P.D.: Llevo en mi avión a modo de amuleto la muñeca que tuviste como juguete cuando naciste; por eso siempre has estado conmigo. Te lo cuento porque te angustiarías si te quedaras sin saberlo.
—Teniente Masahisa Uemura, muerto a los 25 años en Filipinas
Hay que abrigarse para salir. Hay que ponerse dos pares de guantes para que las manos no queden tiesas sobre el manubrio de la bicicleta como patas de loro. Hay que conducir la bicicleta un poco más despacio para no volver a resbalar en una esquina congelada. Hay que vestirse pacientemente, capa sobre capa sobre capa como una alcachofa. Hay que recordar las historias de la guerra de Corea —los miembros caídos en combate— y amarrarse bien las botas negras. Hay que sacrificar la luminosidad de la habitación y comprar otro par de cortinas. Hay que poner una cobija enrollada en el piso contra la puerta del balcón para detener el frío que se va colando como un río desbordado. Hay que dosificar el tiempo de exposición al radiador para minimizar el efecto cirrocúmulo al atardecer del erythema ab igne. Hay que llenar de agua hirviendo una bolsa de caucho, meterla entre las cobijas y abrazarla con los pies que no tienen otros pies que buscar en la noche. No hay que pensar en lo bueno que sería recibir un beso en la boca adormecida por el viento.
[ Out Here on My Own — Sarah Blasko ]
Me acabo de tropezar con una foto de él. Es una foto igual a todo el resto de fotos de él que hay regadas por ahí. Supongo que todo el mundo dirá que ese es él, sin duda, y que si uno lo llegara a ver por la calle vería algo así, detalles más detalles menos. Yo puedo decir, empero, que en realidad él no se parece a esa foto. Se parece a otras fotos, pero esas no aparecen por ningún lado. Hace tiempo, cuando lo tuve enfrente, me di cuenta de que a veces lo miraba y su cara era completamente distinta de todas las imágenes que me había hecho de él en años de observación distante. Intenté capturar esa diferencia, pero mi cámara no es tan buena y yo tampoco soy buena con ella, así que tuve que resignarme a repasarlo en la cabeza. Tal vez algún día deje de recordar de por sí cómo era él para pasar a recordar qué era lo que recordaba. Quedo, pues, aferrada a la teoría del recuerdo.
[ Miami 2017 (Seen the Lights Go Out on Broadway) — Billy Joel ]
El segundo día lleno de palitos se comunica conmigo la segunda persona que me había dejado de hablar. Shock. La desesperanza me había ganado hace rato. No me gusta que la gente huya. Necesito agarrarme con las personas que quiero y decirles que son unos tontarras y que me digan lo mismo y que refunfuñemos hasta que uno de los dos diga algo chistoso y no tenga ningún caso seguir peleando.
Quedo a la expectativa.
[ Party with Children — Ratatat ]
¿Saben qué es buenísimo?
Dejar de odiarse con la gente que uno ha querido. Dejar de gruñir al recordarlos. Dejar de evadirlos como a charcos fétidos, de cavar trincheras en todas partes, de hacer cara de “oh, no sé quién me habla, será que el viento está silbando”.
Hoy, primero de enero de 2011, Himura y yo volvimos a hablar. Y no nos insultamos. Y nos reímos. Y por fin me contó de qué se trataba su tesis.
Un comienzo de año formidable, sin duda.
[ Love — Zoe ]
La noche del 24 de diciembre es la más ajetreada en los love hotels de Japón. Claro que —aclara una estudiante de Introducción a estudios de género— los estudiantes de la Universidad de Tsukuba viven por su cuenta en apartamentos, así que este dato no les concierne. En todo caso, Ese es el sentido de la Nochebuena en este archipiélago: el amooor. Eso y comer pollo frito y strawberry shortcake.
Como Azuma y yo somos de poco plan y la pizza que pensábamos pedir se ve asquerosa hasta en el catálogo, nos abrigamos y salimos de tour por los combinis del barrio. Supongo que en alguna época esto se habría sentido patético, pero como hikikomori uno se vuelve inmune al deber ser de la vida. Y la propia vida nos recompensa: en el Family Mart aparece un pollo entero en una caja como de ponqué. ¡Un pollo entero! ¡Con todo y folleto de instrucciones para desarmarlo!
Pollo, absenta, ponqué y chocolatinas. Voces que me hacen reír desde Bad Windsheim, Bogotá y Popayán. Cuernos de reno sobre mi cabeza. Suficientes sobras como para atiborrarnos al otro día también. Los japoneses sueñan con el amor que los obligaría a caminar cogidos de la mano en Odaiba, pero yo hablo de este amor que hace que esta noche, en el último apartamento del último piso de este edificio, nada pero nada haga falta. Grata Navidad.
Nota aclaratoria para mi yo del futuro: en Japón es sumamente difícil conseguir un pollo entero. Esta fue la primera (y probablemente única) vez que pude toparme con uno. ¡Y en un combini, nada menos!
