Cuarto año

Queridos estudiantes de literatura:

Esta semana una alumna se tiró del séptimo piso del edificio de la facultad. Sí, el mismo piso donde hace años un fanático religioso degolló al profesor que estaba traduciendo Los versos satánicos al japonés. Ella sobrevivió.

Quisiera recordarles que como su carrera no les exige salidas de campo ni nada por el estilo, lo más probable es que cuando lleguen a cuarto año se encierren en sus apartamentos a escribir la tesis y no vuelvan a hablar con nadie más. Tengan cuidado y procuren no suicidarse.

Podemos continuar con la clase.

[ Take It Away — Paul McCartney ]

Romadizo

Creo que me enfermo de gripa dos veces al año: una en otoño-invierno en Japón y otra en Bogotá.

Port of Kobe
Enferma en el puerto de Kobe en 2007.

Hoy ha sido el día elegido por mi sistema inmunológico para divertirse un rato jugando a la batalla con los patógenos en 2010. Siento que tengo un casco de dolor en la cabeza, vivo con sed y me la he pasado coqueteando con el letargo. En una de las siestas delirantes en las que he venido cayendo soñé que regresaba a Los Andes a terminar las materias que me faltaban para graduarme, con la mala suerte de encontrarme con que todo lo llevaba perdido gracias al viaje a Japón. Además llegaba justo en la mitad de un examen de moral (me late que sigo a demasiados filósofos en Twitter).

Esta vez creo que la gripa no me adelgazará como suele hacerlo porque ya me acostumbré a forzarme a comer cuando tengo la impresión de que mi cuerpo podría beneficiarse del consumo de alimentos. Soy una persona que adora comer pero suele olvidar que hay que hacerlo con cierta periodicidad.

Supongo que si los síntomas persisten tendré que ir al hospital a ver si es la famosa influenza A(H1N1) de la que tantos artículos me ha tocado traducir estos meses. Espero que no. Espero que no. Espero que no. Por lo pronto cerraré el día cantándole una canción a Gazapos, quiéralo o no mi garganta.


Enferma en Tsukuba en 2010.

[ Tiny Sparrow — Peter, Paul and Mary ]

Delante del encerado

Cuando empezó la clase, los estudiantes me miraron con escepticismo. Los había puesto a convertir trozos de su vida en poesía y ellos estaban seguros de que no podrían. Insistí. Bastaba con deshacerse de lo abstracto, ver el sentimiento, dibujarlo con palabras. El resultado los tomó por sorpresa.

Cuando se acabó la hora, se acercaron y me dijeron que los había hecho pensar de una manera en la que nunca lo habían hecho antes. Me dieron las gracias.

¿Realmente puedo hacer algo así?
¿Puedo hacer que alguien piense como nunca lo había hecho antes?

“You’re gonna be a teacher!” canturreó mi jefa poco antes de abandonar el salón.
Si ese es el rumbo de la corriente, con gusto me dejaré llevar.

[ Le commun des mortels — Pomplamoose ]

De visita en un sex shop de Akihabara

¿Recuerdan ese mito según el cual en Japón venden ropa interior femenina usada? Pues bien, es cierto. No hay que adentrarse siquiera en los callejones de Electric City para comprobarlo: al parecer es más difícil encontrar un taller de servicio técnico para Mac que un sex shop de cinco pisos lleno de panties usados, vaginas de caucho y manos de mentiras para hacerse fisting. Ayer pasé un rato curioseando en uno, y lo que vi fue realmente memorable.

El lugar en cuestión se encuentra sobre una avenida frente a la estación de Akihabara en Tokio. A la vista del público hay un escaparate con cabezas de plástico, uniformes de colegio y una gran pantalla de video donde cabezas y uniformes se unen en una muñeca de tamaño humano. No hay pierde. Las muñecas, aprendí después, vienen en diferentes formas y tamaños, y se les instala entre las piernas uno de los cientos de modelos de orificios rugosos más o menos realistas que ofrece este negocio. Claro que para el amante de poco presupuesto hay instrucciones ilustradas para convertir una almohada normal en un torso con senos, cintura y espacio suficiente debajo de donde debería haber un ombligo. Apenas lo necesario para satisfacer las necesidades básicas de aquellos que encuentran engorroso el proceso de conversar y convencer a otro ser humano de unirse a una sesión de aquel incomprensible juego que es el coito.

