Purge

Creo que no puedo volver a hablar con el señor Sakaguchi. Creo que no puedo volver a mirarlo a la cara. No quiero que se aparezca en mi clase de teoría literaria. No quiero topármelo en el camino ni coincidir con él en ningún evento. No quiero saber más de su japonesa existencia.

Espero que finalmente haya entendido lo que había querido decirle desde esa noche en que sus palabras me obligaron a verlo bajo una luz distinta, desde siempre. Tal vez en esa ocasión había mentido y solo probaba el alcance de su recién adquirido don de labia, souvenir de Alemania. Después el efecto se desvaneció y él retornó a su condición de nipón desdeñoso de las palabras. Pero yo seguí caminando con el dardo clavado al cuello.

Anoche fue hora de sacármelo de un solo tirón—después de múltiples intentos infructuosos de atenderlo lenta y sutilmente, como si de un caso de elefantiasis se tratara.

—No estoy pidiéndote que aprecies lo que hago, sino que sepas que eres lo suficientemente importante en mi vida como para inspirarme a escribir—, declaré después de revelar la proveniencia del primer cuento que escribiera en años y estrellarme estrepitosamente contra el muro de su indiferencia.
—Gracias, pero suena extraño si lo mencionas. Deberías guardarte esas cosas.

Debe ser por eso que los habitantes de este archipiélago al final se desesperan y se tiran a las vías férreas. Yo podré seguir con mi vida después de purgar este veneno, pero ¿qué hay de todas esas personas a las que las palabras se les pudren en la garganta? Los gusanos se les subirán al cerebro y enloquecerán, engrosando las estadísticas y la fama de cada edificio alto que se cruce en el camino.

[ I Ran (So Far Away) — A Flock of Seagulls ]

The Bird and the Bee

Cuando era chiquita me preocupaba la llegada del futuro. El futuro, esa era delirante y peligrosamente cercana que venía siendo predicha hasta el mínimo detalle. Pues bien, a mí ese horizonte me preocupaba puesto que cuando llegase mi casa sería demolida para construir una brillante “casa del futuro”.

Algo así suelo evocar cuando escucho a The Bird and the Bee. Como salidos de una fantasía de azulejos color verde limón y turquesa, Greg Kurstin e Inara George imaginan el porvenir musicalmente desde un mundo de licuadoras anaranjadas en el que creíamos que volaríamos a la Luna en una nave Pan Am.

El futuro llegó y mi casa sigue igual, aparatos más, aparatos menos. Nadie está hibernando en el camino a Júpiter. Sin embargo, este dúo me hace cerrar los ojos, retroceder en el tiempo y ponerlo a andar de diferente manera para poder declarar, como en su último álbum: “Ray guns are not just the future”.

Soliloquios

Yo: ¿No te ocurre a veces que pasa el día entero y no usas la voz ni una sola vez?
Hazuki: No.
Yo: ¿No?
Hazuki: No. Yo hablo sola.

[ You’re a Cad — The Bird and the Bee ]

また連絡するね

Una tarde de verano en 2002, un tímido joven japonés se detuvo en un pasillo frente a una colombiana ligeramente menos tímida recién llegada a Dubuque, Iowa. Departieron un rato.
—Después te llamo—, dijo él en inglés a modo de despedida.
—¿Cómo planeas llamarme si no tienes mi número?
El joven quedó algo perplejo ante la audacia de su interlocutora. Parecía una invitación, pero no había manera de asegurarlo. Excepto, tal vez, si cumplía la promesa.

Los días pasaron y los paisajes cambiaron. Hubo encuentros y desencuentros. La nieve cayó y se derritió y volvió a caer. Los aviones surcaron los océanos en vaivén. Así transcurrieron casi siete años.

Una mañana, el teléfono rompió el silencio en un minúsculo y desordenado apartamento en Tsukuba, Ibaraki. Una extranjera levantó el auricular.
—¿Estás despierta?—dijo una voz en japonés desde el otro lado de la línea.
La mujer rió, somnolienta. Parecía el eco de una antigua invitación, pero no había manera de asegurarlo: ella nunca había recordado una promesa durante tanto tiempo.

