La FIL (donde no estoy)

El año pasado, en junio, decidí de repente que quería visitar Lima durante la Feria del Libro, que era el siguiente mes. Fue un paseo muy bonito. Comí cosas muy ricas, me enfermé del estómago, me reuní con mis amigos dibujantes, alimenté a una pareja de gatos, caminé por el malecón de día y de noche, y me pregunté en repetidas ocasiones si lo que estaba viendo por la ventana era el cielo o una pared. Esa semana la pasé tan bien que me prometí que volvería para la próxima feria.

Julio de 2016. La FIL empezó hace poco y yo estoy acá en Bogotá, sin maletas ni reservas ni intenciones de nada. Con mis amigos peruanos no me hablo desde hace rato. Se me acabó la crema de ají amarillo y me resigné a su ausencia. Ni siquiera he vuelto a dibujar. Ayer me compré un tiquete aéreo pero hacia el norte en vez del sur. Creo que me entristece un poco darme cuenta de que ese país se me está desvaneciendo del corazón.

O no sé, tal vez exagero y en algún momento me volverá a dar un arranque, volveré a caminar por el malecón, me volverán a regañar porque no he hecho un fanzine y por fin probaré la ocopa arequipeña.

Le quatorze juillet

Esta mañana tomé mi primera clase de francés después de muchos años. Este es mi quinto intento en la vida y estoy peor que nunca. Confundo “il” con “elle”. La profesora me habla y yo me quedo mirándola con ojos entre confundidos y ausentes. Creo que pongo cara de avestruz. Leer números es una tortura porque solo se me ocurren en japonés.

Unas horas después de la lección me di cuenta de que hoy es la Fiesta Nacional francesa. Parecería como si hubiera querido abrir esta etapa con toda la pompa posible. Solo me faltó una cinta de inauguración frente a la parte de mi cerebro donde se van a trazar los nuevos caminos neuronales.

Después de hora y media de errores tontísimos (es una clase privada, así que soy la estudiante que hace el oso el 100% del tiempo), volví a mis labores en inglés y luego me fui a tomar chai con Gianrico. En medio de la tertulia recibí una llamada inesperada de la Embajada de Japón. No se molestaron en decir una sola palabra en español, ni siquiera para preguntar por mí. Entendí todo. Se sintió raro.

Mozartkugeln

Un día, cuando estudiaba en Los Andes, había un corrillo reunido alrededor de una compañera de mi clase de francés. Este recuerdo no tiene un contexto muy claro, así que es como uno de esos cortos institucionales donde hay un pequeño tumulto sin razón en el salón de clases o la oficina y la cámara se acerca para saber qué está pasando. Una de las personas en el grupo se asoma y dice algo relevante para el tema del video. En mi caso, el gran mensaje fue que yo había llegado demasiado tarde y la compañera acababa de regalar el último Mozartkugel que había traído de Austria. Yo no tenía ni idea de qué era un Mozartkugel pero me lo pintaron como el bombón más maravilloso y especial del universo. Me prometí que algún día lo probaría.

El semestre se acabó, dejé de estudiar francés y empecé a estudiar chino, dejé de estudiar chino y seguí estudiando japonés, me fui a Japón, estudié alemán, retomé el francés (“retomé” es un decir; me metí a la clase de pura facilista y no estudié nada), aprendí un tris de italiano, y lo más cercano que vi a un Mozartkugel era el licor de chocolate Mozart que vendían en el Yamaya (la tienda de productos importados) y nunca compré porque siempre me dije al ver las botellas que mejor la próxima vez, y luego la próxima, y así.

El sueño de los Mozartkugeln tenía que desvanecerse tarde o temprano, especialmente con la aparición progresiva de nuevos (y muy tangibles) manjares. Pero de repente, todo este tiempo después, reemergió de la nada. Hoy me reuní con Laura y Kelly, dos amigas con quienes he corrido de aquí para allá en festivales de cómic. Laura había regresado de un viaje a Europa y nos contó que nos tenía regalitos. Hubo cómics y cuadernitos para hacer cómics, pero en la mesa también aparecieron… ¡Mozartkugeln!

