2013-07-10 (Taquigrafía)

Piña, coco, nuez de macadamia, café, guayaba, maracuyá. Piña, coco, nuez de macadamia, café, guayaba, maracuyá. Piña, coco, nuez de macadamia, café, guayaba, maracuyá.

(Aquí el maracuyá se llama lilikoi. Es el nombre de fruta más bonito del mundo.)

***

Un traductor consecutivo debe tomar notas para poder reproducir los discursos sin necesidad de interrumpir al orador constantemente y darle algo de alivio a la memoria. Por lo tanto, en el curso nos toca aprender símbolos y abreviaciones y hacer dictados a la velocidad del rayo. Al parecer soy muy buena para estas actividades secretariales de retención y reproducción de información porque me gané las felicitaciones de la profesora y un montón de exclamaciones de admiración de mis compañeros. No obstante, los halagos tempranos son peligrosos porque lo hacen a uno propenso a dormirse en los laureles. Esto lo aprendí de America’s Next Top Model.

Pensar en estas cosas me hace recordar que mis abuelos se mandaban mensajes románticos en taquigrafía cuando eran novios.

***

Empecé a dar tutorías de español a una mujer llamada Linnea. Me parece uno de los nombres más bonitos que haya escuchado, y ella –una kama’aina que vivió 10 años en San Francisco y se dispone a volver allá– es hermosa como su nombre. Lástima que no la voy a ver mucho porque el lunes ya se va. Nos encontramos en un café donde parecían haberse dado cita todos los turistas de Japón, vaya usted a saber por qué. Me demoré un montón haciendo fila para pedir una bebida de café, nuez de macadamia y coco.

***

Por la noche me comí mi primera piña hawaiiana. Era dulcísima, jugosísima, exquisita. No sé qué más decir, salvo que quiero seguir comiendo toda la piña que pueda por siempre jamás.

***

El hotel no tiene piso 13.

2013-07-09 (ロコモコ)

Fui a una de las cafeterías de la universidad y pedí locomoco, un plato típico hawaiiano muy popular en Japón que contiene arroz, carne de hamburguesa, huevo frito y gravy. Los japoneses vieron mi almuerzo y sacudieron sus cabezas. Había caído en la típica trampa del turista japonés de idealizar una comida gracias a su versión nipona y ahora me disponía a reventar la burbuja de la ilusión. Creo que en ese momento me vieron cercana a ellos.

El próximo paso es ir a Italia y darme cuenta de que no existen ni el doria ni la pasta con tarako.

***

Dormí toda la tarde después de clase. La playa se antojó inalcanzable para mi cerebro derretido. Me pregunto si estoy desperdiciando mi tiempo teniendo el mar en las narices sin haberlo tocado ni una sola vez.

Al cabo de un par de horas, me despertó un sonido de tambores y voces amplificadas. En la terraza de un hotel a dos cuadras estaban haciendo un show de piruetas polinesias con fuego. Desde mi balcón solo se veía un par de chispas girando a toda velocidad. El ruido era fuertísimo y se distinguían claramente los “arigatou gozaimaaaaaaaaaaaaaaaaaasu!”. ¿Ofrecerá el hotel un espectáculo similar en versión inglesa? A juzgar por todo el japonés que se alcanza a leer y escuchar en Waikiki, eso es lo de menos.

2013-07-08 (Primer día de clase)

Se siente un poco raro levantarse temprano, alistarse y salir a coger un bus para ir a estudiar. A estudiar. Más raro aún es ver que la gente alrededor lleva vestido de baño, toalla y flotador —a las japonesas les encantan los flotadores— mientras que uno lleva un morral a la espalda y va más o menos arreglado.

***

“Are you the one who flew from South America?”

***

Las traductoras de español (no hay hombres para este idioma) somos una panameña, una mexicana, una venezolana, dos de Estados Unidos y yo. A la venezolana le caí bien al instante solo por ser del país de al lado —aunque ella lleva más de 20 años viviendo en Maui—, pero los que más me hablan son japoneses.

***

Primera impresión (introducción al curso): ESTO ES LO MÁXIMOOOOOOO.