[ Travelin’ Prayer — Billy Joel ]
La vida después de la tesis transcurre apaciblemente. Desperté como si recién me hubieran propinado una golpiza y mientras el cuarto se llenaba de una luz como de gruta del tesoro de Indiana Jones me puse a cantar “All Things Must Pass” de George Harrison. Yurika me invitó a desayunar a su casa; hablamos de nuestras respectivas vicisitudes a la hora de la entrega, miramos las fotos que tomé durante nuestro paseo a Naoshima y nos reímos hasta que nos dolió el estómago.
Tenía plazo para entregar la tesis hasta las 12m del día de ayer. Al parecer la entregué a las 12:00 según el reloj de la oficina. Yo no me di cuenta, pero Yurika casualmente estaba allí y vio cómo estuve a punto de perder de primerazo el chance de graduarme gracias a la extraña falta de miedo que dominó el proceso de escritura del documento más grande de mi vida universitaria.
Me había encerrado en un salón de computadores vacío a eso de las 8am y me puse a arreglar cosas, tan empecinada en negar el paso del tiempo, que aún cuando empezaron a aparecer personas desconocidas preocupadas por mí no sonó ninguna alarma en mi cerebro. Eran las 11:52 y yo seguía tan campante. Poco a poco dejaron de ir y venir para estacionarse alrededor mío y rogarme que detuviera lo que estaba haciendo y entregara la tesis como fuera. Al fin la mitad del creciente equipo de curiosos me separó del computador casi que a la fuerza, puso papel en la impresora, me señaló la ubicación de la perforadora más potente que yo jamás hubiera visto y me mandó a correr. Me di cuenta de que esta no era ninguna tropa de fisgones cuando los oí hablar por celular sobre la coordinación de mi llegada a la oficina y cuando ya en el pasillo apareció de la nada uno de ellos para recordarme qué dirección tomar. La otra mitad del equipo me esperaba a la entrada de la oficina, haciéndome barra. (Esta es la parte de la historia donde Yurika llora de la risa.)
Creo que me volví famosa porque en todo el camino de vuelta a la sala no hice sino recibir felicitaciones de gente que nunca había visto en mi vida. El grupo de apoyo —que resultó ser la mayoría del departamento de Estudios de Área de mi facultad— me invitó a su celebración de fin de tesis. Hubo champaña, pollo frito, croquetas, frutas y chocolatinas. También hubo un (¿último?) encuentro con Alicia, mi amiga de primer año. Se acordaba de mi vida.
Supongo que aquí es donde la historia empata con lo que escribí ayer. Aún no sé bien cómo sentirme, salvo que el cuerpo me falló de repente tras el desayuno de hoy y pasé toda la tarde en cama, sin fuerzas casi ni para hablar. Creo que ya estoy mejor (gracias a los cuidados de Azuma), pero la sensación de qué demonios acaba de pasar permanece. Algo debe seguir después de esto, pero no logro vislumbrarlo.
[ Sunny — Stevie Wonder ]
Entregué la tesis.
Volví a mi casa, anonadada, y me eché a llorar.
[ Tightrope — Janelle Monáe ]
Supongo que siempre llega el momento en que Clark Kent se quita las gafas y le dice a Lois Lane “en realidad soy Superman”. Uno diría “qué mal truco: la gente no cambia taaaanto con o sin gafas” pero en realidad algunos sí. Especialmente los que usan gafas de pasta y tienen miopía severa que les achica los ojos y cuando se las quitan uno dice “¡oh por dios!”. Pero volvamos al tema del nombre. Clark Kent se quita las gafas y le dice a Lois Lane “en realidad soy Superman”, pero sabemos que esa debe ser una revelación a varios niveles porque Clark Kent es el nombre que le ponen en la Tierra a Kal-El. Y es que es obvio que nadie se va a llamar “Superman”, así haya en Colombia un Batman Roberto. Así pues, tenemos a Kal-El, rebautizado Clark Kent y más conocido en el mundo de la farándula como “Superman”. En fin. Nombres y alias y seudónimos y cédulas cambiadas.
Entonces resulta que la universidad publicó tres cuentos míos en la revista del Departamento de Lenguas Extranjeras, pero con mi nombre real. Porque es una cosa seria, con editores y fechas límite y todo. Debería llenarme de orgullo, supongo, pero leo mi nombre ahí y siento como si fueran tareas de clase. No es que mi nombre legal no me guste; tiene una historia bonita y todo, pero suelo asociar las cosas más creativas al seudónimo. Tampoco es un trastorno de personalidad; es solo que con un nombre se hacen cosas divertidas y con el otro se hacen cosas fomes. Y se vive, supongo.
Como debería estar concentrada en otros menesteres, dejo aquí la lista de archivos pdf por si a alguno le pica la curiosidad.
[ Xanadu — Olivia Newton-John & Electric Light Orchestra ]