[ Qui sommes nous? — Olivia Ruiz ]

Terror a la hoja en blanco

Terror a la hoja en blanco

Hace muchos años dibujaba todo, todo el tiempo. Hace muchos años pasaba fines de semana enteros escribiendo sin parar. Hace muchos años había música en mis dedos explotando cada tarde sobre una guitarra.

Ahora el terror me ata a esta vieja silla de escritorio, mis manos extendidas sobre la mesa, pesadas e inamovibles. La hoja en blanco se muestra omnipotente frente a mi lápiz tembloroso, mi espada de grafito que ha de quebrarse al contacto con el vacío de lo que no se ha dicho, de mi boca entreabierta, de los ojos expectantes que solo encontrarán el final de un suspiro entrecortado.

[ Berimbau — Sergio Mendes & Brasil ’66 ]

Esta es Yurika

Una de mis ex alumnas de la clase de español es una chica de pelo cortísimo y vestimenta muy diferente de la de las demás japonesas: anda con una chaqueta acolchada, como las que usan los ancianos chinos, y pantalones bombachos que seguramente compró fuera del país o en una de esas tiendas étnicas que hay en Tsukuba Center o Harajuku. Se llama Yurika.

Yurika pasó seis meses de su vida haciendo un voluntariado en Mozambique. Desde entonces quedó completamente descuadrada del molde japonés, como suele suceder con todos aquellos intrépidos aventureros que osan posar pie fuera de la isla. Habla portugués bastante bien, cosa que influye en su entendimiento de la gramática. Es útil saber un poco de esta lengua —aprendí por mi cuenta cuando tenía quince años, pero ya he olvidado casi todo— al conversar con ella, puesto que trastoca los términos seguido, cosa que no solo me parece simpática sino que además me ayuda a repasar. Ahora quisiera proponerle que un día no hablemos español sino portugués.

Das orange Foulard und die blaue Luft

1.
El problema de escribir es que si no lo hago al instante, la idea se va. No he tenido sino ideas e ideas e ideas, pero cuando las pospongo (o sea, siempre) se hacen trizas como alas viejas de mariposa y resulto mirando al vacío dulcemente, cual vaca rumiando aire. Por eso nadie daría dos pesos por la publicación de mi inexistente obra. Porque es inexistente y yo no he hecho nada por materializarla.

2.
Ayer amanecí con el pelo liso. Para mi feliz sorpresa, me bañé y seguía liso. Ahora me parezco un poco más a como era yo antes de venir a Japón, sólo que después de Hiroshima he perdido el apetito inexplicablemente y he adelgazado. Esto me ha traído ciertos inconvenientes, como que la ropa se me escurre y mi busto ya no existe. Cuando vuelva la humedad al ambiente volverán las ondas que últimamente han decorado mi cabeza y han hecho que no me reconozca cuando me veo al espejo.

3.
Fui a cenar con el señor Sakaguchi a un restaurante mexicano. Me contó cómo es el museo que no quise visitar en Hiroshima. Hablamos en alemán un rato. A él le fluye, a mí no. Le enseñé un poco de español. Deseó que pudiéramos conversar fluidamente en algún idioma que no fuera inglés ni japonés para que nadie nos entendiera. Me compró un helado de yuzu. Lo abracé. Me apretó con fuerza durante el más breve de los instantes.

4.
Anoche soñé con vestidos de colores vivos, hermosos pero carísimos. Me los medía y me quedaban a la maravilla, pero no podía comprarlos todos. Recuerdo particularmente una bufanda anaranjada drapeada especialmente costosa. El instante en que abrí los ojos vi a través de la ventana el cielo más azul que mañana alguna pudiera ofrecer. Fue un contraste de colores refrescante para complementar un sueño absolutamente reparador.

