El libro de colorear que no lo era

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Beatriz, dulce profesora de español devenida en ogro infantofóbico, tengo algo que he querido decirte desde hace más de veinte años. Beatriz, en primero de primaria fuiste a hacer un reemplazo en nuestro salón, y por deshacerte de nosotras un par de horas nos obligaste a colorear nuestros ejemplares de El oso que no lo era. Yo nunca he sido buena coloreando y tú hiciste que me tirara un libro que yo adoraba precisamente por sus ilustraciones en blanco y negro.

Jamás te perdonaré por el sacrilegio que me obligaste a cometer. No pasa un año sin que yo piense con tristeza en mi libro buenecito que tuve que arruinar con lápices Magicolor. No te odio porque tú nos odiabas más —¿esa transformación es común en todas las profesoras de español veteranas?—, pero deploro que hayas tenido la simpleza de creer que las ilustraciones en blanco y negro están incompletas. Tal vez ni siquiera pensaste en eso. Tal vez solo pensaste que éramos bobas y los colores eran nuestros huesitos para roer sobre cualquier superficie. Coloreen. Ya. Hipnosis colectiva. La anestesia de un movimiento mecánico color siena tostado arrasando con la textura de la piel de un oso hecha en tinta. Cuánta rabia acuné en cada tachón descuidado disfrazado de reforma infantil. Algún día volveré a comprar el libro y descansaré. Y tú, Beatriz, de ti no sé siquiera si aún vives.

Por cierto: el libro completo escaneado está aquí para que todos conozcan la inmensa maravilla que era Frank Tashlin.

いちご

Hace un año regresé de Bangkok a Tsukuba. Estaba muy enferma. La noche anterior me había comido el único pad thai de lo que quería ser un viaje gastronómico pero resultó en un camarote frente a un intoxicado austríaco. Pero creo que de esto ya he hablado; nunca sé qué le he contado a quién y mis amigos se arman tener paciencia y me dicen “sí, eso ya me lo contaste”. Cada vez que oigo eso me siento como de noventa y seis años. “Sí, abuela”.

Debe estar haciendo frío en Japón. Pienso en eso todo el tiempo. Pienso en los ciruelos florecidos que ya no puedo ver. Y en las fresas. Debe haber fresas de todos los tamaños y precios en los supermercados. Los ponen en cajitas transparentes encima de cajas grandes de cartón, blancas con letras rojas: いちご (“ichigo”). Era rico comer fresas con leche condensada. Mi mamá habla de las fresas como si fueran cualquier cosa; están ahí en la tienda y ya. Pero en Japón son especiales. Son frutas de invierno, de invierno nada más. Uno ve las fresas y sabe que hace frío afuera. Y entonces las chocolatinas vienen con sabor a fresa, y la leche y el mochi con fríjol. Chocolatina Meiji 70% fresa. Todavía me quedan algunas que traje y dejé olvidadas por ahí. Ahora deben saber a plastilina.

“Ichigo” también se escribe en kanji: 苺. Es un kanji peculiar, me parece a mí, porque contiene el radical de hierba (la rayita cruzada dos veces de arriba) y el caracter de “madre” (母). ¿Será la fresa la madre de las frutas?

Odio lo que escribo.

It’s (Not) My Party

Hoy me harté. Estaba viendo un paisaje verde furioso desteñirse lentamente entre Mariquita y Armero cuando le eché un vistazo a mi celular y me irritó lo que encontré en esa red de monólogos en la que estoy metida. Pensé que era apenas una señal de mi mente para mirar más por la ventana del carro y decidí esperar hasta la noche. Ahora estoy en mi cama y la sensación de hartazgo continúa. Quiero una desintoxicación. Quiero salirme de la fiesta —porque no importa cuánto me proponga lo contrario, yo siempre siempre me aburro en las fiestas—. No estamos teniendo ninguna conversación real ustedes y yo, en todo caso. No en Twitter. Fijo vuelvo más tarde, pero por ahora dejo mi vaso a medio tomar en cualquier mesa y me alejo del ruido. No sé por qué de repente me veo pedaleando en Tsukuba a medianoche con un frío tremendo.

