Escala de valores

En la escala de valores de las lesiones cutáneas, el barro está mejor posicionado que el fuego.

[ Runaway — Janet Jackson ]

Todo lo que brilla el viernes se desvanece el domingo

—¡Hoy es viernes!

Mi pecho exhala con fuerza la ajada frase cuando me embriaga el mismo entusiasmo que suele esparcirse por la ciudad como una virosis en un jardín infantil. Dentro de un par de horas arrojaré los libros al insondable abismo de mi maleta y me entregaré a la obligatoria diversión desenfrenada de cada última noche de los días entre semana. Todos lo hacen, todos llegan al siguiente lunes con las fragmentadas historias de euforia que acompañaron el fin de semana anterior. Hay un extraño hilo de lógica que me dice que si ellos lo hacen, yo también. Sic faciunt omnes.

El itinerario vespertino está trazado a la perfección. Será una retahíla de planes, cada uno más animado que el anterior. Habrá un sinfín de charlas baratas, algunas personas que me terminen cayendo mejor y otras peor, un muy esperado baile y quién sabe qué otras cosas. La mañana quisiera hacerse a un lado para darle paso a la tarde, invitada de honor que viene acompañada de su largo manto negro azulado. ¿Qué esconderá bajo su manto? ¿Qué revelará a su llegada?

No acaba de empezar el tiempo de asueto cuando las promesas se desmoronan. Toma poco menos de una hora saber que una persona no va porque tiene algo que hacer, otra de repente anuncia que tenía un compromiso previo, otra se enferma ante nuestros ojos. El primer plan se lleva a cabo; es sencillo y ameno, tal como me gusta. No obstante, una vez todos nos despedimos me doy cuenta de que aún de lejos puedo notar a la noche levantando su prenda con una sonrisa socarrona, revelando… nada. El mago mete la mano al sombrero y no hay ningún conejo. Los niños se preguntan entonces qué hacer durante el resto de la piñata.

Han pasado algunas horas. Han pasado un palito de queso y una empanada chilena por nuestros estómagos. Hemos deliberado sobre el destino de nuestra velada. Queremos algo diferente. Sin embargo, el destino tiene otros planes, y un agujero de gusano nos ubica en una calle cuyo contorno podemos trazar con los ojos cerrados. Todas las puertas están cerradas. Todas, salvo una. Salvo ésa.

Entramos sigilosamente. El chef está jugando SNES en su computador portátil. Después de intentar sacarlo de su ensimismamiento mediante carraspeos y chirridos de sillas me aventuro al fin a murmurar: “Sumimasen…” De ahí para adelante todo es perfecto. No hay ni que describirlo. Mi anterior plan del día no incluye tomar y heme ahí, sentada a la mesa con el choko único de sake al lado del primer plato, asegurando que el umeshu es mil veces mejor. La comida empieza como un plan de escape y ni siquiera hay de dónde escapar. Estamos en el mismo lugar de tantas otras veces, el que se convirtiera sin querer en nuestro usual refugio. Es el consuelo de todos los planes deshechos, el remedio para la insipidez de la ciudad que se repite como el paisaje a través de la ventana de un carro en una película vieja.

El lunes estoy atenta a las posibles historias que todos han de traer. No oigo nada. Entonces dirijo mi atención a mis propios labios: nada sale. Es tan obvio y no me doy cuenta… Las vidas de corredores y caminantes parecen agua y aceite, pero se funden fácilmente y crean la gris aleación que opaca las calles con bostezos en la mañana cero de la semana que de nuevo se cuenta a sí misma. No hay nada para contar mientras formamos el tronco de la Y cuyas ramas empezarán a crecer mientras exclamo la frase cuyo tono es un pronóstico de lo que jamás sucederá. Insisto: el hecho de que algo suceda o no, que me deshaga en luces o me limite a pestañear lentamente, no importa en absoluto. Todo lo que brilla el viernes se termina de desvanecer en la tarde del domingo.

[ Dirty Trip — Air ]

I’ve Got to Admit It’s Getting Better…

  • Himura cierra los ojos cuando me da besos en la cabeza. Leerlo en el blog de Salida me dejó pensativa, enternecida, feliz de haberlo invitado a la piñata de Bob Esponja.
  • Aparecieron unos aretes que creí perdidos hace muchos meses.
  • Tengo celular de nuevo. Tendré más cuidado esta vez.
  • Volvió Internet al hogar aunque a cambio se llevó el alma de la otra línea telefónica.
  • Esta mañana encontré el rompecabezas completo sobre el escritorio. Ya no tengo que lamentarme por la falta de la pieza #1000. Ahora puedo desbaratarlo y armar otro.
  • I’m finally free. Too bad you’re insane.

