Veintinueve

Jesús Cossio dice que a los veintinueve años la gente toma decisiones radicales. Enfrentadas a la inminencia de los treinta, las personas abandonan cosas, emprenden cambios drásticos, corrigen el rumbo en un último intento de verse bien encarriladas a la hora de cumplir edades más serias. Revisando las notas de este blog, me doy cuenta de que este comentario no dista mucho de lo que me dijo j. cuando cumplí años este año. En ese momento no le creí de a mucho, ya que veintinueve es apenas un número primo con dos enes, dos ves y dos tonos de azul. No suena importante; si acaso transicional, un largo letrero de “no se pierda después del corte”. Sin embargo, haciendo un recuento de todo lo que ha pasado en el breve lapso que llevo en esta edad, puedo confirmar que es tan revolucionaria como me prometieron.

Hoy es un día bastante aburrido. Tengo textos por traducir y dibujos por hacer. Pienso en mi breve agenda como si fuera cualquier cosa, pero hasta hace apenas unos meses la parte del dibujo no figuraba en mi vida cotidiana sino en una lista de remordimientos por abandono. Con nostalgia me veía a mí misma a los catorce años, sin amigos ni belleza pero con una guitarra a la cual recurrir, una novela que escribir y dibujos por hacer. Una tríada perfecta que me mantenía en pie y protegida del mundo externo. Con el tiempo, la guitarra fue reemplazada por el ukulele y las aspiraciones literarias por este blog, pero el dibujo se había esfumado en un abismo de inseguridad alimentado por el hecho de que yo nunca había tenido un entrenamiento artístico formal y lo que salía de mi mano era muy simplón. Y todos estos años, ese hueco me pesó.

Ahora hago un breve repaso por todo lo que, después del colegio, dije que era sin ser del todo con el fin de agradar a alguien más. De repente le gusto a otro ser humano —oh sorpresa, se acabó la adolescencia, ya puedo emerger de mi cueva— y tomo vestigios de recuerdos y preferencias para intentar formar un todo que se amolde al todo de esa persona. Y en el proceso no hago lo mío. No estoy dibujando porque no sé dibujar como los que hacen cómics de superhéroes, que en todo caso no me interesan pero igual dejo que los que admiro me hablen largas horas de Batman, así como dejo que me hablen largas horas de cómo entender el universo y sus fenómenos. Escucho. Es cómoda esa pose de fan de los científicos. Quiero ponerle un rótulo a mi aislamiento en términos de los otros pero eso solo me convierte en seguidora de mundos paralelos.

Es solo cuando dejo de mirar a los demás, cuando dejo de buscar afinidades, que comprendo finalmente que el dibujo no es lo que los demás piensen de él sino el ejercicio de intentar proyectar lo que se ve en mi cabeza. Tocar ukulele también es un ejercicio. Cuando las cosas que uno ama pierden su objetivo final es que uno las vuelve a disfrutar plenamente.

Ahora estoy acá, sola en la casa, con un cúmulo de cosas que aún cuando sean aburridas son exactamente lo que quiero hacer, y con la serena certeza de que nada de lo que yo sepa o haga me hace elegible para pertenecer a ningún círculo ni ser merecedora del cariño de nadie. Y eso está bien. No estoy intentando anunciar con esto que me creo muy especial e intocable, sino que en años pasados me sentía un poco perdida pero creo que ya me voy encontrando.

Dicen que los hombres en crisis de la mediana edad compran motos y carros para darle sentido a sus vidas. Yo llegué a los veintinueve y me hice a un curso de interpretación, una tableta de dibujar y un ukulele soprano.

No quiero volver a Bogotá

No quiero volver a Bogotá. No se trata de los trancones o la basura o la inseguridad o la supuesta mezquindad de la gente. Esta no es una diatriba contra la ciudad. O tal vez sí, pero solo un poquito. Son los colores. Llevo meses rodeada de muchos colores mientras que Bogotá es gris y no quiero volver a un lugar gris. Un lugar gris y abigarrado. Un lugar donde la luz en sus mejores momentos se desparrama como un saco de arroz estallado, porque cómo más va a caer la luz sobre el ecuador.

