Liniers en Pecha-Kucha Night

“Veinte cosas que me ponen nervioso”, a su disposición en Flickr gracias a Mai Lirol Poni, espectadora (y no sé si organizadora) de Pecha-Kucha Night versión Buenos Aires.

Pecha-Kucha night es un evento donde creadores de diversas disciplinas dan a conocer sus trabajos en 20 imágenes, contando con 20 segundos para exponer cada una. La idea surgió y se materializó por primera vez en Tokio, cubriendo ahora alrededor de 30 ciudades por todo el planeta. En Colombia se llevó a cabo la primera Pecha-Kucha Night el 28 de septiembre de 2006 en Enobra, en el barrio La Macarena de Bogotá.

La segunda edición de Pecha-Kucha night se realizará en noviembre del mismo año. Las convocatorias están abiertas. Para más información, visiten la página del evento (en Colombia o en el mundo).

Cabe anotar que semejante encuentro artístico no sería posible en el país de no ser por Nobara, quien además de ser una artista llena de buenas ideas, tuvo la paciencia de resolver nuestras preguntas de ojos desorbitados cuando éramos un grupito de desertores de universidades y empleos a la caza de la vida escolar en el país donde se enchufa el sol.

[ Walk or Ride — The Ditty Bops ]

The Red Knot

Ayer mi mamá me contó que una compañera de colegio se va a casar. ¿¡Cómo!? ¿Se casa? Me es difícil digerir la noticia. Con ésta ya serían tres las casadas de mi curso, hasta donde tengo entendido; ninguna por causa de accidentes reproductivos.

¿Por qué siento que aún somos demasiado jóvenes para formalizar lazos? ¿Es acaso porque mientras la gran mayoría ya se está graduando o se encuentra a punto de hacerlo yo sigo en el proceso de empezar mi vida universitaria? ¿Tanto tiempo ha pasado desde que nos graduamos del colegio?

Es obvio que a mí también me llegará la hora de abrir una cuenta mancomunada, pero veo ese momento muy lejano aún. Por lo pronto confío en la paciencia de mi candidato elegido, y en la estabilidad de cierta parte de mi felizmente inestable destino.

A las casaderas, buen viento y buena mar.

[ Santa Lucía — Compañía Ilimitada ]

Cacharreando ando

Después de forcejear durante varias horas, al fin he logrado hacer que las imágenes del encabezado del blog se alternen, cosa que me confiere una razón más para evadir las tareas y ponerme a jugar con The Gimp, el nuevo juguete que por fin pude instalar.

Ahora que puedo irme a dormir tranquila, no me resta sino agradecer a Nanda y Mer, cuyos blogs inspiraron este pequeño cambio (y cuyos códigos birlé para ver cómo era el maní), a Galactus por el apoyo técnico, a Himura por el apoyo moral y a mi buena suerte por el pedazo de código que borré accidentalmente y todo funcionó.

[ Astral Weeks — Van Morrison ]

Your Average Childhood Dream

Acabo de comerme dieciséis paletas de cuatro sabores distintos: cuatro de piña, cuatro de manzana, cuatro de uva y cuatro de naranja. Cada una era más o menos del tamaño de una salchicha.

Me duele el estómago.

[ Vienna — Billy Joel ]

Caso cerrado

Asistentes a la Jornada de los cachetes rojos. Imagen birlada del blog de Drayru.

El 13 de febrero de 2005 fue una fecha que permanecerá para siempre entre los anales de la historia de la Open List. Fue en este día que, gracias al carisma de Drayru, se realizó la primera —y única— Jornada de los cachetes rojos. Un grupo considerable de bloggers puso a prueba su estado físico en una romería al templo del Señor Caído en el cerro de Monserrate, en Bogotá. Ese mismo día apareció en este blog un post que mezclaba la palabra ‘furia’ con una foto de Sandro de América. La razón de mi ira no se hizo evidente, y hasta el momento muy pocas personas la conocen, aunque aquí se encuentra una débil y críptica conexión entre el evento y el escrito. Ahora que he regresado de un viaje que me tenía expectante, es hora de deshacerme del fantasma.