[ Hate to Say I Told You So — The Hives ]

Lazarillo

La mañana resplandecía con la extraña viveza que solían tomar los días de visita a la Embajada. A mi alrededor reinaba un tono ambarino, tal vez ocasionado por los ladrillos de los edificios que cortaban el cielo inmaculado. El viaje en bus era un buen cambio, pero, como siempre, había calculado mal el tiempo. Había llegado con 15 minutos de antelación, y no estaba dispuesta a escuchar lo obvio de parte del encargado del primer piso. Me fui entonces, después de amarrarme un zapato, caminando despacio a darle una vuelta a la manzana. Seguramente sería un paseo sin novedades; me apresuraría apenas el reloj marcara las nueve.

Mi paseo cuadrangular se vio interrumpido de repente por una voz titubeante pidiendo ayuda. El dueño de la voz, de edad avanzada aunque no tanto, llevaba una boina de cuero y un bastón de metal. Seguí derecho. Sin embargo, unos pocos pasos más abajo torné mi vista y el extraño seguía murmurando. Miré el reloj: aún me sobraba tiempo.
—¿Qué necesita, señor? —creo haber dicho.
—¿Va hacia arriba?
—Sí.
Era obvio que iba hacia abajo, pero estaba segura de que el cambio de dirección sería más interesante.
—¿Podría ayudarme a cruzar la carrera?
—¿La séptima? Bueno.
Así empezó una simpática conversación con el hombre cuyo nombre olvidé, o tal vez no me lo dijo. Me preguntó qué tal estaban mis ojos. Le dije que bien, porque se me hizo obvio que la miopía era un privilegio si se la comparaba con llegar a ver la luz después de diez años de tratamiento con ya no recuerdo qué. Muchas veces me pregunto qué pasaba con los miopes cuando aún no se corregían los defectos refractivos del ojo. ¿Eran considerados ciegos? En un mundo sin lentes, ¿tanto el anónimo anciano como yo estaríamos obligados a pedir ayuda? De repente me veo metida en una cueva, esperando que algún Homo erectus más agudo que yo me alcance un pedazo de carne…

—¿Será que por aquí hay alguna cafetería?
—Hay dos a este lado, al otro lado hay un sitio de churros.
—¿Churros?
—Sí, pero valen $4300.
—¡¿$4300?!
—Ahí dice.
—¡¿Cada uno!?
—Tal parece.

Pese a lo conveniente que parecía el lado occidente de la avenida, el señor insistió en seguir el itinerario inicialmente estipulado. No le importaba que su destino contuviera apenas un banco, un sitio de envíos, una droguería y el anteriormente mencionado lugar de los churros, además de algunos restaurantes cerrados. El cruce de la séptima se dio sin mayor novedad, salvo un tipo de cara lasciva que murmuró no sé qué cosas al frente del edificio al que esperaba dirigirme una vez terminada esta tarea. Inconscientemente retorné su fija mirada, como si lo escuchara atentamente. Me turbó un poco tomar conciencia de cómo un hombre acababa de deshacerse en lengüetazos impalpables mientras yo guiaba a un anciano.

Creí que la tarea se acabaría apenas pusiéramos pie en el otro andén, pero no fue así. El señor hablaba, hablaba y hablaba. Escuché los consejos que me dio (por nada del mundo restregarse los ojos cuando arden; el agua fría cura prácticamente todas las dolencias debidas al cansancio y la polución) mientras esperaba un momento prudente para despedirme. El tiempo que me sobraba se convirtió en una falta apremiante: tenía clase a las 10 y aún no había entrado a la Embajada. El semáforo peatonal se puso verde por cuarta vez. Recibí un par de frases más, le dije a mi interlocutor que debía irse por este lado y no por ése, y crucé el primer carril.

Miré atrás: iba caminando muy despacio, trazando con su bastón el contorno de un primer escalón que —esperaba — no subiría. “Era para el otro lado”, pensé erróneamente.

Crucé el segundo carril y me dispuse a entrar a la Embajada. Miré al edificio de enfrente a través del gigantesco ventanal: mi interlocutor ya no estaba.

Me anuncié y subí. Pero lo que allí sucedió es otra historia.

[ Solitude — Billie Holiday ]

No olvidar: preparar berenjenas con recortes de queso.

Google Talk to Me

Sólo se necesitan las medidas de una foto para departir un rato con Olavia Kite.

Stalkers abstenerse.

[ Baila conmigo — Eduardo Capetillo ]

Jigsaw

La dirección de este blog lamenta informar que Olavia Kite ha perdido la cordura a manos de un rompecabezas de 1000 piezas. Se espera su regreso a la vida normal apenas éste deje de hacerle guiños desde el escritorio, es decir, cuando lo termine de armar.

[ Crepuscolo Sul Mare — Piero Umiliani ]

Pagar por probar no es perder

Pero pagar por un sushi ahumado y un cerdo con teriyaki amargo en Wok es sencillamente para ponerse a llorar.

Lo peor es que nos lo temíamos.

