Las joyas de nuestra amiga muerta

Hay que visitar a la madre de nuestra amiga muerta. No debemos dejarla abandonada ahora que no está su hija. Somos tres: nosotras dos y el hijo de ella. La madre de nuestra amiga muerta nos espera con una sonrisa radiante. Llevamos postre en una caja mojada, nos da almuerzo, nos da otro postre, nos regaña por no repetir. Hay preguntas generales, lo de siempre, dónde viven y dónde vivirán. El niño pide agua.

La madre de la amiga muerta habla de un acné que hace diez años curó, de un novio cubierto de capas de olvido, de episodios borrosos con conocidas ahora desconocidas. Pregunta por el presente, mira al hijo que la amiga muerta no llegó a conocer ni en proyecto, insiste. Qué pasa. Qué hay. Qué más. Ambas agachamos la mirada con la excusa de alguna frase ingeniosa del niño. Al menos ella puede abrazarlo y ausentarse brevemente. Mis ojos atraviesan la sala, una mirada sostenida con palos, con el tensor de mi sonrisa que en cualquier momento puede reventar. El niño se retuerce un poco y pregunta si ya nos vamos.
Cuando no está atenta, ella y yo nos miramos. La madre quiere que el niño aprenda a rezar, que nos casemos, que vivamos nuestra vida como buenas hijas de dios. El niño pregunta si el ángel de la guarda hace referencia al señor guarda.
La madre de nuestra amiga muerta desaparece un momento. Vuelve cargada de cosas. Cinturones pasados de moda, pulseras hechas a mano en el hospital, un reloj dorado, un collar de lapislázuli, ropa que a todas luces no nos queda a ninguna de las dos. Hace tiempo recibimos otro cargamento igual. No somos capaces de usarlo ni regalarlo. Y así pasan las eras y aún puedo ver la cicatriz gigantesca en la pierna de nuestra amiga recostada en aquel sofá contra la ventana. La madre dice que nos vemos iguales que antes pero lo único que es igual es este apartamento congelado y ella dentro de él, y nuestra amiga que pasan los años y sigue muerta.

[ Dear Prudence — The Beatles ]

En orden de importancia

Hace dos años entregué tarde un trabajo para la profesora que después sería mi jefa de TA. No había excusa, simplemente me fui a un concierto de Billy Joel en vez de hacer el trabajo. Supongo que la nota baja me la puso solo por el dolor de saber que para mí Billy Joel era más importante que su clase. Y bueno, la verdad es que Billy Joel sí es más importante que muchas cosas. Ya había sido más importante que mi examen final de historia de Japón en Tokyo Gaidai, el que decidiría si al fin habría que enviarme a Shimane a orear calamares por cuatro años. Pude haber terminado aislada del mundo por allá quién sabe en qué arrozal, pero afortu—ah.

[ Freedom — Erasure ]

Cosas que pasan cuando uno estudia alemán en Japón

Yo: Hi. [ Hola. ]
Compañera: Where are you going? [ ¿Adónde vas? ]
Yo: There. [ Allí. ]
Compañera: The bakery? [ ¿La panadería? ]
Yo: Yeah. [ Sí. ]
Compañera: 行ってきた。 [ Vengo de allá. (Lit: fui y volví.) ]
Yo: パン買った? [ ¿Compraste pan? ]
Compañera: うん。 [ Ajá. ]
Yo: おなかすいた? [ ¿Tienes hambre? ]
Compañera: いや。 Ich habe アルバイト nach der Schule. Deshalb, bevor ich gehe muss ich… [ Nah. Tengo trabajo después de clase, así que antes de ir debo… ]
Yo: Musst du essen? [ ¿Debes comer? ]
Compañera: Ja. [ Sí. ]
Yo: Gut. じゃ、tchüss! [ Bien. Bueno, ¡chao! ]
Compañera: Tchüss! [ ¡Chao! ]

[ It Must Have Been Love — Roxette ]

El ciclo del agua, 2

Creo que la falla fundamental de la representante de los testigos de Jehová que vino ayer fue pretender que yo me hiciera preguntas que jamás me hago, como quién hizo el agua y quién controla el ciclo del agua.

No es que yo nunca me haga preguntas. He pasado de mi papá al Diccionario Enciclopédico Salvat a la Enciclopedia Encarta a la Wikipedia a Naomi Wolf. Yo siempre he tenido preguntas. A mí me interesa saber por qué se supone que los pelitos que me salen por todo el cuerpo son asquerosos, o por qué tengo que sentirme culpable si no estoy en los meros huesos o al menos sintiendo hambre todo el tiempo. Yo quiero saber por qué algunas personas pueden quererse y otras no. O por qué el gusto por el sexo es malo. O por qué cuando uno es mujer el gusto por el sexo es especialmente malo. Ya que tanto ánimo tiene de resolver dudas, ¿podría resolverme estas, señora?