Como es bien sabido, antes de contar con la asombrosa suerte de poder venir a vivir a la futbolera sección agrícola de la prefectura de Tokio, yo era la humilde servidora de mi primer maestro de japonés en su clase de Historia Cultural de Japón en la universidad donde dibujaba a Batman comiendo pollo en vez de poner atención a asuntos que eventualmente me darían un diploma de pregrado. Pues bien, debido al volumen de asistentes a la clase, el trabajo era repartido entre dos personas, que ese semestre resultamos ser dos seres absolutamente dispares. Mi compañero, a quien aprecio pese a que jamás nos llegamos a entender del todo, era el causante de diversos sinsabores en mi vida. No obstante, ninguno me perturbó tanto como el de la fecha ya mencionada.

En días anteriores, el profesor nos había anunciado que tal vez nos sería posible conseguir pases gratis para un concierto de taiko (tambor japonés) en nuestra calidad de ayudantes/secretarios/mensajeros/etc. ¡Tambores japoneses interpretados por el grupo que compuso e interpretó la banda sonora de Zatoichi! ¿Cuándo más tendría yo la oportunidad de ver tambores japoneses en vivo y en directo? ¡Jamás! ¡A por los pases!

Ante el anuncio final dando luz verde a la obtención de dichas entradas, mi compañero y yo nos citamos a las 3pm ese viernes, que nos daba apenas tiempo para ir a la entidad concerniente antes de que cerrara y quedar listos para ese domingo, que estaba completamente planeado: Primero escalaría Monserrate con los de la Open List, luego me encontraría con él para comer alfajor gigante en la pastelería Belalcázar y cerraríamos el día perfecto con el concierto. Debido a que ese día terminaba clases temprano, esperé a que diera la hora frente a un computador de la universidad. Cuando finalmente llegué al punto de encuentro, él no estaba.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Nada.

Ingenuamente llegué a una conclusión absurda: debía haber partido al lugar de destino, por lo que debería tener nuestras boletas. Si no es así, ambos nos quedamos sin ver el espectáculo. Confiada, regresé a mi casa y lo llamé. Lo que escuché me arrancó la sangre de la cara y me dejó mareada. En efecto, él había ido, pero no había reclamado más que su pase y con todo cinismo me dijo que el mío ahí me estaba esperando, aunque el sitio ya estaba cerrado. Estaba tan enfurecida que me fui a dormir. Cuando mis padres me despertaron al caer la noche les expliqué y lloré desesperadamente. Estaba decidido: yo no tenía por qué subir a un cerro desde el cual se vería el sitio donde los tambores no tocarían para mí. Monserrate estaba cancelado.

***

Septiembre 21 de 2006. Los alumnos del Centro de Lengua Japonesa de la Universidad de Lenguas Extranjeras de Tokio fuimos divididos en dos grupos durante nuestro muy anticipado paseo a las prefecturas de Nagano y Yamanashi. Un grupo elaboraría una cajita musical personalizada, mientras que el otro… El otro recibiría una lección del creador del kumi-daiko, el estilo que se emplea hoy en día en Japón al tocar el más tradicional de los instrumentos musicales de este país. Yo me encontraba dentro del segundo grupo. La lección fue corta; si por mí hubiera sido me habría quedado en aquel lugar hasta llenarme las manos de ampollas, hasta que mi cuerpo fuera capaz de reproducir el ritmo exacto como si hubiera nacido con él. Disfruté cada segundo, cada golpe equivocado, cada esporádico acierto, el ínfimo progreso. Al final, el maestro me dijo que lo había hecho muy bien. De repente el concierto en Bogotá pasaba a ser un recuerdo sin mayores repercusiones, salvo el remordimiento de no haber subido a Monserrate con alguien que me estaba empezando a caer demasiado bien y la insistente curiosidad respecto del alfajor gigante de la Belalcázar.

Un año y siete meses después de mi llanto desconsolado la deuda ha sido saldada; la vida ha tenido la bondad de borrarme una mueca amarga de la cara. Caso cerrado.

Oguchi Sensei y yo después de la lección.

