Siento que llevo toda la semana sin poder hablar bien con nadie. No salí de la casa por varios días porque estaba traduciendo una serie de textos densos, en algunos casos casi ilegibles. Misaki no está. Por alguna razón las personas con las que suelo hablar por Internet se manifestaron mucho menos de lo normal. Durante un par de horas —¡horas!— me dediqué exclusivamente a cambiar de lugar puntos y comillas. Llegó un momento en que me miré al espejo y me vi tan olvidada de mí misma que decidí maquillarme como recordatorio de que aún soy un ser humano.
Cuando por fin pude salir de mi encierro, me encontré con mis amigas y fuimos a un restaurante ruidoso donde me la pasé asintiendo no más porque no las podía oír bien. Y encima le robaron la cartera a una de ellas. Regresé a casa y le conté a mi mamá algo importante y ella me respondió con algo que no tenía nada que ver. Me fui a dormir de mal genio.
Soñé con palabras en japonés. Soñé que no sabía cómo se dice “rendir tributo” en ese idioma. Soñé con el kanji 定. Soñé que me delineaba los ojos de afán pero no me quedaba mal. Entre sueño y sueño alcanzaba a pensar en el robo de anoche, y que ordenaría un poco mi cuarto al despertar.
El celular sonó. Tenía un mensaje. Decidí mirar a ver qué era y levantarme. Deben ser por ahí las 10am, pensé.
4:30pm, decía mi celular.
¿Se había dañado?
No. Eran las 4:30pm.
HABÍA DORMIDO DIECISÉIS HORAS SEGUIDAS.
Estoy muy confundida. Extraño hablar. Me siento aislada. Perdí un día entero. Quiero hacer algo con alguien y que no termine en tragedia.
Una amiga de mi curso de Hawaii comentó que tal vez eso era lo que mi cuerpo necesitaba, porque “el cuerpo sabe”. Recordé entonces que el día anterior había estado despierta desde las 3:30am y que las últimas semanas había estado trabajando mucho y durmiendo muy mal. Tarde o temprano me iba a tocar rendir cuentas. Al parecer ese día fue hoy.
Le dije a alguien que odiaba haber perdido el día porque “quería descansar hoy”. “¡Pero eso fue exactamente lo que hiciste!”, respondió. Oh.