitación de aire denso, algo rancio. Había algo escrito con sangre sobre el torso del cadáver tendido en el piso. La opaca y fría piel era un pergamino hermoso cubierto de brillante tinta roja… y ella caminaba sonriente por las estrechas calles con un húmedo premio guardado en la mitad del pecho.
Tarde o temprano mi corazón dejará de palpitar en su mano y perderá su color. Adóbelo a su gusto y consúmalo al desayuno; siéntalo deshacerse en sus entrañas, piense en cómo se distribuye por sus intestinos y arterias. Sepa de una vez por todas que soy suya, únicamente — y de la más furiosa manera —suya. Que no puedo ser más suya porque ahora soy usted.
Now one.
Esta pieza, segunda entrega de La tiranía del lector, llega a ustedes gracias al gentil aporte de Engel Atreyu, quien nos sugiere desde la Ciudad de las Luces: “¿Por qué somos tristes cuando lo tenemos todo? ¿Por qué es usted asi? ¿Qué nos hace tan diferentes a todos?… En resumen, hable de la belleza de los malos sentimientos y defectos”. Admito que reduje el tema a la primera y última instrucciones, pero también admito —con orgullo —que este escrito estuvo a punto de llevarme a una grata obsesión. Estoy feliz de haberlo hecho, feliz de haberlo terminado.
[ El hombre divertido — Wilfrido Vargas ]
El muerto se llamaba Oscar. Era demasiado gordo y malacaroso como para que lo llamaran Oscarín u Osquítar. Era Oscar. Ló único fuera de la casa que me lo recordaba eran los premios que se llamaban igual que él, pero él era demasiado gordo comparado con el muñequito dorado que recibían tan felices los ganadores, esos actores de ojos azules y piel como de oro también. Pude haberlo llamado “gordo”, pero el apodo a él lo ofendía pero mucho, y todavía recuerdo el dolor del golpe que me dio en el cachete con una longaniza bien larga que él no se había acabado la primera y última vez que intenté convencerlo con indirectazos de que se arreglara un poquito más, así fuera por los clientes. Esa vez lo había llamado Chivito.
No es divertido ver la misma cara como de perrito dormido todos los días, y peor aún, tener que llamarla por el mismo insípido par de sílabas cada vez que se la necesita. Es cierto que pude haberlo llamado por su nombre y apellido, pero de sólo pensar en “Tibaitatá” se me cansaba la lengua haciendo callada los ruidos de tanta t. Su segundo apellido tampoco era de gran ayuda.
Así que le seguí sirviendo su buena longanicita con su buena morcillita y un par de papitas criollas —de ésas que de lo calientes se deshacen ellas y se le deshace a uno la boca —sagradamente todos los días a las doce y media del día con el televisor blanco y negro encendido en las noticias o, cuando éste fallaba, el radio en la emisora de los boleros. Finalmente le dio el tan esperado ataque cardíaco —quién lo manda a no pedir verdura y dejarme el cuchuco de espinazo para que se lo comiera el perrito de la vecina. Esas venas parecían chunchullos, según me cuentan. A mí eso ya no me importa.
Vendí el taller y le regalé el televisor a la vecina que tiene una hija que gusta mucho de los premios y la farándula y esas cosas. ¿Que por qué? Es que me cansé mucho de esas misas que me tocaba organizar en nombre del Oscar, y todas las vecinas se me acercaban a darme el pésame y en las paredes del parque y del salón comunal había una cantidad de letreros recordándome que yo también tenía que ir a las misas y a las ventas de empanadas para recaudar fondos para el despacho parroquial. Yo ya no quería más de eso. Que el Oscar por aquí que tan bueno que era que el Oscar por allá. Demasiado tuve yo que aguantarme durante tantos años. Demasiado me pringué las manos —que bien bonitas sí eran cuando yo estaba jovencita —haciéndole sus benditas longanizas del almuerzo. Y que la gente me recuerde por él y no por mí misma, no, eso no se justifica.
Entonces me vine a este barrio y me compré este apartamentico con lo que me salió del taller y del aparatejo ese. Aquí ya nadie me conoce. Aquí nadie sabe del Oscar y como yo no tengo parientes en esta ciudad, pues no tuve que cambiarme el nombre a “vda. de” ni nada. Yo no soy viuda de nadie. Mis manos están quemadas fue por un accidente que tuve de niña, no me pregunte más.
¿Que si estoy feliz? Claro, desde que conocí al Percherón, a mi Panchito querido. Él sí da para no aburrirse nunca de llamarlo. Como es bien grandote y bien fuerte lo llaman en el minimercado El Percherón, aunque los compañeros del equipo de micro lo llaman El Murallas. Parece que cuando era niño lo llamaban Paco. Bien simpático debía ser, no he visto fotos. Yo no le digo Paco porque con ese bigotón tiene cara es de Panchito, o Panchito Corazón, según el caso, pero las viejitas que pasan camino a la iglesia los domingos le dicen “¡Adiós, Paquito!” con un cariño…
Gracias al corresponsal Himura por la primera sugerencia para la serie La tiranía del lector. Su tema: “¿Por qué decide una viuda dejar de serlo y cambiar a su amado por una persona que tiene más apodos que futbolista?” Hacía rato no me divertía tanto escribiendo.
[ Many Miles Away — The Police ]
De manera experimental me gustaría someterme a la tiranía del lector. Por eso me comprometo a escribir sobre los cinco primeros temas que propongais como comentarios a este mensaje. Cualquier tema, por absurdo que sea (y contra más absurdo, mejor)
No quiero dejar pistas.
Veremos que sucede. (Portnoy)
No esperen nada de mí. Pero nada es nada. Bueno, esperen que yo cumpla la promesa con sus comments, así que adelante y golpéenme bien duro en el considere.
[ Creep — Stone Temple Pilots ]
Conseguí el plugin de Winamp para MSN Messenger 7.0 (gracias, Alfa; no aguanté las ganas y me metí a mess.be). Ahora todos los que me tienen en lista pueden darse cuenta de varias cositas, entre ellas:
¿Le gusta lo que oigo? ¿Le gusta lo que no oigo pero se hace evidente en mi computador? Avíseme y con gusto se le hace llegar. Hacemos envíos a todos los rincones del planeta. ¿Opina que hay alguna joya musical que yo deba poseer? Avíseme y se le hace campito en mi hermoso y ya no tan nuevecito disco duro destinado exclusivamente para esos menesteres. Y una cosa más: Windows Media Player apesta.
[ Monkberry Moon Delight — Paul McCartney ]