[ Un hombre busca una mujer — Jossie Esteban & La Patrulla 15 ]

Batata

Mi amiga Qian vino a visitarme hoy en la tarde. Es la primera vez que un conocido decide hacer todo el recorrido hasta acá, dado lo poco turístico que este paraje en la prefectura de Tokio. Después de un intercambio de souvenires salimos a ver las inmediaciones de la universidad, que más se asemejan a una onírica traducción de mi barrio en Bogotá que al Tokio cosmopolita que todo el mundo conoce o imagina.

La llovizna que nos venía persiguiendo desde el principio de nuestro recorrido arreció, por lo que nos refugiamos en unas bancas ubicadas en el garaje de un templo budista. Los temas se perdían en el agua que bajaba por entre las bajantes de cascabel mientras saboreábamos un dulce cuya textura me gustaría ubicar en un punto medio entre la gelatina de pata y el bocadillo pese a que el sabor es completamente distinto.

El silencio fue roto gradualmente por un quejido lastimero que se acercaba al templo lenta, casi que agónicamente: yaaaaaakiiiiiiiiiiiiiimooooooooo… yaaaaaaaaakiiiiiiiiiiiimooooo… Qian, presa del usual espíritu aventurero que la llevó a seguirme hacia un laberinto de maizales el verano en que nos conocimos, asomó la mirada por encima de la cerca para encontrar una camioneta avanzando a velocidad humana con un letrero iluminado en escarlata sobre el techo: “yakiimo” (“batata asada”). Como en una escena digna de programa barato de videos policiacos de la vida real, la seguimos desde una distancia prudente y sin amago alguno de correr mientras Qian gritaba “sumimaseeeeeeen” (“disculpeeeeee”), hasta que al fin se hizo a una orilla de la vía. Un señor de mediana edad y aspecto amable emergió del vehículo.

En la parte de atrás de la camioneta había una gran caja metálica en la que se mantenían calientes unas cuantas batatas enteras ubicadas sobre piedras.
—¿Qué tiene?— preguntó Qian.
—Batatas asadas— respondió él.
—Deme dos.
—Quinientos yenes.
—¿¡A quinientos yenes!?
Dos a quinientos.
—Ah, bueno.
El señor las metió en una bolsa de papel que me entregó mientras advertía que estaban calientes. Mi amiga pagó y le tomó fotos a la ingeniosa venta para volver a nuestro puesto en el garaje del templo. Una vez terminado el festín nos dispusimos a regresar.
—¿Todo está bien?— preguntó el dueño del templo, quien llevaba un buen rato charlando con otro señor a la entrada del edificio y sonreía.
—Sí, muchas gracias, disculpe por incomodar—, respondió Qian.

La pureza de estos momentos me desconcierta.

[ Always in My Head — Psapp ]

Cinco en Shinjuku

Pese a que no es de interés alguno para nadie, me veo en la imperiosa necesidad de informar lo siguiente:

  1. ¿Qué hace esta escultura en Shinjuku? ¿Quién se la llevó de Pepperland? Tokio no deja de sorprenderme.
  2. Mandé arreglar mi cámara en el servicio técnico de Canon. Me dijeron que le cambiaron toda la parte de atrás y revisaron que no tuviera ningún problema además del que había presentado. Feliz me fui a tomarle foto a la escultura beatlesca cuando, ¡oh, sorpresa! La cámara había quedado mañosa. El botón supuestamente arreglado funciona pero a las malas. Volveré a ponerles pereque después de la avalancha de fotos que se viene la próxima semana.
  3. Almorcé kitsune udon (fideos gruesos con tofu frito) y tempura de berenjena en Hanamaru. Rico y barato; gracias a Minori por la sugerencia.
  4. El clima otoñal está bogotanísimo. Como para un TOLM.
  5. Dos extranjeras entran a una tienda gourmet y le piden ayuda al encargado, quien oprime botones en la pantalla de una maquinita e imprime un recibo. Se dirigen a la caja, pagan y el cajero les entrega dos boletas grandes en un sobre. Una de las jóvenes agrega a la compra un helado de limón y salen rumbo a la estación como si nada. El viaje en tren se les hace rapidísimo. Durante el último segmento del regreso a casa, caminan entre la penumbra de los árboles silenciosos hasta que desde lejos se oye:
“We’re going to see Billy Joel!!!”