¿Puede usted decirme con qué eufemismos debería decorar las cosas que siento cuando las siento? ¿Puede señalarme la página de la Réveillez-vous donde se me indique cómo callar sin implotar?

Tell me, do you really think you’re going to hell for having loved?

Me llamo tal como le dije que me llamo y exijo respuestas.

[ Our Mutual Friend — The Divine Comedy ]

El ciclo del agua

Volvieron a Kasuga los testigos de Jehová.

Timbraron. Luego golpearon con insistencia. Sonaba como algo importante: acudí. Apenas abrí la puerta maldije mi suerte al darme cuenta de lo que acababa de hacer con mi vida (o los siguientes cinco y diez minutos de mi vida). Eran dos señoras. Les dije que no hablaba bien inglés, así que me entregaron la entrevista Réveillez-vous. La que hablaba —siempre van a lo Equipo Moisés/Aarón— empezó, ni corta ni perezosa, un discurso sobre lo maravilloso que es el ciclo del agua. El agua sube al cielo (“heaven”) y baja en forma de lluvia y nieve, decía. Me pregunté si, según ella, el agua tendría que morir dada su peculiar elección de vocabulario. La miré largamente, ausente: dudé que ella jamás se hubiera puesto a pensar realmente en los fenómenos naturales. Entonces me concentré en un azul específico del cielo (sky). Un azul permanente con cirros. Bonito. La señora ahora estaba diciendo algo sobre los científicos que lo controlan todo y…
—¿Qué hora es?—interrumpí.
—¿Ah?
—La hora. ¿Qué hora es?
La señora miró su reloj.
—Las seis y veinte.
—¡Caramba! ¡Tengo que alistarme para una cita! ¡Lo siento, adiós!
La señora preguntó mi nombre mientras le cerraba la puerta en la cara. Me inventé uno y se lo dije.

Apenas el cerrojo hizo clic caí en cuenta: le había dado mi segundo nombre.

[ Fábula — Eros Ramazzotti ]

El parque

Sometimes I Remember I'm Alive
Olavia Kite modela para una propaganda de seguros de vida. O de gaseosa. O de universidades.

Qué bueno que no nos suicidamos cuando hubo oportunidad porque no habríamos visto el parque.

El parque está a 5km de nuestro edificio. Uno baja por toda la avenida Oeste, pasa el centro, pasa frente a ese establecimiento sospechoso que se llama “La universidad del sauna” y huele a jabón líquido, pasa frente a ese restaurante de sushi que ya cerró —no hacen sino quebrar los negocios en Japón— y llega. ¡Es todo un mundo de verdor para nosotras dos! Y para las familias con bebés. Y para las parejas de amigas. Y para las parejas de novios. Y para las parejas de viejitos. Y para los perros. Y para los hurones. Y para los patos.

Buscamos el lago, extendemos un mantel (en realidad son sobras de los ejercicios de modistería de Azuma) y comemos delicias del combini. Bueno, “delicias” es un decir: ramen con verduras, sándwich de huevo. Recuerdo París con Cavorite. “¡Nuestro restaurante favorito!” solíamos exclamar señalando la entrada del Monoprix. Sandwich jambon crudités. Para mí una Orangina, siempre una Orangina.

Al otro lado de la calle está la JAXA. Así pues, en una cuadra hay gente entrenando para la próxima maratón y en la otra hay astronautas entrenando para usar Twitter desde bien lejos. Al borde está la pastelería austríaca que examinamos desde afuera con tanta curiosidad porque viviendo acá alcanzamos a imaginarnos que Europa es así. En el imaginario Japonés Laura Ashley es la diseñadora de interiores de la UE. “Frisches Brot” dice un letrero en forma de pretzel. “Geschlossene Gesellschaft” dice otro. Lo que faltaba, una pastelería existencial.

Saco el ukulele y toco un rato. No me acuerdo de las letras de las canciones. Un extranjero pasa y me pregunta si soy de Suramérica. Sí. Que muy bonito. Que muchas gracias. Se va. Creo que este señor piensa que esto es un charango. ¡Ni siquiera estaba cantando en español!

Mira, Azuma, si toco esta nota así ese señor que está soplando burbujas allí se ve todo dramático. Es verdad. Y si cierras los ojos y escuchas el ukulele se siente rico cómo te da el viento y el sol en la cara. Nos explayamos y dormitamos como si esto fuera Mata’pang Beach.

