23 es un número primo

La música. La música en el sol frío. El sol frío en el cielo azul. Un tono de azul que hace tiempo no veía. No pintan los cielos de este azul en Tsukuba.

Sí, lo mejor de este cumpleaños es la música. Hoy puede no aparecer nadie en mi casa, pero mientras Stevie Wonder diga “chévere”, mientras se pueda bailar al ritmo de Disco Inferno, mientras Michael Jackson nos recuerde que tuvo mejores épocas, todo está perfectamente bien.

Ayer mi mamá y yo tratábamos de describir lo que se siente cuando se escucha a Diana Ross y Marvin Gaye cantando “You Are Everything”. Sólo atinábamos a hacer un movimiento con la mano frente al pecho, como del alma bullendo.

Hace tres horas desperté en mi cama increíblemente mullida. No me he bañado y he perdido toda expectativa respecto del pequeño evento social que ha de enmarcar esta conmemoración. Pero la música sigue su camino por entre mis venas, y yo espero el regreso de mis padres pacientemente. Estoy segura de que hoy es un buen día para cumplir años, y lo es simplemente porque he podido cumplirlos en la helada calidez de mi hogar.

[ Take On Me — A-Ha ]

第二勉強会

Cuando recobré la conciencia ayer en la mañana, yo estaba en el borde de la cama y contra la pared había una japonesa durmiendo profundamente.

Sugestivo, deseable para algunos; un escenario de doble sentido como antesala a un relato insulso que aún no atino a comprender.

Alicia —llamémosla Alicia; al fin y al cabo no nos alejamos demasiado del nombre real— escribió el domingo por la noche para preguntarme si volveríamos a estudiar alemán. Se hacía tarde, pero decidí aprovechar el momento para interactuar con un ser humano y olvidar las posibles futuras amarguras de mi próximo cumpleaños. De todas maneras el examen cubría demasiados temas cuyas explicaciones en japonés y escasez de práctica me dejarían a merced de la suerte.

Mi cuarto, despreciado durante los primeros días en el pueblo, se convirtió en una mansión a los ojos de la pequeña Alicia, que lo contemplaba todo —el baño derruido, la foto de Himura, la pared adornada de recortes de calendario— dejando escapar grititos de emoción. Conociendo la caja en la que duerme al otro lado del conjunto de dormitorios, cualquier gruta habría producido el mismo efecto que mi vieja habitación embellecida a las malas.

Y quién quería estudiar gramática alemana cuando era más interesante balbucear al unísono canciones de Wir sind Helden y ver a la estudiante extranjera señalando los retratos que rotaban en la pantalla de su computador, cuadros de praderas verdes, de horizontes imposiblemente grises, de piscinas interrumpidas por los contornos de dos sonrisas cómplices. Alicia preguntaba cuánto costaría ir a conocer aquellas empinadas calles empedradas. La cifra, demasiado alta, fue para ella una invitación a ahorrar para poder conocer el otro lado del planeta, el que despierta en mis recuerdos con destellos dorados sobre el contorno de una fría montaña, con un cielo azul perfecto chocando contra los edificios que aún no perecen bajo la mole gris rosácea de la cansada cotidianidad.

Cuando nos cansamos de luchar contra el cansancio y reglas que parecían obvias sobre el libro pero luego ya no sobre el papel, Alicia me preguntó si podría quedarse a dormir. ¿Aquí?—la obvia sorpresa del morador que no gusta de su guarida. ¿Ahora?—lo que los prejuicios adquiridos de sopetón no esperaban de una nativa de esta isla de frialdad sonriente. Era demasiado tarde para digerir lo que estaba sucediendo, demasiado tarde también para hacer de esta improvisada piyamada un intercambio de chismes y consejos de belleza. Ya era lunes y el lunes había clase a la primera hora.

Cuando volví a abrir los ojos, cuatro horas después, yo estaba al borde de la cama y contra la pared había una niña japonesa durmiendo profundamente. Los hechos que habían desembocado en esta escena no me eran en absoluto claros, pero no había tiempo siquiera para volver a preguntármelo—había que hacer el desayuno.

[ Tanz der Moleküle — MIA. ]

Sudden Realization

El otro día me di cuenta de un hecho que no debería revestir mayor importancia pero no deja de inquietarme:

Llevo más tiempo en Japón de lo que he acumulado en total en Estados Unidos.

La importancia de cierta pila de anécdotas empieza a desdibujarse. Me pregunto a qué pasado trascendental debería aferrarme ahora.

