A simple vista, Engel Atreyu es la encarnación innata del bonvivant. Por su paladar pasan sólo los más exquisitos manjares, sus labios besan las manos de las mujeres más deseadas. Se podría decir que su mundo se halla confinado en una bola de límpido cristal, con nieve de brillante papel celofán cayendo grácilmente sobre su abrigo. Sin embargo, detrás de la copa que sostiene como si fuera parte de su cuerpo, hay algo escondido: es un sinnúmero de cicatrices invisibles de viejo lobo de mar, recuentos de los paisajes que ha visto y que muchos de nosotros no veremos jamás, no por falta de recursos sino por falta de iniciativa. Engel lo ha conocido todo, pero el endurecimiento de su corazón no es visible a través del fino terciopelo que lo recubre.
Encuentro a Engel después de una persecución por varios puertos del Mediterráneo. Si tan sólo lo hubiera encontrado en el primero, de seguro me habría mostrado el resto con su sabiduría fácilmente confundible con arrogancia. Es difícil comprender a este arquitecto viajero. Las respuestas aquí transcritas están lejos de ser suficientes.
Olavia Kite: Buenos días, Engel. Gracias por aceptar esta entrevista.
Engel Atreyu: El placer es mío, Olavia.
Usted siempre se ha relacionado con un pasado gitano. ¿Podría explicarme esta conexión?
Ok. Como la historia de casi todo colombiano, vengo de una familia de inmigrantes: la madre de mi padre es de origen rumano gitano. Por cosas de la época en que llegó y tuvo sus hijos, ellos fueron criados de una forma muy colombiana. Ya después, por un par de reveses, yo viví con ella hasta la edad de 4 o 5 años, donde me crió de la forma en que ella creció. Mucho de lo que ella me infundió hizo de mí la persona que soy y me dio, digamos, las bases sobre las cuales apoyo mis ideas y acciones, razón por la cual parece que funciono con una logica diferente a la de muchas personas que me rodean.
Se ha dicho que usted ha recorrido Europa utilizando medios de transporte poco convencionales, desde carretillas hasta modernas versiones de carritos de balineras. ¿Cómo ha sido la experiencia de abandonar la llanta y adoptar la rueda de madera?
Es como sacarse un barro… doloroso pero ese dolor deja algo de placer… Con el tiempo, uno se hace al hábito, aunque todo cambia segun el sitio en el que se esté, el día y hasta el color de su ropa y el tono de su voz. Hay veces que todo es fácil, hay veces que todo se complica. Al final todo se vuelve una aventura, una vez el cometido ha sido logrado, cuando se mira atrás y se sonríe pensando en que nada de lo vivido puede ser posible.
¿Cómo manejó la correspondencia de fanáticas enfurecidas que planeaban un complot contra su abandono de Colombia? ¿Llegaron a asustarlo sus amenazas?
Es como cuando a uno lo amenaza un terrorista o el nuevo novio de su ex novia, es algo halagador. Le dan importancia a uno y pues, ése llega a ser el lado bueno del asunto… De pronto por eso todo se toma con calma, se siente bien al ver esa clase de reacciones en alguien y es cierto que pone en duda muchas decisiones ya tomadas… De pronto eso es lo único que me asustaba… la posibilidad de haber vivido una historia distinta si me hubiese quedado… o qué habría pasado si lo hubiese hecho… Siempre se reduce a eso, a las probabilidades, posibilidades, causas y consecuencias… Me gustó esa época.. creo que me sentí querido, a la vez que me sentí mal de dejar un medio que esa clase de cosas me ofrecía.
¿Cuál ha sido su peor experiencia gastronómica en Europa?
Uy… varias, espérese pienso… La peor peor, un Haaring que me comí en Amsterdam. La especialidad allá es el arenque crudo con cuadritos de cebolla encima, el pescado creo que estaba pasado y las cebollas un poco maduras. Liberarse del olor a pescado y cebolla fue duro, ahí quedó durante tres días, al igual que podía sentir el pescado aún putrefacto entre el almíbar de las cebollas nadando en mi estómago… De resto, hay historias del cotidiano, sánduches griegos con carne no cocinada o marrones con gusanos dentro…
Es sabido que usted ha sostenido romances con las mujeres más codiciadas del Hemisferio Occidental. ¿Cuál es el secreto de su éxito?
