Cuando era chiquita, tenía un par de amigos en el conjunto. Bueno, amigos de verdad no eran, pero a veces jugábamos juntos. Nunca fui muy amiga de salir a la calle, por lo cual no entablé relaciones duraderas con los vecinos. Prefería jugar Lego y Playmobil con mi hermana, o usar su My First Sony para inventarnos propagandas y radionovelas y grabarlas. Las sesiones con todos mis primos (en ese entonces éramos cuatro nietos y el menor tenía los ricitos del Divino Niño) eran memorables.
Crecí, pues, sin memoria alguna de amistades de barrio. Todo el mundo se la había pasado jugando botella y timbrando en casas aledañas preguntando por sus compañeros de aventuras vespertinas… y yo no. No me quejo, de todos modos; mi hermanita siempre ha sido una buena compañía. Sin embargo, nunca es tarde para tener la tan anhelada amistad de barrio. Y por más tonto que suene, fue interesante enterarme de que, a mis diecinueve años de edad, había encontrado a un interlocutor aledaño a mí. Y no era un interlocutor cualquiera… éste sería uno de los seres más peculiares que yo llegaría a conocer en las dos décadas que llevo caminando sobre esta tierra: El Juli.
El cómo de este encuentro es sencillo: un post de otro blogger dio origen a una discusión en msn que desembocó en el descubrimiento de nuestra cercana ubicación geográfica. Inmediatamente comprobamos este hecho, y aunque fue un poco difícil llegar a repetir el encuentro (cosas del Juli), ahora vamos de vez en cuando por un helado. Gracias a este ocasional manjar he logrado hacerme una idea de lo que verdaderamente es este huraño blogger que parece salido de su propio programa de televisión.
El Juli es como un narrador de dibujitos animados. Tiene un modo de hablar que sugiere que al cruzar la calle podríamos estar cruzando a un siguiente cuadrito de la historia, llena de chispas con “POW!” y “KABOOM!” Convierte una vida perfectamente normal en una franja de dibujitos animados seguidos de reality shows aún por hacer, propagandas de series que nunca llegarán al aire. Su aire rudo y repelente sugiere una rebeldía superficial, un “keep out!” aparentemente imposible de traspasar. Sin embargo, dando los pasos correctos, se descubre otro lado del Juli, el que sale de la historieta, el que uno podría adorar con el alma de no ser por la constante recurrencia del “keep out!”. Siempre le he dicho que debería escribir, escribir en serio, pero él no me hace caso.
Es difícil descifrar la personalidad de este personaje en primera instancia. Es como conocer a un wolverine que te espera con las garras afiladas, pero que puede retraerlas en cuanto surge un poco de confianza. Se descubre entonces que, pese al gran despliegue de su odio hacia la cursilería, hay remanentes de un corazón blando. Que aún en su impenetrabilidad hay cosas que lo hacen sonreír involuntariamente. Estoy segura de que, al término de la lectura de este post, El Juli se pondrá su máscara de ser malvado y me torturará al considerarme cursi. No obstante, aún si me dejara de hablar por decir lo que he dicho, yo seguiría considerando que todas las tardes de helado y caminata han valido la pena, y en algún futuro le contaría a algún interlocutor que yo también tuve alguien con quién pasar un rato amable sin estar lejos de casa.
SUENA: un zumbido, voces indistintas, el tecleo de muchas manos