No aguanté ni un minuto para comerme el mío. ¡Ya había esperado más de una década! Estaba tan rico como esperaba, tan rico como me habían dicho las compañeras de francés. Con razón tanta conmoción aquella tarde.

El regreso al silencio, 2

Según las reglas de mi retiro autoimpuesto, mañana puedo volver a mirar mi TL de Facebook y Twitter. Pero no estoy segura de que esa sea una buena idea. Podría pensar que tengo un problema de verdad y ahora me va a tocar como a los que van a Alcohólicos Anónimos y les toca pasar el resto de su vida sin tocar una sola gota de trago. Pero no creo que sea tan grave. Solo estoy hastiada y un poco temerosa de lo que le hacen los mecanismos de gratificación instantánea al cerebro.

Fuera de la compulsión inminente, tengo otras razones para no reincorporarme a las dinámicas de las redes sociales:

  1. Por el derecho a tener pocas personas en la cabeza. Si no quiero volver a saber de alguien, quisiera conservar mi derecho a olvidarlo sin tropezarme con él en las menciones de todos como si trabajáramos juntos. Además, quiero pensar que la gente que recuerdo es la gente con la que realmente tengo un vínculo. Saber que hablamos, no que estamos ahí flotando intercambiando opiniones sobre el tema del día sin saber ni quiénes somos.
  2. Porque ahora me siento menos distraída para hacer las cosas que quiero. Me gusta escribir en este blog, pero eso se me había olvidado. La inmediatez de los 140 caracteres se había comido el gusto que yo le tenía al esfuerzo de escribir cosas más largas.
  3. Porque el vacío y el silencio dieron pie a la introspección. He tenido mucho tiempo para pensar y leer y entender partes de mi vida que suponían (o aún suponen) un obstáculo para mí. Creo que las redes sociales y las noticias basura me habían dormido ante estas realidades que debo enfrentar en vez de evadir.

La gente me mira raro cuando hablo de estas cosas, pero supongo que es más fácil caer en la adicción a las redes sociales cuando uno trabaja aislado y estas dan la sensación de ser un sucedáneo de la interacción social cotidiana. Pero ahora veo que no hay que temerle al silencio absoluto, a no hablar con a nadie a veces y lidiar con uno mismo y ya. Esa es una lección que debería haber aprendido en Tsukuba. Pero nunca es tarde.

Historia de una úlcera corneal

No sé por qué me gusta tanto documentar mis males. Describir dolores. Tomarles foto a mis heridas. En alguna parte de este blog hay un cólico que se sintió como si me hubieran clavado a la cama por el vientre y un dolor de cabeza que era como si el cerebro me rebotara entre el cráneo como una bolita en un frasco. Solo una vez que salí volando de la bicicleta en Tsukuba y el dedo gordo del pie quedó engarzado en el pedal y se me puso gigantesco y morado morado morado casi negro no fui capaz de guardar el espectáculo para la posteridad. Ahora tuve una nueva oportundad para hablar de este tema, aunque enfermarse no es divertido ni recomendable, por más que los dolores sean fuente de imágenes tan interesantes.

Hace una semana exactamente, después de mediodía, estaba sentada frente al escritorio traduciendo un documento cualquiera. El tedio usual. En algún momento sentí una molestia en el ojo izquierdo. Nada diferente de lo que uno siente cuando a uno se le mete una pestaña. Supuse que era resequedad y me eché gotas, pero cuando la molestia se convirtió en dolor, decidí que debía tomar una pequeña siesta a ver si se me pasaba. Tal vez es estrés, conjeturé. Quince minutos después, el dolor seguía ahí, ahora más fuerte. Qué pasó con el documento, me escribieron del trabajo. Un momento, respondí. Algo me está pasando en el ojo y me duele mucho.

