Overpaid

Ayer el TA de francés (que también es una especie de supervisor de TAs extranjeros) nos convocó a mi jefa y a mí a una reunioncilla después de una de las clases en que trabajo. Tras listar un par de nimiedades burocráticas, el señor mencionó que probablemente me están pagando de más. Esto obviamente no lo hizo de manera directa, sino que casualmente preguntó: “¿Está bien que le paguen esa cantidad?” Confusa le dije que suponía que sí y mi jefa agregó que tal vez incluso deberían darme más. Entonces el señor soltó la bomba: los de la universidad estaban pensando que probablemente mi sueldo era excesivo. Este comentario y sus posteriores intentos inútiles de explicarlo estuvieron acompañados todo el tiempo de aquella pregunta, como si de una absurda letanía corporativa se tratara. Hasta entonces yo venía traduciendo lo que el TA me decía en japonés a inglés para que mi jefa entendiera, pero de repente estuve convencida de que no estaba comprendiendo nada. Entonces mi jefa lo instó a hablar en una lingua franca:
“Tu parles français, n’est-ce pas?” (Tú hablas francés, ¿no?) dijo ella.
Él soltó una risita avergonzada.
“Est-ce que tu penses que je devrais recevoir moins?” (¿Acaso piensas que debería recibir menos?) protesté yo.
El señor no se atrevió a abandonar el japonés (¡pese a que hace un par de semanas sí fue capaz de sostener toda una conversación conmigo en francés!). Adujo que soy la única que gana lo que gano, que los demás no reciben tanto, que sí, eso fue lo que me prometieron pero que “¿de verdad le parece bien ganar todo eso?”

Odio odio odio esta maldita manía de los japoneses de forzar su punto de vista sobre uno. Tienen que lograr a como dé lugar que yo consienta algo a lo que me opongo para lavarse las manos y dejarme el bulto a mí. Pero, ¿¡a quién se le ocurre tratar de convencer a un empleado ya contratado de que demande que cambien las condiciones de su contrato!? ¡¿Esperan acaso que yo realmente les pida el favor de que me paguen menos?! Claro, es que esos billetes ya los tengo repetidos; mejor se los devuelvo.

En la noche fui al concierto de Franz Ferdinand en Tokio. Toda la bilis se evaporó en aullidos y saltos, en el ensueño de la figura lejana de Alex Kapranos y su voz que se me metía por las botas de los pantalones y salía por el cuello y las mangas de la camiseta. Salí del Tokyo International Forum con la sensación de tener dos cilindros largos por orejas, el corazón en una especie de estado post-orgásmico y las manos en los bolsillos de la chaqueta verde. Los edificios estaban iluminados como si en el vidrio y el metal se resumiera toda la belleza del mundo. En los restaurantuchos bajo la vía férrea había salarymen cuchareando las cenizas de su ánimo y ayudantes de cocina que me veían pasar mientras lavaban utensilios. A través de una vidriera se veía una cajera anciana con los ojos fijos en la nada oscura. El clima era sumamente agradable. Entonces maldije a Japón por hacerme enamorar de él cada vez que lo odiaba.

[ This Fire — Franz Ferdinand ]

Premiers Symptômes/5

Llegar al apartamento toda emparamada por ir a traerle sushi y piña para la cena tiene que haber significado algo, aunque no me hubiese percatado de ello. Era obvio que no tenía por qué hacerlo. Al fin y al cabo, él era tan solo un invitado. Sin embargo, me había dicho que le gustaba la piña y hacía tiempo no la probaba, y no estaba segura de que pudiéramos ir a comer sushi juntos antes de que siguiera su camino por Japón… No sé; yo solo pensé al entrar y encontrármelo que debía verme horrible con el pelo mojado y alborotado.

—Te traje un regalo pero tú no lo viste—, declaró él tras el postre.

Miré hacia todos lados, algo avergonzada. Cuando finalmente encontré en mi muro de postales una de Escher que él me había traído de Yokohama, mis manos se extendieron sobre una pared invisible tras la cual se escondía la curiosidad de cómo sería abrazarlo.