[ Seed of Wonder — Jesca Hoop ]

Inevitable

Tenía que suceder, claro que tenía que suceder. Estaba previsto desde que se hizo inminente mi partida hacia tierras no hispánicas, pero… ¿tan variada había de volverse la colección? ¿Era necesario terminar tragándome mis palabras y cantando no una sino dos veces —¡y con sentimiento!— esas canciones que durante tanto tiempo fui incapaz de digerir?

¿Qué sigue acaso, el reggaetón?

No; eso ya no es ni ‘música’ ni ‘en español’.

[ Trois Gymnopédies — Erik Satie ]

Tenki Yohou

Ayer el señor Nakamura se despertó temprano para hallar que en Rusutsu (Hokkaido) la temperatura había caído a los cinco grados centígrados. Del imponente monte Yotei sólo quedaba la esperanza de otro día soleado. Se vistió elegante, como en sus viejas épocas de salaryman y condujo desde su pensión hasta el aeropuerto de Chitose, donde tomaría un avión rumbo a la capital.

Tal vez a la misma hora, tal vez un poco antes, Olavia Kite notó que desde la puerta abierta de su balcón, por entre el mosquitero, ya no se colaba vapor espeso sino una débil ráfaga de aire frío. Según el informe meteorológico, la temperatura en Tokio había alcanzado los veinte grados. A juzgar por el cielo encapotado, seguramente el monte Fuji no volvería a aparecer sino hasta después de las primeras nieves. La última vez que lo vio fue en junio.

No hablaron mucho en su último encuentro. Pudo más el hambre, aún con la triste oferta del segundo piso de la cafetería de la universidad. Después de la apresurada despedida, Olavia Kite se prometió a sí misma que le escribiría al señor Nakamura ofreciendo una explicación más detallada respecto del imán con forma de comida típica colombiana que le regaló. Si todo sale bien, dentro de uno o dos años volverá a aquella isla, esta vez a conocer su famoso invierno.

El clima ha empeorado, cubriendo la ciudad con una oscura sábana gris, como una maqueta sin develar. Tal vez ni el Fuji ni el Yotei hayan existido jamás. Seguramente mañana el señor Nakamura y Olavia Kite despertarán de nuevo más o menos al mismo tiempo. La diferencia es que él sabe perfectamente qué hacer con su soledad irremediable mientras que ella, que aún conserva una esperanza en la lejanía, camina bajo la llovizna eterna y la encuentra insoportablemente familiar.

[ Yo soy aquél — Raphael ]

Umarmung

Criatura de mil brazos, ¿podrías aflojar un poco tu abrazo de hidra-anaconda y dejarme salir de aquí, si acaso tan sólo por un segundo? ¿Puedo cerrar los ojos, desentenderme de tu discurso gris y recordar aquella mirada de horizonte marino? ¿Me permites separarme de ti momentáneamente —prometo no huir —y recorrer esos caminos de los que solías hablar cuando me querías hacer creer que todo sería fácil, que en tus entrañas encontraría la comodidad del péndulo?

Ya ves que tu arrullo se ha repetido tanto que he perdido toda noción de descanso, que cada segundo en el mismo punto, cada paso en esta banda caminadora es un doloroso recuerdo del anterior. Tu canto insulso no es lo que me atrae a ti, ¡tan sólo mírate! ¡Míranos! El dolor jamás ha dado paso al entumecimiento; el péndulo es un hacha y cada susurro del viento es una capa más profunda de mi carne que estalla en llanto.

Criatura de mil brazos, no me dejes caer en el letargo de la sangre espesa. Déjame reconocer brevemente el cielo, el aire que nos circunda, la vida que aguarda. Es una promesa: volveré más pronto de lo que crees, y no necesitaré ayuda alguna para hacer de tus extremidades el lazo que adorne mi cuello. Al fin y al cabo sé que cuando pase el tiempo y tropiece con una criatura igual o más grande que tú, me aferraré a tu recuerdo como si mi agonía en ti hubiera sido una escapada en la más dulce de las praderas.

[ Eres tú — Mocedades ]