Me miré en el espejo en busca de la maldita pestaña que se rehusaba a salir. ¿Por qué me duele como si tuviera los lentes mal puestos si hoy tengo gafas? Me levanté el párpado. No había ninguna pestaña por ahí, pero a cambio sí hubo un aumento repentino del dolor, como si el aire bajo el párpado me estuviera quemando. Volví a dejar el párpado en su sitio, aunque intenté un par de veces más con el mismo efecto y la misma falta de respuestas.

Entonces miré el ojo con mayor detenimiento. En el iris había un puntico blanco. ¿Siempre lo había tenido? ¿Qué era eso?

Dr. Google, dígame qué quiere decir un punto blanco en el ojo.

Querida paciente, lo más probable es que usted tenga una úlcera corneal.

Llamé a mi mamá. Tuvimos una discusión acalorada sobre mi salud versus mi responsabilidad en el trabajo. El dolor iba y venía. Cavorite me vio por Skype oprimiéndome la sien a ver si podía distraer un dolor con otro. Finalmente decidí dormir. Entretanto, mi mamá me consiguió una cita con un oftalmólogo a primera hora el sábado, pero igual trató de convencerme de irnos a urgencias a las 11pm. Le dije que prefería dormir calientita e ir luego al especialista que ir a aguantar frío y sueño para que me digan que no tengo nada porque no me estoy desangrando.

No sé qué soñé, pero en algún momento me desperté y del ojo brotaron lágrimas a borbotones. Eran tantas lágrimas que alcancé a plantearme la posibilidad de que el ojo se me estuviera vaciando. Ahora Misaki y yo nos veríamos igual. Volví a dormirme.

Mi ojo no se vació en el transcurso de la noche, pero sí se achicó. Mi disparidad ocular me hizo pensar en McZee, el personaje de piel azul que lo guiaba a uno por Creative Writer y Fine Artist (un procesador de texto y un editor de gráficos rasterizados que me enloquecían de felicidad y me mantuvieron muy ocupada a mediados de los noventa).

tumblr_n0snkoNIMu1tsxrbyo1_500Esto era lo máximo, amigos. LO MÁXIMO.

Me alisté para la cita con el oftalmólogo y me puse gafas oscuras dentro de la casa porque la luz me hacía doler el ojo. Era como si se materializara en una vara puntuda y me lo hurgara. Asomarme a la ventana me dolía. Mi tío médico le pidió a mi mamá una foto del ojo y el flash me hizo gemir. Mis gafas oscuras no tienen fórmula, así que anduve un buen rato en la paz de la ignorancia que me da la miopía severa. Salí con mis papás, llegamos a la óptica y el oftalmólogo, cuyo aspecto no llegué a conocer de verdad sino hasta que me volví a poner las gafas de ver bien, me examinó. Leí letras. Recibí gotas. Ignoré luces. El diagnóstico del doctor confirmó las respuestas iniciales de Google: queratitis, una úlcera corneal. La enfermedad no me era ajena: yo había sufrido de queratitis anteriormente, pero nunca a este nivel. No obstante, con todo y lo impresionante, mi caso era tratable. Unas gotas cada dos horas y otras tres veces al día. Debería notar una gran diferencia en 72 horas.

El ojo volvió a su tamaño normal y dejó de doler y lagrimear en cuestión de horas. El panorama cambió lo suficientemente rápido como para poder mantener nuestro plan de celebrar el Día del Padre en un restaurante francés. De todas maneras seguí leyendo al respecto y me encontré con que las queratitis más agresivas lo dejan a uno sin córnea en un plazo de 24 horas. Entonces, si un día sienten una arena en el ojo y les duele cada vez más —encuentren o no puntos blancos en su iris; a veces las lesiones son imperceptibles a simple vista—, corran al oftalmólogo. Su visión puede depender de ello. A pesar de no haber ido a urgencias, yo hice bien en no dejar pasar un día entero entre la aparición del dolor y el examen médico, porque en un estado más avanzado la úlcera alcanza la pupila y uno empieza a dejar de ver.

