The Food of Love

Aunque no lo crean, se puede ver música en cualquier parte. No videos musicales, no; música.

Arhuaco ve música en los números de una conjetura sin resolver.

Este señor ve música en los pájaros que se posan en los cables de la electricidad.

No siempre nos damos cuenta pero todo, todo es susceptible de llevarnos a una melodía. Todo nos arrastra hacia aquellos instantes en los que el aire danza como las briznas de susuki hasta tocar nuestros tímpanos y agarrarnos el corazón como una mano incrustada en nuestro pecho. Lo mejor es que, inconformes con la brevedad de aquel dolor, lo repetimos una y otra vez.

La música está en todas partes, pero solo por si acaso, yo siempre la llevo en mi cabeza.

[ 幻想の花 — BUCK-TICK ]

The Hardest Thing About Flying Is Takeoff

The Hardest Thing About Flying Is Takeoff

[ Spark — The Bird and the Bee ]

雑魚寝

La primera noche duermen abrazados. Después el fastidio del calor corporal puede más que lo que sea que une a dos personas que comparten la cama voluntariamente. Esto se aprecia particularmente después de la media noche, cuando uno de los dos no puede conciliar el sueño por una u otra razón y el otro está completamente ido. El insomne reclama atención pero es inútil: a su lado ya no yace un ser humano sino una roca blanda. A eso sumémosle el agravante del robo de cobijas, que a veces no es tan terrible pues el ladrón suele tener la gentileza de dejarle a la víctima una mísera sábana. Y vaya usted a saber cómo hacérselo saber al culpable sin dejarle el corazón retumbándole en los oídos. Son delicados, los durmientes.

No obstante, hacia las cinco de la mañana las partes involucradas recobran parcialmente la conciencia y el fastidio del calor corporal vuelve a perder importancia frente a lo que sea que une a dos personas que comparten la cama voluntariamente. Pronto abrirán los ojos y sonreirán al descubrirse tan cerca. Esa parte es bonita.

[ She’s Got a Way — Billy Joel ]

Draumur dauðans

La última vez que soñé con mi propia muerte fue en 2007. Me iban a ejecutar. Por esa época la idea de morirme de verdad no me era del todo esquiva (gracias, Ichinoya, dormitorio del demonio), pero la vívida certeza del fin derritió de golpe el hielo que se venía cristalizando dentro de mi corazón y que amenazaba con darme la suficiente sangre fría para asestarme una estocada mortal tarde o temprano. Se puede decir entonces que el sueño me salvó la vida, en cierto modo.

Existen tres o cuatro instancias anteriores a esta en las que soñé que moriría, siendo la más emocionante una en la que yo era una insurgente que luchaba contra un gobierno opresivo en un país que bien podría ser Grecia. Después de una persecución espectacular por callejones y trastiendas me aprehendían y llevaban en helicóptero a una isla-cárcel en medio de un lago. Al aterrizar yo salía corriendo, abriéndome paso desesperadamente entre un pastizal, pero una guardia me disparaba en la base de la espalda. Boca abajo la sentía aproximarse mientras el calor de la bala se extendía por mi carne. Cuando se disponía a darme el tiro de gracia en la nuca, desperté.

También soñé una vez que una babosa gigante me aprisionaba en el suelo y poco a poco aplastaba mis costillas, asfixiándome. Es angustiante saber que se perecerá a manos de una viscosa mole viviente y no hay nada que se pueda hacer al respecto. Esa vez el despertar fue paulatino: entender que no se está boca abajo sino boca arriba, no bajo un monstruo sino sobre una cama, que queda al menos otro día para andar por ahí.

No he vuelto a soñar que voy a morir, pero los sueños siguen gobernando mi vida. Así ha sido siempre: el universo de mis quimeras tiene directa influencia sobre los senderos de mi vigilia. Es por eso que he decidido consignar estas maquinaciones nocturnas a ver qué se traen entre manos. Vaya anotando, señor Jung.

[ Como cada noche — Camilo Sesto ]

暗闇、モン・アムール

Volver a casa entre gris y negro, una mano en el manubrio y la otra ocupada en una paleta de mikan. La falda al vuelo ondeando en la brisa de otoño.

Cruzar un bosque—el mismo que ayer por sus bordes dejara entrever a un estudiante colgando su ropa en el balcón, uno solo como tantos solos en sus cajitas. Nadie existe ahora; todos se han convertido en parches de luz ahogada sobre las fachadas indistinguibles.

Seguir el cauce de estos tétricos ríos de sumi desprovistos de piedras bajo la luna que se diluye en el silencio como una pastilla efervescente. Alguna vez sentí terror en medio de este paisaje de Calisto. Hoy, sin embargo, este produce en mí una inexplicable sensación de completud, la más pura de las dichas.

[ Heart Condition — Let’s Go Sailing ]

1DK和室7畳

No hace falta más espacio cuando se sabe que nunca habrá nadie a quién hacerle lugar.

Ojalá mi corazón fuera así de pequeño.

[ ニンギョヒメ — 田中理恵 ]

Playera, remera, polera

Esa noche ambos llevábamos camiseta bajo la chaqueta. La de él tenía una fórmula cuya importancia nos reveló entre cucharadas de sopa. La mía, una cita de Maria Callas: “I don’t need the money, dear. I work for art.”

