Ich träumte von China

China no es un país reconocido en el mundo por su defensa de la libertad de expresión. Páginas tan útiles e interesantes como la Wikipedia permanecen fuera del alcance del público gracias a la práctica de la censura en Internet. Gracias a ello me vi obligada a refrenar mis impulsos de escribir durante quince días. Quince días sin poder consultar la Wikipedia ni mis feeds en Bloglines. Sin embargo, fueron los quince días más emocionantes que hubiera tenido en un buen rato.

Sí, estuve en China. Y sin embargo puedo decir tan poco al respecto. Podría limitarme a ondear la bandera de la jactancia y hablar de la forma serpenteante de la Gran Muralla, de cómo horas de caminata fueron insuficientes para conocer la Ciudad Prohibida o del cielo del más puro azul que nos recibió en el Templo del Cielo, pero eso significaría subestimar a mi compañera de viaje, a nuestro anfitrión, a la gente y los paisajes.

Cuando tomé el bus de regreso a Tsukuba desde el aeropuerto de Narita me quedé dormida un par de minutos. Desperté desconcertada, esperando encontrarme aún en algún punto del trayecto Tianjin-Beijing, o en la inmensa cama que me habían cedido.

¿No podría simplemente haberme quedado allá? Habría asistido a clases de chino con juicio y desayunado barras de trigo soplado y paquetes de aquel Milo que viene mezclado con cereal. Ya me las arreglaría sin blog; me sentaría en las noches a escribir a su lado en silencio, o nos mostraríamos videos y canciones hasta el aburrimiento, o compararíamos traducciones en diferentes idiomas. Y hablaríamos. Hablaríamos tanto—¿alguien me puede explicar por qué el tablero está dispuesto de esta manera? Moví mi ficha al otro lado del mar pero tuve que devolverla. Ahora sólo espero la posibilidad de una siguiente jugada.

Quiero tener la certeza de que hoy no despierto de un largo sueño invernal. Necesito saber que lo maravilloso es susceptible de ser visto más de una vez, que podré volver, ver más, sobrecargar mis ojos de belleza, seguir haciendo realidad las fantasías inalcanzables.

[ Dernier lit — Emilie Simon ]

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