La mancha en el iris, que el sábado en la noche era mucho más grande que el punto inicial lo que yo vi el viernes en la tarde (vean ahí la importancia de la rapidez en el tratamiento; yo no sabía lo mucho que había crecido hasta que volví a mirarme el ojo ya con el dolor controlado), ahora está casi desvanecida del todo. Desde cierto ángulo alcanza a notarse que aún queda una ligera depresión en la parte inferior del iris del ojo izquierdo, pero ya es mucho menos pronunciada que hace una semana. Por el momento no estoy usando lentes de contacto ni me estoy maquillando, pero eso no me molesta. Lo importante es que después de este susto terrible pero afortunadamente breve, estoy pudiendo escribir esto sin ningún problema.

Save

Save

El regreso al silencio

Hace poco la tecnología me traicionó y quedé semiincomunicada por unos días. En realidad fue un first world problem lo más de tonto (yo solía odiar esa expresión pero ahora me parece tan apropiada): mi iPhone estaba fallando, lo llevé a una tienda Apple en Chicago y me lo cambiaron, con tan mala pata que a pesar de que le comenté repetidamente al “Genius” de turno que yo no vivo en EEUU y pronto volvería a Colombia, recibí un celular con las bandas cerradas. Aterricé en Bogotá, le metí al celular nuevo mi SIM card colombiana y… error. Programé una llamada del servicio técnico de Apple y exactamente a la hora estipulada me llamó un señor al que le costaba recordar algunas palabras en español. Después de intentar borrar todo de distintas maneras, me dijo que este era un problema común y los ingenieros lo arreglarían. La solución tardaría en llegar de 2 a 3 días hábiles, pero si llegaba a enterarse de algo antes, se comunicaría ese mismo día conmigo.

Esta historia debería ser más corta y contener menos lecciones, pero como a los genios de Apple se les olvidó el uso de los indicativos de país al tratar de llamarme otra vez y no revisé mi correo a tiempo, pasé un par de días con un iPhone que para efectos prácticos era un iPad Mini Mini. Tengo otro celular: un Nokia 1108 (como el 1100 pero plateado y con pantallita blanca en vez de verde) que me ha servido desde 2005, cuando entró a reemplazar un 1100 que se me cayó en un taxi. Como bien saben, con esa reliquia solo se puede hablar y jugar Snake, pero lo segundo no me interesa en absoluto. Estaba en la olla, pero era una olla bastante privilegiada: no puedo usar Uber a no ser que consiga una conexión wifi, no tengo WhatsApp, me toca llamar con un teléfono viejo. Contratiempos de la Barbie o algo así, podría decirse.

Mientras esto ocurría, Cavorite estaba en un retiro espiritual en un centro zen. En realidad no era un retiro espiritual, pero sí fue una actividad del trabajo en un centro zen. La señal de celular allí no era buena, pero aún así había gente tratando de mirar los índices de la bolsa en sus aparatos. En el bosque. Donde no podrían hacer nada si sus acciones caían de repente. Mientras tanto, Cavorite aprovechó para disfrutar la falta de distracciones. Entonces, de distintas maneras, ambos llegamos a la misma conclusión: no necesitamos el ruido de las redes sociales.

Ante esta revelación, Cavorite cortó su uso de Twitter de un solo tajo. Para mí, en cambio, fue mucho más difícil actuar al respecto. Ahora que no estaba de viaje ni divirtiéndome de ninguna manera, estaba usando las redes para escapar de mis labores y tener una sensación (falsa) de compañía. Le conté eso a Cavorite y él sugirió que cerrara sesión, simplemente. El efecto de eso es más que todo psicológico pero muy efectivo: da la sensación de que hay una puerta cerrada, así sea facilísimo volver a abrirla.

Así pues, llevo lo que va corrido de la semana sin mirar mis TL de Twitter ni Facebook. Todo se siente solo y silencioso. Ahora que la ilusión de compañía ha desaparecido de repente, si quiero hablar con alguien, me toca establecer una comunicación directa. Hola, cómo estás. Hace rato no hablamos. Es raro que algo tan sencillo se sienta tan liberador y abrumador al mismo tiempo. Ahora cuando estoy sola, estoy sola de verdad. Y eso no tiene por qué ser algo malo.