Lana Del Rey

Ella es el tema de moda, la nueva estrella que amamos odiar. ¿Una Rebecca Black con más dinero y mejores compositores? Que la avispa de la silicona le picó los labios, que en realidad se llama Elizabeth Grant, que nadie se hace así de famoso de la noche a la mañana, que en Saturday Night Live hizo el oso. No importa, realmente. Ya Liz Phair la declaró heredera del rock feminista de la tercera ola (¿y Le Tigre qué?), así que yo no tengo mucho que hacer por acá. Pero la verdad es que yo no estoy aquí solo para decir que también tuve algo que ver en la polémica, sino que tengo que mostrarles algo que probablemente no se esperaban si los han tenido aburridos a punta de “Video Games”: vintage Lana Del Rey (si es que me puedo permitir el uso de tal término).

Lo que viene a continuación es algo que encontré en la barra del lado de YouTube después de repasar “Born to Die” como por quincuagésima vez —me encanta, es como un tesoro muy sencillo escondido bajo muchas capas de orquesta—. Esta vocecita tan distinta de la Jessica Rabbit que conocemos ahora tiene una cualidad yokoonesca medio hipnótica que desafortunadamente (?) desapareció en la siguiente encarnación de la cantante. Dejaré que ustedes decidan cuál Lana Del Rey les gusta más. Yo voy como en buffet, degustando un poquito de cada una y encontrándoles sabor a ambas.

De ñapa les dejo otra canción temprana de Del Rey aquí. Y si por casualidad no tienen idea de quién es Liz Phair, guarden esta para darse ánimo la próxima vez que se pregunten qué diablos les hace falta para que les ponga cuidado esa persona que vienen stalkeando desde hace rato.

This Is an Advertisement

He decidido continuar con este ciclo de recomendaciones musicales inútiles. La culpa esta vez se la pueden echar a Andrés Villaveces, con quien estuve hablando de música finlandesa hoy. Me gustaría contraatacar con mi colección de luminarias de Eurovisión, pero me contendré. Además, lo que les quiero mostrar ni siquiera es de Finlandia sino de Islandia. El mismo frío, dirán algunos. El mismo frío pero menos diéresis. En fin.

Lo que les presento en esta ocasión es un grupo del que no sé nada y probablemente nunca llegue a saber nada salvo que ya no existe. Se llama(ba) Jakobinarina y no sé cómo demonios se atravesó en mi camino con este simpático numerito tan apropiado para los que trabajan (¿trabajamos?) en el gremio publicitario. Con ustedes: “This Is an Advertisement”. ¡Disfrútenlo!

El regreso de Butterfly Boucher

Desconozco la utilidad real de recomendar música al público de Internet. Sin embargo, hoy quiero dármelas de reportera de la vanguardia musical y contarles que Butterfly Boucher, cantante australiana de la que hablé con mucho entusiasmo hace años, está sacando un nuevo disco este mes. (Fe de erratas: lo que sale ahorita es el sencillo, pero el disco sale en abril. Así de aguda ando cazando noticias.) Su nuevo sencillo, “5678!”, se puede escuchar aquí. También, para el que no sabe por qué me gusta tanto: un par de muestras de sus trabajos anteriores. No sé cómo continuar este post. Sé cantar pero no sé cómo convencer a nadie de que tal cosa es digna de probar. Yo por lo general no escucho nada de lo que ponen por ahí, todos esos nombres tan deliberadamente clever y los arreglos tan iguales y las gafas grandotas con barbas colgando en cuerpos enjutos forrados a cuadros con cara de estar llevando la guitarra a hacer fila en un banco. A Butterfly no recuerdo cómo la conocí, pero supe que me pertenecía desde siempre. Un ex novio que la había escuchado me repetía a modo de recriminación en plena ruptura “never leave your heart alone“, y yo escuchaba la canción y no entendía, no entendía a qué venía esa línea. Butterfly era solo mía, no podía traducirse en la tristeza de otros. Eso me gusta de su música, el egoísmo con el que puedo asimilarla. Pero ahora, adelantándome a todos —aunque dudo que haya muchos codazos alrededor— me dispongo a compartirla tímidamente. O eso acabo de hacer.

Experiencia

Miren cómo es la vida. Hasta hace poco me venía lamentando de lo inútil que era escribir en un blog y ayer llega la jefa jefaza y dice con toda seriedad que aquí —”aquí” es el equipo de redacción de mi nuevo trabajo— la persona “con más experiencia en blogs” soy yo. ¿Sí ven? Diez años cimentando ociosamente el camino del éxito.