Llega esa hora en la que toca sentarse porque los árboles al otro lado del lago, que todo el día han estado ahí sonriendo sin pensar de a mucho, de repente recuerdan algo que los hace bajar la mirada un poco. Se encienden los árboles pensativos del final del día: ese es mi verde favorito. El verde favorito de Azuma viene inmediatamente después, cuando empieza a oscurecer.

Volveremos el próximo domingo. Y todos los domingos que sea necesario. Considérenlo una obsesión con sentirse vivo.

[ Sunday — Sia ]

Decanatura


El otro día fui a la oficina de decanatura de mi facultad a preguntar si podía hacer un reemplazo de una materia obligatoria. Era un asunto más de curiosidad que de necesidad, así que esperaba salir rápido de la diligencia como quien pregunta un precio y se va de la tienda. La secretaria desapareció con mi pregunta tras un panel divisor del que emergió después para invitarme a pasar. En el espacio escondido había dos sofás de cuero y una mesita con dos pocillos de café y un platico repleto de cacahuetes. En cada sofá había un profesor. Uno de ellos, calvo y con cara de haber pasado tiempo fuera de Japón, era el decano.

El decano repitió la pregunta que le había dicho la secretaria para cerciorarse de estar entendiendo. Yo quería tomar una clase de esta lista que en el libro de las materias sale al lado de la lista de clases de japonés que yo tenía que inscribir en reemplazo de las clases obligatorias de inglés. ¿Correcto? Así es. Se levantó, consultó el manual de inscripción de materias y constató que nada había escrito en él al respecto. Entonces llamó a otra dependencia a transmitir mi duda. El otro profesor decidió entonces amenizar mi espera con un interrogatorio en inglés. ¿Estaba preguntando esto porque había perdido una materia? No, yo no he perdido inglés, yo nunca tomé inglés porque me informaron mal sobre los reemplazos de las materias y tomé lo que no era. Ah. Al cabo de un rato apareció una secretaria diferente a la que me había atendido y anunció que tendría que remitirle la pregunta a otro superior. Acto seguido se esfumó. Lo que pasa, me dijeron los profesores entonces, es que ella es nueva y no sabe qué hacer en estos casos. Risas. Caras de qué hacer qué hacer. En algún punto al segundo profesor se le salió una palabra en alemán.
Deutsch? —anoté yo, sonriente, sin imaginar la señal que estaba dando con el comentario. El profesor suspiró aliviado al no tener que usar más inglés y empezó a volver a explicarme que la pregunta que yo había hecho no la había hecho nunca nadie y en el manual de inscripción de materias no había nada escrito al respecto así que lo mejor era que yo tomara japonés normalmente como para estar seguros y no meterme en problemas luego. En alemán. Asumo que dijo todo eso por los gestos y porque, mal que bien, algo entendí.

La secretaria volvió a aparecer y dijo que como este caso era nuevo y nada había escrito al respecto en el manual de inscripción de materias, el superior había dicho que este caso habría que llevarlo a otro superior.
—Habrá que discutirlo en un consejo general de la universidad— me explicó el decano—. Tomará tiempo.
—¿Días?
El tono de mi voz era enteramente jocoso.
—Meses— respondió él con toda seriedad—.

Ya me iba a ir cuando el profesor de alemán me detuvo. Woher kommst du? Que de dónde era, que dónde aprendí alemán, que si lo había estudiado en mi país. No, yo empecé aquí. Ooooh. Se adivinaba algo de satisfacción en su cara. Supongo que le enorgullecía saber que alguien hubiera logrado aprender un idioma extranjero en esta universidad.

Cogí mi maleta, repartí un par de venias, shitsureishimasu, y me fui.

[ Birds — Emilíana Torrini ]

Palitos y bolitas

Todos mis amigos en Tsukuba me preguntan por qué anduve perdida la semana pasada. Yo sé que la rumba no es lo mismo sin mí, pero a veces hay que alejarse del ruido y las luces para reconectarse con el centro de uno mismo. Ustedes saben, para ser más zen y escuchar la inner voice. Yo los quiero mucho y amo emborracharme con ustedes pero estoy en un país oriental y aquí se vino fue a meditar, y como hasta ahora no lo estaba logrando pues me fui a Corea. Corea, el Japón chiviado de Asia, el Siete de Agosto del Extremo Oriente. Me fui sin saber nada ni esperar nada más que un reencuentro conmigo misma; el resto vendría por añadidura (Google search: “Seoul nightlife”). Con la espiritualidad por el cielo llegué a Incheon y cuál no sería mi sorpresa cuando veo una camisa color yema de huevo demasiado familiar para mi gusto en Arribos. Me le acerqué porque me pilló mirándolo y me sonrió y ya no tenía escapatoria.
—¿Usté qué hace aquí?—, le dije.
—No, más bien usté qué hace aquí.
—Hey, yo vivo en este continente. Y aquí no piden visa.
—Técnicamente usté no vive en este continente, usté está en una isla.
—Ay, en fin.
El pisco este venía dizque a una de sus cosas matemáticas que, imagino, consistirán en pararse frente a un tablero y llenarlo de matachos y luego ponerse la mano con el dedo índice y el pulgar en L bajo el mentón y decir “hmmm”. Y al lado habrá muchos tipos de todas partes del mundo mirando el mismo tablero y diciendo “hmmm” también.