Afortunadamente para mis gélidos temores, al cabo de unas horas él tomó a Banao de picahielo y se abrió paso entre los témpanos que marcaban la frontera entre dos futones dispuestos en forma de L.

Aquí es donde termina el prólogo y empieza la historia.

[ Close Your Eyes — Basement Jaxx ]

Premiers Symptômes/4

(Escena: apartamento de Olavia Kite. El recinto está dividido en dos espacios: cocina y alcoba. Contra las paredes de la cocina hay arrumes de papeles, una caja rebosante de bolsas, un tablero de acrílico y un morral grande. Al lado de este se encuentra un trípode para cámara convertido en perchero improvisado del que pende ropa de hombre. Azuma entra en escena por la cocina mientras se abre el telón. Olavia la guía hasta la alcoba, donde señala dos futones dispuestos en L.)

Olavia. Se puede adivinar cuál es el de quién.

(El futón que está contra la ventana está enterrado bajo una montaña de cobijas entre la que se vislumbra una pijama. El que está contra el armario tiene las cobijas perfectamente dobladas en una torre coronada por un banano de peluche.)
Olavia. (fingiendo indignación) ¡Cogió a Banao de almohada!

Azuma. (horrorizada) ¡Pobre Banao!
Olavia. Y ahora mi trípode es un perchero.
Azuma. (indignada) ¡No!
Olavia. Y mira esto. ¡Mira esto!

Azuma. ¿Qué?
(Olavia abre la puerta del baño y señala el paisaje marino de gelatina que decora la pared de la ducha.)
Olavia: ¡Ahora hay un pulpo comiéndose un pececito! ¡Ha alterado mi ecosistema de gelatina!
(Azuma ríe, aunque aún indignada.)
Olavia. ¿Y sabes qué me dijo cuando le pregunté al respecto?
Azuma. ¿Qué?
Olavia. “El pulpo necesita alimentarse”.
Azuma. (de repente enternecida) Awwww.
(Olavia también ríe. Se la adivina conmovida.)
Telón.
[ The Limit to Your Love – Feist ]

Premiers Symptômes/3

La única habitación de mi apartamento tiene el piso de estera, así que al aceptar mi invitación él estaba accediendo a pasar un fin de semana durmiendo prácticamente a ras del suelo. También cabía la posibilidad de hacerse a una silla reclinable en caso de requerir mayor elevación, pero ese era solo un chiste recurrente en nuestro intercambio de correspondencia.

Dispusimos los futones perpendicularmente, uno contra el clóset y otro contra la ventana que da al balcón. Él se apropió de Banao (mi banano de peluche gigante) para usarlo como segunda almohada, un poco para mi horror. No obstante, opté por no protestar: seguramente a Banao no le molestaría ayudarlo a descansar un par de noches. Me metí entre las cobijas y le pedí que apagara la luz. Hasta mañana.

A las 6:15 el sonó una canción de los Ulfuls a modo de despertador. Él refunfuñó y siguió durmiendo, pero yo me levanté a preparar el desayuno. En el camino me detuve un momento a observarlo. No roncaba. Se veía bonito así.

[ A Sorta Fairytale — Tori Amos ]

Premiers Symptômes/2

Tokio parecía una postal. El bus que me traía desde Tsukuba recorría las calles atestadas de gente tan típicamente pintoresca que bordeaba las paredes tan típicamente grises pero llenas de letreros tan típicamente chillones, que pensé que este sería un buen día para su arribo. Hoy lo vería todo tal como lo venden por fuera.

Un shinkansen pasó raudo sobre el laberinto escheriano de las vías. Podría ser el suyo, en caso de haber perdido el que salía más temprano. Me gustaba la idea de estar viéndolo llegar, pero también cabía la posibilidad de que ya estuviera esperándome en la estación. El tráfico en las carreteras japonesas suele ser traicionero, y yo ahora avanzaba impotente frente a tienda tras tienda tras tienda con una cuchillada en la espalda.