[ Seed of Wonder — Jesca Hoop ]

勉強会

Anoche, por primera vez, estudié para un examen con una compañera japonesa. En su minúscula habitación pasamos alrededor de 3 horas releyendo el libro de comprensión de lectura en alemán, escribiendo números y riéndonos tontamente de la palabra ‘Bub’. Le enseñé la palabra ゲットー (“ghetto”) para referirnos al aspecto del dormitorio, nos quejamos de los gatos que invaden los basureros de la zona, de la falta que nos hace Tokio (ella es de Saitama) y me mostró fotos de sus amigas de colegio que no ha vuelto a ver desde la graduación. Una de ellas era ganguro. Le conté que mi mejor amiga tiene un hijo, lo cual me ha hecho cada vez más difícil el hablar con ella puesto que lo más cercano que yo tengo a un niño propio son mis primos y, la verdad, no logro concebir las dimensiones emocionales de la primera gripa de una criatura humana.

Al final de la sesión la introduje en las mieles de la mezcla burda e indiscriminada de idiomas: “Ganbaren Sie!” nos dijimos antes de partir. El domingo continuaremos con gramática. Estoy emocionada.

[ Moscas en la casa — Shakira ]

P.D.: Al final de la última clase de conversación en alemán, mi compañero de grupo (japonés, claro está; segundo año, tirando a bonito) me dijo que mi maleta se veía pesada, y que nos vemos en septiembre. Salí del salón con la feliz sensación de haber sido bañada en halagos.

Chorizo y degeneración

Tengo menos de dos días para encontrarle un contexto histórico/político/social a un cuento de Kafka (Preocupaciones de un jefe de familia) y expresarlo en 1800 caracteres o más (en japonés, claro está). La biblioteca cierra en tres horas. Como soy una excelente estudiante, yo, en vez de hacer siquiera el esfuerzo de rellenar hojas con citas o seguir desentrañando las notas que me copió Kitty desde su edición crítica de las obras del salaryman de Praga, he dedicado estos importantes instantes de mi existencia a recordar que dentro de tan sólo quince días mi estómago al fin tendrá el honor de volver a saborear manjares tan dilectos que aún encuentran loor en la expresión artística del siglo XXI.

Recuerden, amigos: “Llevo en mis venas colesterol, porque a mí… ¡¡¡me gusta el rocanrol!!!”

[ Just a Song About Ping-Pong — Operator Please ]

I Loves You, Porgy

George Gershwin compone, Nina Simone interpreta y mi corazón rompe en un llanto que mi rostro no ve. Es tanta la belleza encerrada en esta pieza, tanto el dolor… Siento como si la voz de Nina fluyera por mis venas, como si en esa alma —ese piano, esa voz, ¡esa voz!— estuviera mi alma fundida. No sé si alguien puede entender esta sensación… me siento tan deshecha y tan completa al mismo tiempo… y Gershwin y Nina siguen sacando todo el contenido de mi corazón, y ese contenido es una cinta de colores, una cinta interminable de alegría y dolor y miedo y esperanza…

[ I Loves You Porgy — Nina Simone ]

他在中国

Gianrico y yo nos hallamos en el mismo hemisferio en este momento. Él se encuentra en un programa intensivo de aprendizaje de idioma, tal como lo estuve yo hasta marzo de este año. Como yo, se encuentra rodeado de coreanos que estudian febrilmente, armados de traductores digitales de última tecnología. Como yo, aprende a escribir pictogramas cada vez más complejos y a leerlos de corrido. Como yo, es dueño de un fenotipo fácilmente distinguible entre la multitud.

Sin embargo, entre nosotros existen diferencias abismales. Gianrico se rellena de platillos deliciosos por el equivalente de 4000 pesos, mientras que yo con esa misma suma apenas me logro hacer a un pan y una cajita de jugo. Gianrico a veces choca contra personas amables aunque demasiado directas, mientras que yo sufro al desconocer lo que mis interlocutores realmente quieren decir. A Gianrico y a mí nos separan un huso horario, un mar y un sinnúmero de conflictos políticos e históricos.

Anoche soñé que iba a visitarlo. El paisaje era mucho menos caótico de lo que imagino que debe ser, con verdes colinas como sellos repetidos hasta el cansancio en el horizonte. Jovial como siempre, Gianrico prometía ser mi guía a lo largo de mi estadía durante la cual retomaría el aprendizaje del idioma que abandoné con pesar por el bien de uno que a fin de cuentas no ha avanzado mayor cosa. Oía mi nombre de labios invisibles—estaban revisando la asistencia; avergonzada de haber respondido “hai” miré a mi alrededor y comprobé que mis futuros compañeros de clase provenían del país en donde aquella respuesta habría sido perfectamente normal.