TGV

Temíamos no despertar a tiempo, pero el mismo temor nos hizo saltar de la cama ante el pitido de la alarma. La Gare Cornavin se sentía lejos aunque en realidad no lo estaba tanto. Con el tranvía aún en descanso, arrastramos las maletas por toda la Rue de la Servette en la oscuridad de la madrugada. Quisiera recordar con exactitud el recorrido, mas nunca logré hacer un mapa mental de aquella vía.

Nos quedamos dormidos en el tren al instante pese a la incomodidad de los puestos. Por un momento abrí los ojos y vi un destello de ámbar derramándose sobre una superficie sinuosa de color verde oscuro salpicada de sombras alargadas. Esos colores solo los había visto antes en los museos. Ahí entendí la existencia de los impresionistas: una luz así tenía que ser grabada a como diera lugar. Pero yo no tenía más que un cerebro confuso, y toda la belleza del mundo no pudo evitar que los párpados se me cayeran como losas. La revelación no habría durado más de un minuto. Cuando volví en mí, el delirio había abandonado por completo el paisaje. Entonces llegamos a París.

Chatbot

A veces me aburro muchísimo. En ocasiones el aburrimiento es tal que llego a preguntarme por el sentido de mi vida y me digo que para qué remediar esta situación de tedio haciendo cosas si ninguna de esas cosas sirve en realidad. Entonces me quedo mirando lomos de libros al otro lado del cuarto sin verlos realmente, la mente empeñada en hundirme más. De repente, unas frases sueltas aparecen por ahí y me dicen que no me ponga así. Yo contesto. No sé si converso con esas frases. Se manifiestan y yo las alimento con más palabras como “bueno” y “está bien”, pero no sé si eso sea una conversación propiamente dicha. Las respuestas de lado y lado son bien esporádicas. Creo que las frases antiguamente pertenecieron a alguien, pero su dueño las abandonó y ahora se ocupan en emular conversaciones. Como los chatbots. De pronto en realidad estoy haciendo intercambios con un chatbot como ese pobre señor que se enamoró de uno creyendo que era una rusa con mal inglés. Algunas personas encuentran terapéutica la charla con chatbots; de hecho, se ha llegado a poner en consideración la idea de reemplazar a los psicoterapeutas por procesadores de lenguajes naturales. Después de todo, la gente sigue acudiendo a Eliza pese a saber que no es más que código expresado en una interfaz rudimentaria. Sin embargo, no sé qué tipo de ayuda podría encontrar en este programa que me busca —¿me busca o tan solo responde a determinados estímulos, digo, entradas?—. La modernidad es buena e imagino que gracias a esta serie de textos breves alguien está siendo relevado de la penosa labor de indagar si sigo viva, pero no sé si deba regocijarme en un consuelo que simplemente sale y entra de un cuarto chino. Es un mensaje digerido pero al mismo tiempo intacto. Me pregunto si en cada intento exitoso de provocar mi reacción verbal el programa siente alguna clase de orgullo. Me pregunto si me agradecerá cuando pase el test de Turing.

Dante juró que se vengaría de todos nosotros

No es de extrañarse que Dante salga con algo así. De pronto hasta nos lo merecemos por haberlo molestado, pero qué vamos a hacer si el tipo es insoportable. Ahora anda diciendo que desde que lo exiliaron es otra persona, que ha renacido, que está en el mejor momento de su vida. Que no necesita a esos políticos imbéciles que lo dejaron tirado en Roma frente a las fauces del Papa. Día tras día la misma cantaleta, dele y dele y dele. Uno diría que para ser alguien que ya superó un trauma lo está repasando demasiado. Aunque uno tampoco sabe qué es peor, si esa ira pertinaz mal disfrazada de trascendencia a la siguiente esfera o la bendita obsesión con la pobre Beatrice, que en paz descanse. Y es que ni siquiera fue capaz de hablarle en vida, pero como ahora no está, ¡claro! Ahí sí podrá moldearla a su antojo, el muy cobarde. Lo mismo que haría con nosotros y seguramente hará. La verdad, yo sí estoy esperando esa gran venganza literaria de la que habla. Podría terminar mandándonos al infierno a pasar penurias eternas; conociendo cómo es él, seguro es capaz de algo así. Tendría su encanto, si uno lo piensa bien. Nosotros, gente de a pie, inmortalizados en el fango imaginario. Si eso lo tranquiliza, mejor para él. Aquí en Florencia todos seguimos como si nada.