How apropos, n’est-ce pas?

No sé por qué de repente me acordé de esto. Creo que es porque hoy tengo puesta una camiseta del Institute of Materials Structure Science del KEK. De repente me siento slightly out of character.

[ How Now — The Jealous Girlfriends ]

Photon Factory

Hoy fui con Azuma a conocer el KEK, haciendo realidad un sueño que tenía desde… desde que me enteré de que había dos aceleradores de partículas en el pueblito arrocero que es mi hogar. Como consta en el recuento de mi primer encuentro con este instituto, el lugar me intrigaba no solo por ser una de esas monstruosidades tecnológicas que uno no esperaría ver jamás en la vida, sino también por lo sonoro de los nombres de sus dependencias—en especial una llamada Photon Factory. Pues bien, hoy estuve dentro de la dichosa fábrica de fotones. Y fue genial.

Ahora, no pregunten qué hacían una talabartera y una tejedora de nudos marineros en un centro de investigación de altas energías. Algunos dirán que lo que a mí me interesa no es la ciencia sino los científicos, pero esa es una discusión que no viene al caso. Conocer un acelerador de partículas es una experiencia de esas que uno no sabe si tuvo o no porque quién sabe en qué momento es que uno resulta con un casco en la cabeza siguiendo una circunferencia gigante de tubos y cables y mandos de todos los colores mientras un señor explica cosas que uno no entiende en un idioma chistoso. Eso, por lo general, solo ocurre en fase MOR.

Lamentablemente la mañana voló y después de tomar un par de fotos en escenarios alucinantes tuve que regresar a mi vida normal para que me pagaran por escuchar a un Tesoro Nacional de por ahí ciento ochenta años de edad cantar unas canciones alemanas que le habían enseñado en el bachillerato.

Siguiente destino: la JAXA.

All Gone, All Gone!
El último asentamiento humano se encuentra aún lejos.
Si consigues esquivar a los robots tal vez logres llegar allá con vida.

[ Across the Universe — The Beatles ]

Parlez-moi

He de aceptar que soy una persona bastante afortunada entre todas las que aterrizan en el desértico mundo de los pregrados en Tsukuba. Después de dos años y medio, la gente de mi facultad se ha acostumbrado a mi presencia, incluso la ha llegado a aceptar con cierto agrado. Ahora no es raro verlos levantar una mano para saludarme por los pasillos o sonreírme cuando me pasan hojas desde el pupitre de adelante. Nadie me ha vuelto a preguntar si vengo de intercambio o cuándo es que me largo de Japón al fin. Hoy, incluso, una desconocida se me acercó mientras le ponía candado a la bicicleta.
—¿Vas a clase de francés?—me preguntó en inglés. Sin miedo.
—Sí.
—Yo también. Vamos juntas.
(Tres hurras por mí que no recuerdo a mis propios compañeros de clase.)
Mientras esperábamos el ascensor se me ocurrió preguntarle qué tal estuvieron sus vacaciones, esperando a lo sumo un monosílabo y una cara de bochorno. Sin embargo…
—Bien. ¿Y las tuyas?
—Excelentes.
—¿Regresaste a tu país?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo?
—Mes y medio.
—Oh, ¡casi todas las vacaciones!
Abordamos el ascensor. Yo aún mantenía la expectativa del silencio avergonzado. Pero entonces,…
—¿Cuánto tiempo tarda ir de aquí a… Colombia es que es?
Estupor.
—Sí. Colombia. Unas veinte horas.

Estaba convencida de que el intercambio llegaría hasta ahí. En serio, ya era demasiado. Pero no, no, la niña siguió mis pasos largos para sentarse al lado mío en clase. Esto era apoteósico. Y como si fuera poco—esto sigue y sigue—me propuso que hiciéramos un dúo para la presentación en francés que tenemos de tarea este trimestre (yo tenía planeado cantar sola). Al final quedé con sus datos de contacto y una sensación de qué-rayos-pasa-aquí, la cual podría haberse disipado rápido de no ser porque tras la clase una amiga de esas de saludar y despedirse decidió contarme detalles de su vida privada y me hizo consultorio sentimental. Una japonesa. A mí.

Tomo aire y hago un contraste entre el día de hoy y el miércoles, cuando vi a una estudiante de arte esconder la cabeza entre el hombro cual paloma perchada al oírme preguntarle algo para un ejercicio en grupo en mi primera clase de fotografía. Al otro lado de la mesa se encontraba sentada Azuma, lidiando con el mismo problema de fantasmagoría, tal como lo ha venido haciendo desde que nos enviaron a este lugar a mejorarnos de la pensadera. Ahí estábamos, reducidas a espejismos horríficos. Entonces me di cuenta de lo privilegiada que soy al pertenecer a Culturas Comparadas, y los sucesos de hoy me convencen aún más de ello. La facultad de arte es, indudablemente, un habitáculo para bloques de hielo.

[ Rien que nous au monde — La Grande Sophie ]

Lectura de tren

En algún vagón de la línea 1 del subway de Nueva York, Minori le pide a Olavia Kite material de lectura para el largo camino que les espera.

Olavia escarba en su cartera y saca The Feminine Mystique.

Minori abre los ojos desmesuradamente y devuelve el libro en el acto.

[ Field Below — Regina Spektor ]