Es irónico saber que, a sabiendas de nuestra poco ortodoxa cercanía, sólo podremos reencontrarnos e intercambiar anécdotas y souvenirs cuando ambos regresemos a casa, a nuestro altiplano sobre el otro hemisferio. Estaré esperándolo sonriente, recordando que por esa misma puerta me habré visto salir tan sólo unos días atrás, directo hacia los brazos del cazador de las mariposas que habitan en mi estómago.

[ Barracuda — Miho Hatori ]

Seeking Viviana

El de Viviana es el primer rostro que se encuentra cuando se abre la sección “Seniors” del anuario de mi promoción. El texto es sencillo mas no minimalista y en la foto sonríe: sale bonita. En la página opuesta no hay otro rostro sonriendo sino nuestras sonrisas de épocas lejanas. Escarbamos cajas y álbumes para que al final ésa fuera la última vez que algunas de nosotras veríamos nuestros preciosos recuerdos impresos en grueso papel brillante, tal vez cubierto de marcas de dedos. Ahora esos recuerdos estarían condenados a morar exclusivamente en aquella página, al lado de Viviana.

Cuando llegué a octavo tenía la firma decisión de no volver a frecuentar a mis amigas de séptimo. En vista de que ningún grupo me recibiría, y que yo no haría ningún esfuerzo porque ello sucediera, convencida como estaba yo de que no le caía bien a nadie en aquel par de salones, resolví andar sola. Sin embargo, antes de sumirme en el solipsismo escolar me hallé pasando un par de recreos con ella, la niña nueva con la que había intercambiado un par de palabras frente al horario pegado en la cartelera. Era claro que era mayor que nosotras, y que pensaba de manera muy diferente de nosotras. Eso la hacía interesante. Ella tenía un libro listo para pasar el recreo del mismo modo que yo, pero terminamos hablando. De todos modos, al cabo de un par de días me vi sola como lo tenía planeado y empecé a frecuentar la biblioteca. El plan no duró mucho; una mañana, mientras caminaba entre las casetas donde vendían las onces, una mano salió de la nada y me agarró del brazo. Desde entonces, no estuve sola nunca más. Pero ésa es otra historia, y la mano no pertenecía a Viviana.

A partir de ahí no tengo muchos recuerdos con ella. Fue la primera persona que se quedó a dormir en mi casa, siendo prácticamente la única que no le encontraba problema a la ubicación de mi hogar. No recuerdo si estábamos haciendo un trabajo juntas o ella me había pedido prestado el Internet. Yo le mostré las maravillas de ICQ y al stalker de turno. Me dio un papelito con algunos nombres de canciones y cantantes y yo le hice el favor de buscar las letras. Una vez, ya en once, me regaló un montón de dulces y una cartita envueltos en un papel verde cuando jugamos a la amiga secreta. Sé que nos llevábamos bastante bien, pero ella corría en su propia dirección y yo en la mía. Al final ella terminó en el grupo de amigas del que yo me había separado años atrás, pero supongo que tampoco ancló allí. Ella tenía ya un pie en el mundo; el colegio era sólo un sitio más al que había que ir cinco de los siete días de la semana.

Todavía me pregunto por qué no fui capaz de preguntar por sus datos cuando nos graduamos, por qué lo sentí inapropiado. Yo sabía mientras callaba que desde entonces sería muy difícil, si no imposible, volver a saber de Viviana. Suelo preguntarme qué hará ahora, cómo encontrarla. Internet, con todos los milagros que hace, no ha sabido darme razón de ella. Me gustaría resignarme a olvidarla, pero para una persona como yo, que colecciona memorias, borrar a los protagonistas de dichas memorias es una tarea imposible.

Detrás de mí camina un sinnúmero de fantasmas, un batallón de sombras en busca de sus dueños. Cada vez que compagino con alguien estoy condenándome a recordar a esa persona por siempre. Ahora que mi curso desea reunirse después de cinco años y su nombre sale a flote de repente, la sombra que me acompaña hala de mi manga y me pide que reanude la búsqueda, que saque a Viviana de la eternidad del anuario. Estoy muy lejos, pero lo haré: esta vez con un extraño viso de esperanza.

[ Oh Lately It’s So Quiet — OK Go ]

El camino largo

Ayer me metí al bosque al que lleva aquel caminito discreto junto al lago. La tarde era soleada y, en vista de que los deberes que no he completado por los nervios que se disfrazan de pereza y hambre no me dejarían disfrutar del clima de otra manera, verifiqué que nadie viniera por el camino principal (para no levantar sospechas) y levanté el zapato desamarrado por encima de los herbajos para así poner pie en el caminito. Mientras lo hacía, pensaba en la curiosidad que siempre me ha llevado a tocar casi toda textura interesante y a gastar más dinero del debido en golosinas sólo porque me llamaba la atención probarlas.