Orlando 2016

Uno de mis mejores amigos (cuando lo conocía como una de mis mejores amigas) pasó mucho tiempo hablando de un novio que había tenido hasta que decidió confesarme que el novio era en realidad una novia, quien aún le esperaba en su país de origen. Me lo dijo porque nos íbamos a ir de viaje juntos y nos iba a tocar compartir una cama, y tenía miedo de que yo no fuera a ser capaz de dormir al lado de él por ese pequeño detalle. Otro de mis mejores amigos esperó a que yo me graduara de la universidad y me fuera de Japón para contarme que le gustaban los hombres. Tenía miedo de que yo no quisiera ser más su amiga por ese pequeño detalle. En su país de origen, la gente va a la cárcel por detalles como ese.

Temores como esos son lo de menos. También está el miedo a morir a manos de algún “justiciero divino”, “adalid de la moral” o lo que sea, “asqueado” por el “estilo de vida” que han “elegido” aquellos “degenerados”. Degenerados por enamorarse, por sentir atracción por alguien, por llevar a cabo los ritos de cortejo que todos conocemos pero no en la configuración preferida por… ¿quién?

Hay mucho de machismo en la homofobia. Una mujer a la que le gustan las mujeres es una “marimacha”, alguien que trata de ser hombre en vez de quedarse en su puesto (a no ser que se dé besos con otra mujer frente a un hombre con el fin de darle placer de este último). Un hombre al que le gustan los hombres es un “afeminado”, toda una afrenta a la institución de la hombría. Es en ese afán de preservar el patriarcado que surgen estas manifestaciones en contra de cualquiera que no se atenga a sus ridículas reglas.

Y así es como termina muriendo gente en una discoteca, porque qué asco dos tipos besándose. Porque van a corromper a nuestros hijos y les van a enseñar atrocidades como que no hay reglas para ser hombre o mujer o ninguno de los dos.

Olavia the Social Butterfly?

Últimamente han desaparecido personas de mi timeline de Twitter. Ahora, cada vez que entro, solo me salen noticias de la BBC y el Asahi Shimbun (que nunca leo con detenimiento) y tips culinarios de Epicurious (que nunca pongo en práctica). Ya me explicaron que tiene que ver con el nuevo algoritmo, pero persiste la sensación de que todo el mundo se fue.

Entonces me pregunto: ¿quién es “todo el mundo”? ¿A quién no estoy leyendo que leía antes? Esto está vacío, pero ¿a quién debería extrañar?

No hay respuesta. Eso es preocupante, porque entonces, ¿con quién es que tanto hablaba que me hacía querer estar tan pendiente de esa red? ¿Qué clase de relaciones superficiales o falsas estaba forjando que cuando desaparecen ni me doy cuenta? Es más, al parecer ni siquiera soy consciente del transcurrir de mi vida social real. En estos días, dos personas diferentes en dos ocasiones diferentes me dijeron que tenían la impresión de que yo tenía muchos amigos porque yo siempre aparezco en fotos con gente o hablando con gente en las redes. Es raro, porque yo tiendo a pensar que en Bogotá me la paso sola y encerrada. (Digo que pienso que en Bogotá me la paso sola y encerrada pero ayer fui a cenar con unos amigos y hoy fui a almorzar con Gloria.) ¿Será cierto? ¿Será que mi sensación de soledad es apenas producto de trabajar detrás de un computador o metida en una cabina mucho más tiempo del que me gustaría?

Tal vez podría llamar/escribirles a todas las personas que considero amigas mías y ver si es una labor muy dispendiosa. Si lo es, aquellas dos personas tienen razón. En cuanto a Twitter, supongo que está bueno dejar de verlo como un espacio de encuentro (¿¡pero con quién!?). A ver si así me concentro más en otras cosas, como por ejemplo este blog.

¿En qué piensan mientras dibujan?

Llevo una semana haciendo un dibujo al día. No es gran cosa, pero es mejor que no hacer nada. Después de la crisis de pánico al dibujo por la que pasé hace poco, un dibujo diario es tremendo progreso.