El corredor que conecta la puerta Nihonbashi con las tres puertas Yaesu se estiraba como en una pesadilla de esas en las que uno corre y no alcanza. Yo me dirigía justo a la última, la Yaesu South. Mis piernas enfundadas en medias amarillas se hicieron una sola pincelada larga que se fue borrando sobre la superficie sinuosa del camino para ciegos, y por un instante algo en mi estómago pareció intentar tomar vuelo. No pude explicármelo: él era apenas un viejo conocido con quien había desayunado en Bogotá una vez el año pasado.

No alcancé ni a corregir el rumbo para buscar los torniquetes cuando lo vi apostado junto a su inmenso morral. Lo vislumbré por un fragmento de segundo, luego desapareció tras la gente y las columnas, y luego definitivamente estaba ahí.

No hubo abrazo ni beso ni nada. Le eché la culpa a Japón y sus muros interhumanos, pero la verdad es que ninguno de los dos estaba acostumbrado.

[ Una nube cuelga sobre mí — Los Bunkers ]

Premiers Symptômes/1

Esa noche me llamó desde Kobe. Yo estaba dictando clase. Los estudiantes se rieron cuando les hice todo tipo de venias para pedir perdón por la interrupción, teléfono en mano con holas entrecortados, y salir corriendo de la biblioteca.

No recordaba que su voz fuera tan agradable. Eso debería haberme dado una pista de lo que se avecinaba.

[ All My Life — Foo Fighters ]

El clóset

Hoy en clase de Introducción a los estudios de género me tocó dirigir una discusión sobre el hecho de salir del clóset en la universidad. En uno de los grupos en los que se había dividido el salón una coreana comentó la reacción de un amigo cuando ella le contó que tenía novia.

Lo sabía. Nunca me lo dijo directamente, pero lo sabía.

En primer año habíamos participado en una acalorada discusión sobre ya no recuerdo qué en la otra clase de la cual soy TA. Recuerdo esa mirada, esa mirada según la cual uno entiende. Escuchó mi defensa apasionada, me dijo que me calmara, y yo lo supe.

Esa tarde, u otra tarde tal vez, salimos caminando juntas y me invitó a su casa. Acepté a sabiendas de lo que ello podría acarrear—tal vez deseándolo, incluso, pero manteniendo cierto dejo de inocencia—. Sin embargo, el plan nunca llegó a consumarse: casualmente mencioné la existencia de un hombre en mi vida y de inmediato comprendí los alcances de mi ingenuidad al ver cómo su rostro se endureció. No volvió a dirigirme la palabra desde entonces.

Otra participante del grupo mencionó que si ella fuera lesbiana o bisexual y saliera del clóset en la universidad, seguramente sus profesores la recordarían perfectamente. Señalé cómo para las minorías suele anteponerse la orientación sexual a la identidad, como si uno fuera homosexual antes de ser uno. Me puse entonces a pensar en lo insensato de una sociedad en la que existe la necesidad de “salir del clóset”, anunciarle a todo el mundo algo que en últimas es privado y no lo define a uno exclusivamente. ¿Llegará el día en que todos podamos simplemente ser?

Al final de la clase, la coreana se me acercó.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos.
Sonreí. Le pedí que me anotara sus datos en un papel, pues había dejado el teléfono en casa. Pienso escribirle pronto, a ver si nos tomamos un café.

[ Dès que j’te vois — Vanessa Paradis ]

Algunos habrán notado mi prolongada ausencia de estas líneas. No hay razón para alarmarse; no ocurrió nada malo y este blog no va a cerrar por desidia. La verdad es que andaba ocupada siendo inmensamente feliz. Aún necesito tiempo para entender qué pasó, cómo fue que me pudo caer tanta dicha como un piano sobre la cabeza. Cuando lo sepa, les contaré.

[ 3×5 — John Mayer ]

JAXA

Ayer fui a conocer la JAXA con Azuma. Estuvimos mirando satélites, cohetes y videos de la luna en alta definición entre ancianos de una era geológica de edad y niños con el pelo castaño nuevecito. Algunos estaban disfrazados de astronautas, y nadie se veía aburrido o cansado. Visitar institutos científicos es un plan familiar muy popular en Tsukuba.