Con Minori eran así las cosas. Nos daba curiosidad un lugar e íbamos. Fue así que fuimos a Cuba City, IA (por el nombre—no, no había nada interesante salvo una calle con los nombres de todos los presidentes en los postes de luz), St. Louis, MO (“porque esta ahí”, respondió él cuando le pregunté la razón de nuestro paseo de Thanksgiving) y, eventualmente, San Francisco, sin más excusa que la canción de Scott McKenzie. Por curiosidad tomamos el auto alquilado para avanzar por todo Napa Valley, perdernos por un bosque y terminar en Bodega Bay. Por curiosidad nos sentimos rarísimos recorriendo Castro con timidez. Por curiosidad nos comimos un cheesecake congelado cubierto de chocolate y un chocobanano congelado en pleno centro de Napa. Quién sabe si el amor que nos tuvimos contenía un poco de curiosidad, proviniendo nosotros de lugares tan distantes, explicándonos costumbres inverosímiles e inventándonos términos para todo aquello que no habría entendido nadie de cualquiera de los dos lados, nadie que no hubiera sido uno de nosotros.

Fue esa misma curiosidad la que acabó con todo cuando me encontré esperando frente al Colombo Americano a un desconocido que tenía un blog y me invitaba en japonés a tomar café.

Los sonidos de criaturas que se deslizaban a ras de suelo ante mis pasos intentaban intimidarme, pero yo iba resuelta a no mirar atrás. Había un claro donde los árboles se hallaban inexplicablemente desprovistos de hojas, un punto en el que el cielo se agrandaba brevemente. A mi derecha se hacía visible el lago cubierto de flores de loto. Una rama seca rasguñó mi tobillo, pero fue apenas superficial. Pronto se volvió a escuchar el sonido de los carros.

El camino se ensanchó hasta desaparecer en una superficie uniforme de hojas secas y tierra compacta con árboles distribuidos más o menos uniformemente. Un poco más y volvió a salir el sol sobre el instituto de investigación forestal y de agricultura, que se hallaba justo al cruzar la calle. De un brinco crucé el límite hacia el asfalto y reanudé la marcha hacia el dormitorio, que se hallaba como siempre en absoluto silencio.

[ Nightingale — Norah Jones ]

Paranoia

Imagino que cada vez que entro a la biblioteca, las señoritas de la recepción siguen mi maleta con la mirada y suspiran, “otra vez la extranjera de los computadores”.
Imagino que cada vez que doy muestras de estar en mi habitación mi vecina urde una complicada estrategia para acabar conmigo (y mi música) sin ser delatada.
Imagino que cada estudiante del Africa sub-sahariana que pasa y me mira fijamente conoce perfectamente el juramento de venganza que el nigeriano desconocido al que le rechacé una invitación a salir pronunció aquella oscura, oscura noche.
Imagino que las palomas que me despiertan cada mañana se pasean por el balcón esperando el momento en que yo corra el anjeo para invadir el de por sí caótico cuarto y cubrirlo de plumas y guano, tal como hicieron con mis chancletas de colgar la ropa afuera y el cepillo de lavar el piso.
Imagino que cada palito que piso en el puente que conduce de la universidad al dormitorio es en realidad una blanda y fría lombriz cuya vida estoy truncando de la manera más repulsiva.
Imagino a Herr Rude en traje de la SS y tengo que sacudirme para volver a ver la dulzura en los ojos de un profesor de alemán cuya voz parece caminar en puntas de pies sobre cáscaras de huevo.
Imagino que el pastizal que crece frente a la cancha de fútbol es un escenario ideal para tomar fotos en un día soleado, pero que bajo las briznas doradas se esconde un sinfín de criaturas que haría de aquella sesión de fotos la última.
Imagino que Tsukuba es el último asentamiento humano antes del mar de arrozales que precede al océano que me separa de todo aquello que amo y extraño, y que mi dormitorio es el último solitario conjunto de edificios erigido antes de rendirse los constructores ante la omnipotencia de la vegetación.
Imagino que quien siga aquel caminito hacia el bosque después del lago se perderá inexorablemente, tal como se perdió Desirée en la bayou al final del cuento de Kate Chopin.

¿Y si en vez de ir a clase mañana yo tomara ese caminito…?

[ Je Suis Jalouse — Emily Loizeau ]