Pero bueno, en vista de que ninguno de los dos sabía leer palitos y bolitas nos fuimos juntos en el tren como para ofrecernos apoyo moral. Tampoco era que nos habláramos de a mucho durante el trayecto, así que mi plan de aislamiento hasta ahora funcionaba a medias tirando a bien. Sin embargo, él en su buena fe quiso bajarse en la misma estación de metro que yo dizque para ayudarme a encontrar mi hotel y resultamos cogiendo taxi para llegar quién sabe cómo a un lugar completamente inconexo de todo que no se parecía a nada visto ni antes ni después. Ahí se hizo evidente que tendríamos que pasar los siguientes días juntos si queríamos sobrevivir. Al hotel llegamos al fin después de ver un río gigantesco y luego volverlo a ver, la rabia convertida en miedo convertido en estoicismo nervioso convertido en genuino agradecimiento.

Desde entonces creo que nos hicimos amigos, como esos policías de las películas que viven un montón de aventuras juntos y vuelan (literalmente) en un Chevy Impala café con el Gran Cañón de fondo o algo así. Viendo el periplo en retrospectiva lo imagino despidiéndose de mí con cabestrillo después de ese episodio donde coge al jefe de la mafia con las manos en la masa y yo llego a último momento a dispararle cuando le está apuntando a la cara pero está dando su discurso final de cómo los policías son —somos— tan tontos. “¡Aguanta, Johnny!”, grito yo mientras él se agarra el hombro ensangrentado, porque a todos los policías veteranos les disparan es en ese punto entre el pecho y el hombro donde a uno le gustaría recostarse si no fuéramos policías ni amigos de aventuras internacionales sino otras cosas más bonitas. Eso u oficinistas borrachos en el metro. Le estrecho la mano buena, le doy un abrazo pero suelta un “ughhh” gutural que nos da risa y le prometo que nos volveremos a ver algún día.

Así que eso estuve haciendo. O no, pero a quién le importan las caminatas sin rumbo y los festivales de luces y las comidas picantes que dejan los labios adoloridos. No me encontré ni nada por el estilo. No creo siquiera haber tenido tiempo de buscarme. Fui a Seúl, volví y ahora he vuelto con ustedes a continuar la fiesta.

[ Ride the Tiger — Jefferson Starship ]

GCEA

Aprender a tocar un instrumento nuevo es como aprender un nuevo idioma. Ayuda haber aprendido un [instrumento/idioma] parecido antes, pero uno inevitablemente incorpora [acordes/vocabulario] del [instrumento/idioma] equivocado de vez en cuando. Al menos eso me pasa a mí: me confundo al hablar, me confundo al tocar. G en ukulele se toca igual que D en guitarra. Ima (“ahora” en japonés) suena como immer (“siempre” en alemán).

Mis manos pequeñitas parecen haberse adaptado rapidísimo al ukulele, y ahora la guitarra se me antoja gigantesca. Me pregunto cómo sería si en este momento retomara el bajo. Se sentiría kilométrico, seguramente. Recuerdos de colegio, de los pocos buenos que hay. Prácticas eternas en las tardes. Callos. Tengo tres nuevos en los dedos de la mano izquierda. Cuando estoy lejos de casa me los palpo, compruebo su insensibilidad con las uñas y noto cómo esta nueva adicción invoca pedazos de mí que creía perdidos. Tengo catorce años y felicidad infinita en el aislamiento.

[ How Can I Tell You — Cat Stevens ]

Ukulele

Tengo un ukulele.

Ahora puedo pasar las tardes feliz como esos jóvenes que vi en Guam sentados a la entrada de un edificio. Charlaban mientras uno de ellos tocaba y yo quería esa felicidad tan simple. He querido esto desde hace tanto, desde Hawaii, desde Nellie McKay.

No ha pasado un día y ya puedo tocar tres canciones.

Soy inmensa pero inmensamente feliz.

[ Don palabras — La maldita vecindad ]