Parte de la recuperación de la crisis incluyó una reflexión sobre qué es lo que hace que me atraiga el dibujo. ¿Puedo dejar de hacerlo por completo en vez de lamentarme por no hacerlo? No. ¿Por qué? Porque me gusta olvidarme de todo y concentrarme en la hoja y la tinta y cómo la hoja se va llenando de tinta con rayas que se parecen a algo que hay en mi mente. (Me gustaría haber podido convencerme de esto hace unos meses o años. De repente todo es tan obvio.)

No entiendo por qué quiero ver cosas en páginas de mi cuaderno que de otro modo estarían vacías. No sé por qué ando pensando en la ropa (de otros tiempos) y sus texturas: suéteres de lana, un abrigo acolchado, vestidos con mangas transparentes, pliegues y vuelos de una falda. Estoy segura de que este tipo de dibujos solo le interesan a mi hermana, que es diseñadora de indumentaria y textil. Pero siento que no puedo dejar de hacerlos. Por lo pronto será seguir, porque qué más.

Disciplina, disciplina y disciplina: una charla con Gianrico

Hoy fui a la Embajada de Estados Unidos a renovar mi visa. Recordando ocasiones anteriores en las que había llegado al sitio a las 7am y salido a las 2pm, me armé de libros y mi diario —que está atrasado—. Sin embargo, esta vez entré a las 7:15 y salí a las 8:00. Es increíble cómo avanza la optimización de procesos.

Después tuve que salir a hacer una vuelta con los de la oficina. Me llevé una gran sorpresa cuando me encontré en el grupo a mi amigo y colega Gianrico, a quien no veía desde hacía meses. Almorzamos todos juntos, hicimos lo que teníamos que hacer y nos despedimos, quedando solos Gianrico y yo para caminar hasta su escuela de alemán. En el trayecto hablamos de cómo hacer las cosas que queremos y deberíamos hacer en vez de mirar Netflix o Twitter o lo que sea que nos absorba el tiempo a punta de inutilidades. Concluimos varias cosas, a saber:

  • Si uno se va a meter a las redes, que sea para producir en vez de consumir.
  • En esta vida todo es cuestión de disciplina. La inspiración, la motivación, el talento innato y demás excusas son eso, excusas. Hay que hacer lo que uno quiere/debe hacer to-dos-los-dí-as, llueva, truene o relampaguee. Gianrico ha venido haciendo eso y ahora está terminando un proyecto bastante grande.
  • Antes de hacer las cosas uno tiene miedo, pero lo pierde mientras las está haciendo. Así pues, hay que estar en modo “durante” siempre.
  • Uno puede gastar el tiempo hoy haciendo algo que es un poco incómodo porque requiere esfuerzo pero que dentro de un año se reflejará en algo que le dé orgullo a uno (por haberlo hecho, al menos), o puede gastarlo mirando cosas que ni siquiera va a recordar mañana.
  • Uno dice que no tiene tiempo pero en realidad sí lo tiene, solo que lo desperdicia.
  • Los likes no miden nada. ¿Para qué ponerles cuidado cuando uno está haciendo lo que a uno le gusta? ¿Está haciendo uno las cosas por uno o por los demás?
  • Si no me gusta ir a una fiesta donde todos se conocen entre sí y yo no conozco a nadie, ¿por qué pretendo recrear la sensación en redes sociales?
  • Escribir ya, editar después.

Inspirada por la charla, llegué a casa y escribí un texto que había prometido para el newsletter de la asociación de exbecarios de Japón pero se me iba olvidando. Normalmente habría terminado de autosabotearme [inserte clics aleatorios por Internet], pero logré sacarme de encima cualquier idea que no fuera “yo puedo hacer esto fácilmente y lo voy a terminar pronto”, lo completé bastante rápido, lo envié y se sintió genial.

Lo otro que quería decir es que ver a Gianrico siempre me hace muy feliz. Es un gran, gran amigo y lo quiero montones.