No quiero volver a Bogotá

No quiero volver a Bogotá. No se trata de los trancones o la basura o la inseguridad o la supuesta mezquindad de la gente. Esta no es una diatriba contra la ciudad. O tal vez sí, pero solo un poquito. Son los colores. Llevo meses rodeada de muchos colores mientras que Bogotá es gris y no quiero volver a un lugar gris. Un lugar gris y abigarrado. Un lugar donde la luz en sus mejores momentos se desparrama como un saco de arroz estallado, porque cómo más va a caer la luz sobre el ecuador.

Pero los lugares no son solo sus paisajes o sus colores o la forma de sus sombras. Los lugares son la gente. Las cadenas son la gente. Y otra vez toca irse. Hay una rutina bien establecida, con platos por lavar y camas por tender, pero todo eso va a desaparecer muy pronto. Muy pronto volveré a mi lugar-base que es como mi lugar-nada. Un lugar donde se instala mi vacío, una especie de alacena donde me guardo hasta que pueda volver a llenarme. El gris es el color de los frascos desocupados dibujados en el papel. El gris es un color-nada.

De tanto viajar he dejado de pertenecer. Solo puedo dar fe de mi vínculo con los pequeños mundos creados por cada camino recorrido en el pasado.

No cometan el mismo error.

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