Pop Life (así se llama la tienda) da un 30% de descuento a su clientela femenina si se deja tomar una foto modelando la ropa interior erótica que va a comprar. ¡Qué conveniente! Obviamente, las fotos de las orgullosas clientas en busca de economía están expuestas por todo el pasillo, apenas con una raya delgada de Sharpie cubriéndoles los ojos. También hay todo un arsenal de herramientas para sadomasoquismo (¿desea usted su cuerda de kinbaku suave o de fique para que además le abrase la piel?), aparatos de todos los tamaños, colores y estilos para insertar en todos y cada uno de los agujeros del cuerpo humano, disfraces —siendo los de colegiala y personaje de anime los más populares— y, claro, videos porno. Cuando fui, una pantalla deleitaba a los posibles compradores con imágenes de una muchachita siendo humillada por sus compañeras de colegio en un salón de clase, forzada a comer quién sabe qué y orinar frente a todas. Luego le rayaban todo el cuerpo con marcadores y le ponían vibradores sobre todo el cuerpo. Al lado había otra pantalla donde dos cuerpos brillantes de grasa parecían estar haciendo las mismas cosas que todo el mundo hace generalmente, pero la mujer chillaba y retorcía la cara como si le estuvieran metiendo una tusa de mazorca. Todo esto con cuadritos de censura en los genitales, como manda la ley.

Ah, sí, y los interiores usados. Aparecieron inesperadamente en bolsas transparentes al lado de los lubricantes, así como si nada. Algunos traen la foto de la supuesta usuaria (del cuello para abajo), mientras que otros simplemente vienen con un nombre femenino escrito en marcador. Los paquetes traen solo una pieza, un conjunto o todo un surtido de quién sabe cuántos. De todas formas la opción más barata sigue siendo robarlos de cualquier balcón. Lo realmente perturbador —como si esto no fuera perturbador de por sí— es que también venden ropa interior de niñas pequeñas y uniformes de educación física de colegialas.

No estoy segura de tener una reflexión a la mano alrededor de todo esto. Este es un país donde los hombres se ennovian con almohadas y se casan con personajes de juegos de video y donde el matrimonio marca el fin de la vida sexual de la mujer. Voy a cumplir tres años en la universidad, la gente de mi año ya empieza a vestirse de negro para buscar trabajo y en clase los chicos siguen evitando a las chicas como a la plaga. No es de extrañarse que la tasa de crecimiento de la población sea negativa, si todo indica que los japoneses olvidaron cómo hacer hijos hace años.

[ Endlich ein Grund zur Panik — Wir Sind Helden ]

Standing Ovation

Para empezar de una vez con un cliché, diré que hoy fue un día muy especial. El motivo: gracias a una iniciativa de la profesora de francés, yo tendría la oportunidad de tocar una canción frente a un pequeño público. Podría haber hecho cualquier otra cosa —recitar un poema, contar un cuento—, pero yo estaba decidida a llevar mi guitarra y cantar.

No sé si haya mucho que decir sobre la presentación en sí. Canté “Sympathique”, de Pink Martini, un poco más rápido que la versión original. Por el rabillo del ojo podía ver a mis compañeras siguiendo el ritmo con los pies y agitando la cabeza hacia los lados como los Beatles en sus inicios. No podía creerlo. No obstante, no hubo tiempo para digerir aquella visión: el salón se había desvanecido alrededor de la silla donde yo le arrancaba un par de acordes a esta amiga mía. Cuando terminé, el mundo se resquebrajó en el largo trueno de un aplauso acompañado del aullido de muchas bocas. Pocas veces se ve a los japoneses tan entusiasmados, en especial mi profesora que no paraba de alabarme. ¿Cómo saber que esta había sido una simple presentación de clase y no un minúsculo concierto? Volví a mi casa sin saber qué hacer conmigo tras este estallido de la más pura dicha.

Sin embargo, horas después me invadió una sensación de tristeza cuya causa me eludió hasta que me di cuenta de que hasta entonces no recordaba en absoluto la sensación de cantar frente a una audiencia, algo que me era bastante familiar hace años. Entonces me golpeó una horrible certeza: esta había sido la primera y última vez que hiciera algo tan satisfactorio, la primera y última vez que el campus de Tsukuba viera una sonrisa tan radiante en mi rostro. Ahora que el sol se ha puesto y las carrozas han vuelto a ser calabazas yo vuelvo a zurcir sueños en silencio. He recordado que lo que más me gusta hacer en la vida es cantar, pero ¿para qué? Mientras permanezca en este archipiélago, mi voz no volverá a salir del último apartamento del último piso de un edificio cualquiera en el barrio Kasuga.

[ Over the Valley — Pink Martini ]

Después del banquete

Cuando el asunto empieza, uno cree que esta vez es diferente y se lo anuncia a todo el mundo con orgullo: “esta vez es diferente”. Uno desfila airoso por las calles, saludando con la mano a las multitudes como el soldado que va para la guerra creyendo que ya ha regresado con la victoria a cuestas.