Hace frío, mi pelo es liso, mi pecho plano y no puedo escribir. También le tengo miedo a la tinta china.

[ Down in Mexico — The Coasters ]

広島

Genbaku Dome

Los herbajos que nadie esperaba ver en setenta y cinco años se abren paso sin rubor por entre los escombros del edificio de la Exposición Comercial de Hiroshima. El interior del cuartel del emperador Meiji, frente al castillo reconstruido, es una cama de flores.

Los árboles de troncos chamuscados se resisten a caer y aún observan los tantos cauces desde lo alto, desafiantes y llenos de hojas.

Desde lo alto de las ruinas levanta vuelo un cuervo. Al otro lado del río, una pareja abrazada ríe en la oscuridad de la noche. Cerca de ellos, en la orilla, un joven con voz de cordero toca la guitarra rodeado de tres desconocidos con máscaras de lucha libre.

Qué estúpidos somos al creer que realmente podemos aniquilarlo todo para siempre.

[ Standing on the Shore — Empire of the Sun ]

Ceci n’est pas la grippe porcine

Me siento mal. Esta noche me voy de paseo y el cuerpo se me está cayendo a pedacitos como un espantapájaros viejo al viento. No hay un boticario acá para suministrarme un jarabe milagroso o al menos decirme que deje de insistir, que en su farmacia no venden paletas.

En la tienda de importados me compré un frasco de yujacha para probar, sin saber que se convertiría en mi único remedio para el catarro.

Que alguien llame a la estación de Hiroshima para que dispongan a un funcionario con escoba y recogedor y le entregue a Azuma una bolsa con mis pedazos parlantes. O de pronto ella y yo seremos dos bolsas de añicos apestados que dejarán en un callejón o a la vera del río. Como para que no digan que no hicimos turismo. Después nos retornarán a Tsukuba en un camión de 宅急便 y junto con Yin completaremos tres paquetes ahí tirados entre muebles viejos a la entrada de algún edificio.

Nota para mis padres: no tengo influenza porcina, estoy segura. Si me llega a dar fiebre prometo ir al médico.

[ Reach Out, I’ll Be There — Gloria Gaynor ]

Go Ask Alice

El optimismo se había apoderado de todos nosotros ese día. Azuma y yo habíamos descubierto un claro en el bosque tras encontrarnos con el repentino cambio que había sufrido el paisaje a la salida del barrio. Ahora había agua chispeante frente al radiotelescopio, en algunas partes cubierta de una espesa lama verde cuya textura nos quedamos mirando durante un buen rato.

A la hora en que nuestros rostros se tornaron oscuros y anaranjados y una mariquita se posó en una larga brizna de hierba violácea, el señor Sakaguchi aceptó nuestra invitación a comer sushi junto a Yin y dos estudiantes de intercambio norteamericanas. De repente era de noche, y seis personas apretadas cerca de la banda transportadora llenaban una mesa de torres de platos y conversaciones conectadas como piezas de rompecabezas que no encajan pero igual se mantienen pegadas. Feliz no cumpleaños para todos, ¿más té verde? Prawns, prawns, prawns.

El señor Sakaguchi llevó a Azuma en la parte de atrás de su bicicleta hacia nuestra siguiente parada: el karaoke del barrio. Nos desgañitamos hasta que el cielo se volvió un tapiz azul verdoso salpicado de planetas y nos mandaron para nuestras casas. Nadie tenía sueño, ni siquiera estábamos cansados. “Nights in White Satin” no tenía por qué ser mi última canción. Podríamos haber seguido—todo el pueblo parecía continuar, había luces prendidas por toda la calle.

Mi logro personal de la velada fue haber cantado “White Rabbit” de Jefferson Airplane sin reventar mis cuerdas vocales ni los tímpanos de la audiencia. Viene bien sentirse Grace Slick de cuando en cuando, en especial cuando los días andan tan surreales.

[ Crown of Creation — Jefferson Airplane ]