Olavia Kite modela para una propaganda de seguros de vida. O de gaseosa. O de universidades.
Qué bueno que no nos suicidamos cuando hubo oportunidad porque no habríamos visto el parque.
El parque está a 5km de nuestro edificio. Uno baja por toda la avenida Oeste, pasa el centro, pasa frente a ese establecimiento sospechoso que se llama “La universidad del sauna” y huele a jabón líquido, pasa frente a ese restaurante de sushi que ya cerró —no hacen sino quebrar los negocios en Japón— y llega. ¡Es todo un mundo de verdor para nosotras dos! Y para las familias con bebés. Y para las parejas de amigas. Y para las parejas de novios. Y para las parejas de viejitos. Y para los perros. Y para los hurones. Y para los patos.
Buscamos el lago, extendemos un mantel (en realidad son sobras de los ejercicios de modistería de Azuma) y comemos delicias del combini. Bueno, “delicias” es un decir: ramen con verduras, sándwich de huevo. Recuerdo París con Cavorite. “¡Nuestro restaurante favorito!” solíamos exclamar señalando la entrada del Monoprix. Sandwich jambon crudités. Para mí una Orangina, siempre una Orangina.
Al otro lado de la calle está la JAXA. Así pues, en una cuadra hay gente entrenando para la próxima maratón y en la otra hay astronautas entrenando para usar Twitter desde bien lejos. Al borde está la pastelería austríaca que examinamos desde afuera con tanta curiosidad porque viviendo acá alcanzamos a imaginarnos que Europa es así. En el imaginario Japonés Laura Ashley es la diseñadora de interiores de la UE. “Frisches Brot” dice un letrero en forma de pretzel. “Geschlossene Gesellschaft” dice otro. Lo que faltaba, una pastelería existencial.
Saco el ukulele y toco un rato. No me acuerdo de las letras de las canciones. Un extranjero pasa y me pregunta si soy de Suramérica. Sí. Que muy bonito. Que muchas gracias. Se va. Creo que este señor piensa que esto es un charango. ¡Ni siquiera estaba cantando en español!
Mira, Azuma, si toco esta nota así ese señor que está soplando burbujas allí se ve todo dramático. Es verdad. Y si cierras los ojos y escuchas el ukulele se siente rico cómo te da el viento y el sol en la cara. Nos explayamos y dormitamos como si esto fuera Mata’pang Beach.
Llega esa hora en la que toca sentarse porque los árboles al otro lado del lago, que todo el día han estado ahí sonriendo sin pensar de a mucho, de repente recuerdan algo que los hace bajar la mirada un poco. Se encienden los árboles pensativos del final del día: ese es mi verde favorito. El verde favorito de Azuma viene inmediatamente después, cuando empieza a oscurecer.
Volveremos el próximo domingo. Y todos los domingos que sea necesario. Considérenlo una obsesión con sentirse vivo.
[ Sunday — Sia ]