El programa del día fue bastante sencillo: escuchamos el sonido de un cohete al despegar, comimos masmelo congelado en nitrógeno líquido, almorzamos pollo con papas y nos tomamos fotos haciendo idioteces por todo el lugar.

Parte de la tarde la pasamos sentadas en unas sillas plásticas plateadas de diseño ultra-futurista, reflexionando sobre lo que ha significado vivir en Japón para nosotras. Por lo pronto yo sé que vine a este archipiélago buscando algo sin saber qué era, y creo que lo encontré: me encontré a mí misma.

Gigantic Disco Ball
¿Una bola disco gigante? ¡No! Es el Satélite Geodésico Experimental “Ajisai”.

[ 凛とする — 元ちとせ ]

Música para planchar: La balada romántica fuera de Iberoamérica

Partamos de lo siguiente: la música para planchar no existe. “Música para planchar” es solo el nombre peyorativo dado en la primera década del siglo XXI a la balada romántica el pop en español de los años 70 y 80 (con rezagos de los 60 y otro tanto de los 90). Decir que esta música es “para planchar” es asumir que quien la escucha es la persona que hace el oficio en la casa. Es gracias a esta asociación más bien clasista que este género se ha sido vendido en su revival como el ingrediente kitsch de las fiestas dosmileras, aun cuando no es más que la misma melosería radiofónica de siempre, solo que vieja y en nuestro idioma. Por el momento concentrémonos en la balada romántica, que es la que inevitablemente se asocia con electrodomésticos quemantes.

La balada romántica suele considerarse un fenómeno exclusivo de los países hispanohablantes. Sin embargo, al hacer un paralelo entre cantantes populares de diferentes países entre los 60 y 80, se encuentran más similitudes que diferencias. Tampoco es que la música en español haya llegado después: Raphael hizo su debut internacional antes que Nicola di Bari, y aún así Wikipedia insiste en llamar al segundo influencia del primero. Por más que se quiera conferir a la balada romántica en español un estatus especial, la verdad es que no existe gran diferencia entre esta y la música popular en otros idiomas. Muchas de las canciones que nuestros padres suelen evocar son simplemente versiones en español de tonadas populares en inglés, francés e italiano. ¿El ejemplo más contundente? Yuri y “La maldita primavera”. ¿Original de ella? No, señores. “Maledetta primavera” es de Loretta Goggi.

Pero entonces, ¿por qué ignoramos a los exponentes de la balada en otros idiomas a la hora de reírnos de la sensiblería vintage? Simple: el encanto de la mal llamada “música para planchar” reside únicamente en su cualidad para evocar recuerdos de consultorios de infancia y voces provenientes del cuarto de atrás de la casa, de aquellos tiempos en los que no había Modernois para recomendarles a nuestras tías a Patty Pravo. Lamentablemente las disqueras no parecen recordar tanto como nosotros, pues insisten en embutirnos a los mismos tres cantantes con las mismas tres canciones.

Creo que nuestras reminiscencias de radios mal sintonizadas en buses del colegio, cocinas y salas de espera no deben distar mucho de aquellas de radios mal sintonizadas en, digamos, Japón. La diferencia radica en el idioma y en el hecho de que en Japón a nadie le parece frondio escuchar baladas viejas. Por cierto, el nombre de la balada romántica en Japón es enka, y aún hoy goza de increíble popularidad. A continuación, un breve mostrario de la balada romántica en países no hispanoparlantes.

La Prima Cosa Bella – Nicola di Bari (Italia, 1970) Aquí gana el Festival de San Remo cuando nadie daba un peso por él. Es emocionante verlo cantando tan sencillo y contento en medio de las ovaciones.

Lieveling – Xandra (Holanda, 1979)

Jeans Blues – Meiko Kaji (Japón, 1974)

Serge Gainsbourg – Sous le soleil exactement (Francia, 1970)

Barbaad-e-Mohabbat Ki Dua – Mohammed Rafi (India, 1976)

Ani de liceu – Stela Enache & Florin Bogardo (Rumania, 1989)