[ The Flower of Carnage — Meiko Kaji ]

Save

TOLM VI: An Insider’s View

(Casi no termino de escribir esto. Tengo menos clases y menos tiempo; es como si los hombres grises de Momo me estuvieran embaucando…)

Lo esperé en una banca de la 11 con 100 al principio de la noche. Cuando al fin lo vi de lejos me costó un poco de trabajo reconocerlo debido al cambio de longitud de sus bucles, así que me expuse a la posible vergüenza de acercarme a un extraño mirándolo fijamente. Afortunadamente sí era el mismo que hacía caras el primer día de clase de Japonés 2, el inigualable Drayru, a quien pasaría a llamar ‘jefe’ todos estos días. Después de los respectivos saludos tomé la bolsa de compra que me acompañaba y nos pusimos a caminar bajo la tormenta de ideas… o en medio de la sequía en la que nos vimos envueltos durante un buen rato.

No sé por qué me eligió a mí, yo que tengo como único mérito dentro de TOL el ser la primera mujer que entró (no pues, tan importante ella… Nah… sólo llevo demasiado tiempo en este negocio de escribir barrabasadas). Llegamos al parque de la 93 y nos sentamos en el pasto a desvariar, sobreponiéndonos a nuestros respectivos desórdenes de atención y descartando poco a poco ideas como rematar el TOLM al otro día con una Jornada de los cachetes rojos (éstas deben hacerse como evento separado, y sería bueno organizar una nueva algún día) e instalar un portátil con impresora al lado de j. para que cada uno imprima su post favorito y reciba en él un autógrafo (Nanda parece habernos oído). Rechazamos categóricamente el encuentro diurno en Oma o Juan Valdez, lo cual nos costó muchos días de devanarnos los sesos buscando un lugar que nos albergara a todos y preferiblemente contuviera sofás y cojines para facilitar la integración del grupo de treinta personas que esperábamos. En la 15 con 90 más o menos, pensando en la importancia que queríamos darle al suceso y las bondades de la buena publicidad, surgió la idea de la emular la banda de makepovertyhistory.org y combinarla con el logo de TOLM VI que Drayru ya había creado. La idea resultó buena.

Pocos días antes del evento dejamos de darle vueltas a lo del lugar y publicamos la información oficial. Al ojo yo había calculado que cabríamos en el segundo piso de Híbrido (fue cosa de un momento antes de que me bajara la señora que atendía el viernes anterior), pero esto iba a ser una reunión de 30 personas, no de 60. Como quien dice, whew. El sábado llegué con Himura al lugar cuando aún estaba vacío, como estaba estipulado. Fui conociendo y reconociendo a los que iban llegando hasta que ya no me fue posible saber quién era quién, cosa que se resolvió con la presentación en público de cada uno. Una cosa me quedó clara: leo muy pocos de los nuevos blogs de la lista. Hubo muchos “aaah…” y pocos “¡aaah!”.

No me extraña no haber entablado conversación con casi nadie. Supongo que muy pocos blogs han representado para mí una intriga sobre el autor, lo cual tiene el agravante de mi personalidad poco emprendedora que organiza tras bambalinas pero en el escenario se limita a mantener la sonrisita de la asistente del mago. No obstante, pese a mi silencio tuve la nada desdeñable oportunidad de intercambiar un par de palabras con algunos viejos conocidos (you know who you are, and you rock!).

Contrario a lo que imaginé, pude hablar un rato más bien largo con el Elefante Azul. Su voz resultó ser muy distinta de como yo me la imaginaba (no me pregunten por qué, es algo confuso). En todo caso el divo de la Open List resultó una persona supremamente agradable, alguien a quien definitivamente me gustaría encontrar de nuevo para hablarle con más calma. Por otro lado, me sorprendió el comentario de Arhuaco acerca de cómo me imaginaba mucho menor, me quedé con ganas de hablar con Spitfire a ver si mi acento le resultaba familiar (¿chileno como en el sueño?) y, ya lejos de lo que fue todo esto, me pregunto cómo la exacerbada alegría de Piet desembocó en su inmediata salida de TOL. Mejor dicho, ¿y eso qué le disgustó?

Estoy tomando nota de las principales fallas del evento para hacer ajustes en la organización de un nuevo TOLM (no me disgustaría en absoluto ser secretaria de nuevo). De esta manera, leyendo los posts que han surgido en estos días puedo colegir que:

  1. Les quedamos debiendo el baile.
  2. No debimos haber desechado la idea de los name-tags.

Dicho todo esto, no queda más sino agradecerles a todos por su asistencia. Nos veremos en el próximo TOLM, espero.

[ Millionaire — Kelis & Andre 3000 ]

I Dream of Noppo

Iba a escribir un post sobre TOLM VI, pero por el momento me pareció más prudente anotar lo siguiente para recordarlo toda la vida:

Anoche soñé que conocía a Takami Ei (aka Noppo San). Lo primero que me llamaba la atención de él era que, pese a tener más de setenta años, se veía muy joven. “Así son todos los japoneses”, creo haber dicho en el sueño.

[ Non, je ne regrette rien — Edith Piaf ]

Diga / No Diga

No diga…

Po (/pó/)

Diga…

Poe (/póu/)

[ Rica y apretadita — El General ]