Eso no es taaaan cierto… Digamos que ha habido tantos logros como derrotas en el tema. Lo que pasa es que no hay muchos personajes como yo en este sitio, lo que lo convierte a uno en “producto exótico de tierras exóticas” con la ventaja de que habla el mismo idioma de ellas y entiende su forma de funcionar… Es también la historia que uno les cuenta: entre más inusual, más seductora, y pues la gente termina interesándose más y más hasta que de una forma u otra deciden hacer parte de ella… pero los corazones y la vida de la gente europea no son fáciles.
¿Por qué?
¿Por qué? Porque acá todo es historias itinerantes, no hay una parte trascendental de nada, todo es muy carnal, muy de paso, muy… “no importa”, muy de vivir el momento y ya, y la gente esta acostumbrada a vivir en torno a las sensaciones y a su conveniencia, no al sacrificio o a lo que es construir una historia con alguien, sino más bien pasar un momento con alguien. Hay excepciones, por supuesto, y eso es lo que busco… y cuando las encuentro, suele pasar… me doy duro contra el mundo.
¿Qué es lo que le atrae tanto del martini?
Es una larga historia… Todo empezó por una amiga mía; tenía una obsesión con esos cocteles, decía que eran el trago de las viudas negras, de la gloria en decadencia. Que uno no era suficiente y que dos eran demasiados. Nuestra relación se construyó alrededor de clases de francés y de martinis, luego me encantaba ver a la gente en los bares pidiendo martinis porque nos veían beberlos como “se debe”, es decir, siendo los personajes dignos de la copa… La gente los bebía haciendo un pequeño gesto de asco, de hastío, por lo amargos, por lo fuertes, por lo excesivos… El martini se volvió el catalizador de nuestra raza, de nuestra condición, como lo son las joyas de los masones o los simbolos de los vampiros. Curiosamente, el martini se convirtió en el objeto fetiche de la Santa Trinidad de mi vida en Bogotá: mi mejor amiga, la mujer que amé y la que me amó. Desde que estoy en Francia, no he encontrado un buen martini…
¿Qué recomendaría al turista primerizo de la Ciudad Luz?
Ir a Pigalle. La gente que viene acá, viene buscando un París que ya no existe, el de los artistas y las clases populares. La torre Eiffel deberá verla después, porque así es el paseo. En lo que he conocido de Europa, concluyo que el alma de las ciudades esta en los barrios rojos, donde la gente deja de lado su rol social de asesino, vendedor, yuppie, hippie, businessman o turista. Todos son iguales en Pigalle, buscando lo que todo ser humano quiere, un placer que da miedo. Y el barrio, la falda del glorioso Montmartre, es un sitio en la que el alma de París sigue viva, donde se entiende la mentalidad de la gente, fuera del sexo al que hiede el sitio. Es todo, en Pigalle se ve de todo, la gloria y la perdición, y eso… creo yo, es lo que realmente es París. Gloria y perdición a la vez.
¿Volverá a Colombia?
Quisiera volver antes de que lo que quiero ver se vaya.
¿Y qué es eso?
Usted, entre una muy reducida lista de personas y cosas que sólo encontraría allá, en donde la única lógica es la que no tiene sentido alguno.
Gracias, Engel. ¿Qué opina sobre envejecer en Francia? ¿Es Francia un país para envejecer?
Debe serlo, porque hay muchos viejos acá… pero creo que Francia no es un país para envejecer… sino para morirse. Es suicida vivir acá.
¿Por qué?
Es bueno saber que hay dos Francias, la parisina y la no parisina. En París la sociedad es implacable, todos asumen un rol de piezas de museo que se toman a pecho, ser amable es mal visto, trabajar es difícil, estudiar es difícil, todo esta enfocado en buscar las fallas y no los éxitos. Luego está la Francia de fuera, más folclórica, donde hay diferencias entre las regiones; los del norte (comparables a los belgas), los del oeste, bretones (comparables a los ingleses); los del sur, provenzales, una mezcla de españoles, catalanes y vascos, con italianos y los del este… donde la gente habla alemán tanto como francés. Cada región tiende a ser más abierta que la parisina, pero estan marcadas también por gente de un mundo más pequeño y gente más ignorante, lo cual no deja las cosas fáciles. Hay sitios en los que todo es taaan tradicionalista que se rige por la lógica occidental a la que un latinoamericano o un europeo de la ciudad no esta acostumbrado, y esa clase de cosas hacen que la vida no sea nada fácil, que todo sea un sufrimiento, que todo sea una caza por el dinero, por una paz que, paradógicamente, son cosas de las que Colombia carece, pero que todo el mundo tiene al fin y al cabo allá. Voilà.
Muchas gracias, Engel. Es un placer hablar con usted.
¿No hay más preguntas? Me estaba gustando esto…
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