Segunda impresión (primer ejercicio de traducción simultánea): YO POR QUÉ ME METÍ EN ESTE MARTIRIO PUDIENDO TENER UNA VIDA NORMAL.

2013-07-07 (Pearl Harbor)

Japón intentó invadir Estados Unidos en una isla donde ahora los nipones se doblegan y entregan toda su plata a los americanos sin pensarlo dos veces.

Estados Unidos buscó defender su soberanía de la manera más radical posible por una isla donde ahora los letreros están escritos en japonés.

2013-07-06 (HNL)

La primera vez que vine a HNL hubo un accidente en la pista de NRT y mi vuelo de regreso se retrasó todo un día. Ahora, dos horas después de despegar de SFO con rumbo a HNL, un avión se estrelló en la pista de aterrizaje del primero y lo cerraron.

***

Del aeropuerto al hotel nos llevó una limosina que estaba en la fila de los taxis y cobraba lo mismo que cualquier taxi. Todavía no lo podemos creer.

***

La cajera de Macy’s tiene la tez morena, labios rojos y una cebollita ladeada en la cabeza rubia pintada. Atiende con una cartera al hombro como si ya se fuera a ir. Nos cuenta que envió a sus hijas a estudiar hula por 14 años y ahora ellas cuentan con una fuente extra de ingresos. Sin embargo, solo hasta ahora vio bailar a una de ellas en su trabajo —porque los kama’aina (locales) no suelen ir a sitios turísticos, como sucede con los locales de cualquier parte—. Dice que valió la pena el esfuerzo, porque “¿a quién le toca salir al monte, recoger matas y hacer faldas con ellas para que las niñas bailen? ¡Pues a la mamá!”

***

Lucy: O podría ser pantofobia. ¿Crees que tienes pantofobia?
Charlie Brown: ¿Qué es pantofobia?
Lucy: Es el temor a todo.
Charlie Brown: ¡Eso es!

2013-07-05 (Right Action)

En su mensaje de cumpleaños, j. dice que este no es cualquier año. Yo me quedo pensando en la bolsa de pensamientos negativos que he venido trayendo conmigo y concluyo que se podría aprovechar el carácter especial de 2013-2014 para hacer algo y así aligerar esa carga. No quiero que viajar se me convierta en un vehículo para huir y no hacer. La inacción es el centro de la angustia.

***

Volví a Lombard Street después de 10 años. La primera vez fue con Minori. Era por la mañana y no había mucha gente. Esta vez fui con Cavorite, por la tarde, el sitio atestado de turistas. No hay ningún paralelo especial entre estos dos sucesos, pero tengo la satisfacción de haber regresado a un sitio anhelado.

***

Coincidencias:

  1. En la panadería donde fuimos a desayunar nos atendió una joven de pelo rosado y piercings en los hoyuelos. Ayer habíamos viajado en el bus desde Ikea con ella.
  2. Me encontré en Haight-Ashbury con una mujer lindísima, igualita a Yurika, que había visto en un bus el otro día. Tomás me había dicho en la primera ocasión que le tomara foto porque esta oportunidad no se repetiría. Pero se repitió. Y tampoco le tomé foto esta vez.

***

La sensación de año nuevo se ve exacerbada por los fuegos artificiales del 4 de julio. El ruido de gente celebrando inunda las calles y confunde el calendario mental. Mientras tanto, Cavorite y yo recibimos el nuevo día en un apartamento vacío. Me alegra que sea él el que primero me saluda de cumpleaños esta vez. No hay nada más alrededor de nosotros dos y todo es perfecto. Podría interpretarlo todo como una señal y comenzar de nuevo, cambiar lo que me disgusta en vez de dejar que la podredumbre se tome mi edificio. Right thoughts, right words, right action.

Corazón de radiofaro

La única manera de no tener que despedirme tanto es dejar de moverme. j. dice que eso es posible, pero yo no quiero resignarme así, o más bien no puedo. Hace tiempo partí mi corazón de radiofaro con un golpe de piedra y resulté con un radar poblado de pulsos luminosos imposibles de ignorar. Ahora es demasiado tarde para perder la fe en los aviones.

