Hoy en clase de Introducción a los estudios de género me tocó dirigir una discusión sobre el hecho de salir del clóset en la universidad. En uno de los grupos en los que se había dividido el salón una coreana comentó la reacción de un amigo cuando ella le contó que tenía novia.
Lo sabía. Nunca me lo dijo directamente, pero lo sabía.
En primer año habíamos participado en una acalorada discusión sobre ya no recuerdo qué en la otra clase de la cual soy TA. Recuerdo esa mirada, esa mirada según la cual uno entiende. Escuchó mi defensa apasionada, me dijo que me calmara, y yo lo supe.
Esa tarde, u otra tarde tal vez, salimos caminando juntas y me invitó a su casa. Acepté a sabiendas de lo que ello podría acarrear—tal vez deseándolo, incluso, pero manteniendo cierto dejo de inocencia—. Sin embargo, el plan nunca llegó a consumarse: casualmente mencioné la existencia de un hombre en mi vida y de inmediato comprendí los alcances de mi ingenuidad al ver cómo su rostro se endureció. No volvió a dirigirme la palabra desde entonces.
Otra participante del grupo mencionó que si ella fuera lesbiana o bisexual y saliera del clóset en la universidad, seguramente sus profesores la recordarían perfectamente. Señalé cómo para las minorías suele anteponerse la orientación sexual a la identidad, como si uno fuera homosexual antes de ser uno. Me puse entonces a pensar en lo insensato de una sociedad en la que existe la necesidad de “salir del clóset”, anunciarle a todo el mundo algo que en últimas es privado y no lo define a uno exclusivamente. ¿Llegará el día en que todos podamos simplemente ser?
Al final de la clase, la coreana se me acercó.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos.
Sonreí. Le pedí que me anotara sus datos en un papel, pues había dejado el teléfono en casa. Pienso escribirle pronto, a ver si nos tomamos un café.
[ Dès que j’te vois — Vanessa Paradis ]