“Society tells women that their appearance is their most important trait, so the quickest way to silence a woman is to tell her that she is ugly.”
En nuestra sociedad persiste aún la vieja idea de que las ambiciones de las mujeres están necesariamente ligadas a la apariencia personal: ser la más linda de la fiesta, levantar miradas por donde se pase, ser reina de belleza, atrapar un marido rico y buen mozo, no envejecer nunca. Inclusive el desempeño profesional sigue viéndose juzgado a través de la apariencia. Con base en esta creencia es fácil implantar un modelo de lo comercialmente aceptado como bello con el fin de incrementar las ventas de productos que prometen el éxito asociado con dicha belleza, generalmente a costa de la autoestima de quien los ha de consumir.
Creer en la belleza por fuera del molde preparado por la industria es no caer en su trampa, y por lo tanto es estigmatizado. La sociedad de hoy en día no me permite decirles que si me miro en un espejo de cuerpo entero me gusta lo que veo. ¡Cómo osa decir tamaña desfachatez si [inserte defecto aquí]! Es un pecado quererse tal como se es (ojo, no estoy usando el término “aceptarse”, que tiene un dejo de resignación) si no se tiene una figura que justifique tal amor propio. La ausencia del deseo de alterar nuestro físico, ya sea mediante el hambre, las cirugías o las fajas, denota—según nos hacen creer—un cómodo derrotismo ante la imposibilidad de alcanzar el secretamente anhelado ‘mejor yo’. Sin embargo, no existe tal versión mejorada: es la imagen de alguien más, un ser irreal a quien estamos obligadas a parecernos lo más posible para encajar en unos estándares de feminidad completamente arbitrarios.
Sandra Lee Bartky señala que el conseguir un cuerpo bello o sexy trae para la mujer atención y admiración, mas no respeto ni poder social. Decir que el discurso en contra de lo que Naomi Wolf denominaría “el mito de la belleza” es un simple subproducto de la envidia es afirmar que la mujer prefiere su valor como espectáculo a aquel como persona. Si bien hemos sido acostumbradas a vernos observadas, nuestra existencia no se limita a ese aspecto. La validez de nuestra opinión no tiene por qué depender de nuestra apariencia física. No estamos en obligación de creer a pies juntillas lo que los medios y la industria pretenden decir acerca de nosotras. Por el contrario, tenemos el deber de rebatir estos mitos y romper las cadenas de estricto autocontrol que nos han vendido como ‘feminidad’.
Algunos siguen creyendo que las revistas de moda hablan por nosotras, que no tenemos el poder de decidir sobre nuestro propio cuerpo y necesitamos que alguien más nos diga cómo es que queremos ser. Es hora de que nos escuchen sin el convencimiento de que nos tienen descifradas sólo porque unos pocos nos han metido por los ojos la falsa idea de que así es.