Pero los lugares no son solo sus paisajes o sus colores o la forma de sus sombras. Los lugares son la gente. Las cadenas son la gente. Y otra vez toca irse. Hay una rutina bien establecida, con platos por lavar y camas por tender, pero todo eso va a desaparecer muy pronto. Muy pronto volveré a mi lugar-base que es como mi lugar-nada. Un lugar donde se instala mi vacío, una especie de alacena donde me guardo hasta que pueda volver a llenarme. El gris es el color de los frascos desocupados dibujados en el papel. El gris es un color-nada.

De tanto viajar he dejado de pertenecer. Solo puedo dar fe de mi vínculo con los pequeños mundos creados por cada camino recorrido en el pasado.

No cometan el mismo error.

2013-08-14 (Jeux Olympiques)

Hoy fue nuestra última clase del curso de intepretación. Por última vez tuve a Keita sentado detrás mío en el salón. Da tristeza pensar en lo pronto que hay que cortar los lazos que recién se empiezan a tejer.

Fuimos a almorzar con Keita y Judy (una señora de Hong Kong divertidísima) a un restaurante tailandés. Pedimos arroz frito con piña, entre otras delicias. Para este punto Keita ya sabe que soy fanática de la piña y compra piñas enteras para tajar y convidarme. Esta mañana llegó a la universidad con un recipiente lleno de cubitos por si yo no había alcanzado a desayunar.

Mañana es la gran prueba final: los exámenes de certificación. Me siento como una atleta olímpica que se ha preparado durante mucho tiempo para un destello de adrenalina que durará apenas unos minutos. Espero poder llevar a casa unas cuantas medallas.

2013-08-09 (Fiesta)

Hoy hubo una fiesta y fui la más bonita de la fiesta. Fin.

2013-08-08 (Karaoke)

Nos volamos de una conferencia aburrida y nos sentamos en una banca a hablar. Cambiamos de sitio a medida que el sol hallaba nuevas maneras de colarse entre las ramas de los árboles. Nos deteníamos cada vez que pasaba un hurón.

Reaparecimos en el salón de convenciones al final como para dar a entender que siempre habíamos estado ahí. Luego nos fuimos a un karaoke japonés. Canté “Yume” (夢) después de años de no poder hacerlo. Años sin karaoke. Estaba que no podía de la emoción. Resultamos compartir el amor por Billy Joel y los Ulfuls. Pocas veces encuentra uno tanta sintonía en gustos musicales. O no sé ustedes, pero esa es una categoría en la que suelo sentirme aislada (¿como en casi todo?). De pronto nací en la década equivocada y me toca corregir el error hablando con alguien de la década correcta.

El bus 13 pasó rapidísimo por la Avenida Kuhio cuando salimos del lugar. Nos despedimos aprisa, tal vez demasiado aprisa. Quedé triste todo el resto del camino.

2013-08-07 (El problema)

El problema es que si me miro al espejo desnuda me encanta lo que veo, pero no es sino ponerme un vestido de baño para que los elásticos lo deformen todo y me hagan sentir miserable. Ah, lo que es amoldar el cuerpo a los agentes externos para estar bien internamente.

2013-08-04 (Pelícanos)

No hay nada como hacer un nuevo amigo de la nada y salir a pasear con él. La semana pasada ayudé a una niña coreana recién llegada que estaba perdida en el bus de ida a Waikiki y luego me la volví a encontrar el mismo día en el bus de regreso. Hoy me la llevé a darle una vuelta a la isla en bus.

Minhye (se pronuncia “Mine”) y yo fuimos a Hale’iwa, un pueblito de casas viejas de colores que ha sido acaparado del todo por los restaurantes. Se supone que es un sitio histórico pero entre tanto puesto de shave ice adornado con filas de japoneses uno no alcanza a vislumbrar mayor cosa. De ahí seguimos para Waimea, una playa lindísima dominada por una roca llena de gente esperando su turno para hacer clavados. Los clavadistas sobre la roca me recordaron una escena similar en Reñaca, Chile, pero con pelícanos en vez de personas. Todos abigarrados en esa masa de aristas a la espera de dar un salto en picada.