Distant Radio

Masayasu llegó de Japón con una bolsa llena de postales. Las examiné aprisa. Como un satélite que se aleja de la Tierra y va captando ondas de radio de otras épocas, las postales me llevaron cada vez más lejos en mi propia historia. Las antiguas promesas, la cotidianidad perdida, lo que iba a ser y ya no fue; todo estaba ahí congelado en la vigencia de la tinta. El satélite recibe transmisiones que dicen “hoy”, pero basta un vistazo en dirección al planeta de origen —¿aún se alcanza a ver desde este punto?— para constatar que ese hoy no tiene ya nada que ver con este momento. Seguí pasando las hojas hasta que de pronto llegué a la frontera, a un amor viejísimo al principio de todo. Sentí ruido blanco en mi cabeza. Por un momento entendí la felicidad de los astrofísicos.

Addio alla redattrice

Un día fui a una entrevista de trabajo y dije que lo que más me gustaba hacer en la vida era escribir. No creo haber mentido, aunque mi categoría “lo que más me gusta hacer en la vida” es un poco más amplia que eso. Sin embargo, no puedo ganarme la vida cantando ni haciendo dibujitos, y aún si pudiera, aprendería la misma lección que aprendí en esta ocasión:

No es lo mismo escribir que ganarse la vida escribiendo.

Sé que puedo escribir cualquier cosa sobre lo que sea, pero la tortura mental que me supone hacer algo que no me interesa en lo más mínimo se lleva consigo el tiempo que necesito para todo el resto de actividades de mi vida. ¿Quiero dibujar? Tengo que escribir. ¿Quiero practicar ukulele? Tengo que escribir. ¿Quiero escribir en mi propio blog que tanto me gusta? No, primero el trabajo. Entonces resulto no haciendo nada y me siento miserable.

Así pues, en aras de desbloquearme y dedicarle más tiempo a lo que realmente quiero construir para mí misma, he renunciado a mi trabajo de redacción. En conmemoración de tan importante decisión —o solo por coincidencia—, me voy a Argentina a aguantar frío y pensar en otras cosas.

El punto final

El comienzo es muy sencillo. Un dolor localizado. La búsqueda de una silla. Sentarse. Tomarse el abdomen con las manos. Ese es el final.

Lo que hay justo en el punto final no se llega a saber a ciencia cierta; los bordes se hacen borrosos a medida que se los amplifica. Hay un pitido en todas partes. Crece. Ruge. El silencio se vuelve ensordecedor. Soñar muchas cosas al mismo tiempo, todas las cosas al mismo tiempo. Uno sabe de repente de qué hablaba Borges en aquel sótano porque lo acaba de presenciar. Dolor. Sentir que el cuerpo se curva todo hacia adentro como una hoja seca. Saber que en realidad se está moviendo de otra manera que no tiene nada que ver ni con la sensación ni con la voluntad. El dolor se parece al congelamiento. Cientos de cristales de hielo se abren paso desde adentro, rompen la carne, la vuelven un eje rodeado de radios punzantes. La columna vertebral emana agujas. Mi imagen se distorsiona; soy un dibujo hecho de líneas horizontales de colores desplazadas en todas direcciones.

En la lejanía, cada vez más cerca, oigo mi nombre en inglés. El aire se siente súbitamente frío, una niebla que no sabía que estaba ante mis ojos se disipa y de pronto me encuentro rodeada de gente desconocida mirándome desde arriba. Parece una película. Entonces veo a Cavorite y entiendo más o menos dónde estoy.

“I don’t know what happened, I don’t know what happened, I don’t know what happened”, repito incesantemente mientras me llevan a un sofá, me quitan los zapatos, llaman a un médico y me traen jugo y galletas de soda. No quiero soltar la mano de Cavorite. Conservo una bola de dolor en el abdomen y no puedo moverme en absoluto. Pienso en mi abuelo, en su dolor constante y su inmovilidad. Qué terrible debe ser estar así todo el tiempo. Dos días después, mi abuelo se va.