Cogimos el bus de regreso y terminamos de darle la vuelta a la isla. Hora y media después, Minhye estaba dormida y las distintas playas que iban apareciendo ya me aburrían. Sin embargo no descarté la idea de volver después y verlas más detalladamente. Probablemente sea imposible, pero ahí queda la inquietud.

2013-07-27 (La palabra correcta)

Estoy empezando a cansarme de mis compañeras del curso, y eso que apenas llevamos una semana. Estoy harta de que anden haciéndome comentarios sobre mi desempeño en clase y sobre cómo tal vez yo no debería estar aquí porque supuestamente ya estoy por encima del bien y del mal.

Ayer hubo una fiesta en casa de una de las estudiantes del grupo de japonés y la Trasladadora me preguntó cómo me parecía el curso hasta ahora. Debo haber respondido alguna bobada tipo “hm, bien” (venía enojada por la lentitud del bus que me había traído), pero ella insistió.

—¿Pero bien cómo? ¿Diez, dos, uno, cero? ¿Menos cero? Es que como ya te lo sabes todo.

No pude evitar hacer mala cara por esa burrada de “menos cero”.

En otra rueda de conversación en la reunión (otra vez con las del grupo de español) mencioné que me identifico un poco con Dory el pez por mi mala memoria a corto plazo. “Es que tienes la cabeza llena de sinónimos”, replicó otra compañera. Algún optimista me dirá que debería sentirme halagada, y fuera de todo contexto sí me parece una de las cosas más bonitas que me hayan dicho, pero esa insistencia en trazar una línea entre Olavia y el resto es aburridora.

Entonces viene el más reciente episodio.

Hoy tuve que ir a la tienda Apple por culpa de un cargador defectuoso —aunque los cargadores de Apple son, por definición, defectuosos— y me encontré a la de los sinónimos, quien trabaja ahí.

Se burló de la cantidad de arena que cargaba encima. Expliqué (porque soy muy mala para las respuestas mordaces) que antes de venir a la tienda me había metido al mar y había encontrado mi bolsa y toalla parcialmente enterradas al volver. Usé la palabra “sea” para referirme al mar. “Oh, no, nosotros nunca decimos ‘sea’ sino ‘ocean’“, corrigió. Pensé que era una cuestión hawaiiana; al fin y al cabo, técnicamente nosotros sí estamos en medio del océano. “Lo siento, es que soy de las montañas”, repuse en broma.

—Bueno, por fin no tienes la palabra correcta—, comentó ella entonces, y se alejó.

2013-07-26 (Viejitos)

Mirar viejitos japoneses en Hawaii es muy divertido. Uno los ve ahí flaquitos, medio encorvados —unos para adelante, otros para atrás—, con el pelo engominado atravesándoles la cabeza de lado a lado. Todos son iguales hasta que alguno saca una sonrisa enorme que hace que uno crea estar oyendo un gran JA JA JA. Entonces uno se da cuenta de que ese no está recién llegado de Japón sino que es hawaiiano. Los viejitos contentos salen en Aloha shirt a la calle en Kaimuki desde la puerta de sus negocios de letreros descoloridos casi tan viejos como ellos. Los viejitos serios, en cambio, se disfrazan de hawaiiano en Aloha shirt y pasean por Waikiki a pasos cortos sosteniendo bolsas de compra. Algunos están en la playa con el ceño fruncido y las comisuras de los labios y las tetillas apuntando hacia abajo. En cuatro días vuelven a Tokio u Osaka en un avión de All Nippon Airways.

2013-07-25 (Asesinato en la calle Punahou)

Me desperté a las 5am con un mensaje de Keita: mataron a una compañera suya de clase de actuación. La encontraron amarrada, amordazada, apuñalada y envuelta en un tapete frente a su propio garaje. A él le tocó ir a la jefatura de policía, dar su testimonio y dejar una muestra de ADN por haber sido una de las últimas personas en verla con vida. No paro de pensar en CSI, la serie de televisión.