Pero entonces, sin saber cómo ni cuándo, todo resulta igual que siempre. El último barco de la Grande y Felicísima Armada se hunde y a uno no le queda más que agacharse a recoger las palabras y los corazones que dejó regados por todo el piso cual confeti pisoteado al final de la fiesta.

Lo bueno es poder recordar siempre que hubo fiesta.

[ Distant Radio — Devics ]

There Is No Such Thing as a Free Lunch

El sábado pasado, en el trabajo, nos regalaron un almuerzo en caja tan grande como un juego de mesa. Contenía langostino, camarón, pollo, pescado, masas cárnicas de dudoso origen, arroz, arroz y arroz. Era la primera vez que nos daban algo que no fuera aburrimiento crónico, así que nadie se quejó por el regalo. Considerando que además nos dieron un adelanto del pago en efectivo —que horas después invertí en “Images de l’univers”, un libro con CD-ROM incluido lleno de exactamente lo que dice el título—, había sido un día bastante bueno.

Sin embargo, ya lo decía el libro de economía del colegio con monedas en la cubierta: there is no such thing as a free lunch, y el precio de este almuerzo parecía haberse grabado entre nuestros pliegues estomacales. Azuma, Yin y yo volvimos a casa con distintos niveles de dolor en las entrañas. Yin solo pudo comerse medio bol de cereal al otro día y Azuma tuvo pesadillas. A mí me tocó esconder mi libro nuevo porque los anillos de Urano me daban náuseas.

Después de un angustioso sueño en el que Minori me salvaba de un hiphopero puertorriqueño estafador y me regañaba y me regañaba y me regañaba, pasé todo el día de ayer en cama, adolorida. No le aporté a mi organismo más que leche de soya y té de yuzu, salvo al almuerzo, cuando me atreví a engullir un plato de arroz con huevo revuelto mientras hablaba con mis papás. Tomé una siesta y soñé que encontraba en Internet un artículo sobre la supuesta obra literaria de una compañera del colegio, señalando que ella era Olavia Kite. Qué bien: un día perfectamente desperdiciado en brotes de delirio y líquidos con sabor a salud concentrada.

Hoy me miré al espejo: no sé por qué mi cara me recordó a Igor el del Conde Pátula.

[ St. James Infirmary Blues — Cab Calloway ]

Quisiera ser un pez

Los pescaditos secos que vienen en los paquetes de pasabocas para acompañar el trago tienen cara de Alien, así colmilludos y con la boca excesivamente abierta cual momia de Indiana Jones. Sin embargo, pese a su condición de atentado a la estética gastronómica, observarlos no produce horror sino risa histérica.

La culpa la tiene Juan Luis Guerra por desear ser un pez cuando esto —digo yo sosteniendo el cadáver arrugado entre índice y pulgar— es lo que les pasa a las pobres sardinitas que nunca anhelaron la vida de ultramar.

Pensándolo bien, esa es una canción barata y obscena. Es obvio que los clupeiformes son lo último que pudo haber pasado por su cabeza cuando la compuso.

[ Are You Experienced? — Jimi Hendrix ]

Fundido a negro

A veces se me olvida cómo ser humana.

A veces noto una extraña sensación de vacío en el tórax y me pregunto si es hambre. Ante el recuerdo del síncope del año pasado suelo forzarme a comer algo, no sea que vuelva a caer como un árbol viejo en medio del bosque (si una mujer encerrada colapsa y nadie se da cuenta, ¿realmente ha colapsado?). Otras veces debo arrastrarme a la calle porque se supone que hay que tomar el sol y caminar de un lado a otro. Eso es lo que hace la gente durante el día, ¿no?

No sé cuándo fue la última vez que supe que estaba viva. En este limbo cómodo donde siempre suenan canciones que me gustan bien podría ser un fantasma. ¿De quién serán las carcajadas que emanan de aquel apartamento esquinero que nadie visita? La puerta está bloqueada por dos inmensas cajas de cartón y un mueble pútrido que el viento amontonó.

Ya no me desvela hallarme en el borde del mundo, abandonada. Quisiera pensar que la imagen de Atreyu tomándose una sopa negra y asomándose a la Nada que consume a Fantasia ya no se compara con mi vida, tal vez porque en realidad no tengo una vida. Me limito a existir… si es que existo, porque en realidad no lo sé. Sé que me gusta cantar, que me encanta la leche de soya saborizada, pero el resto de detalles se ha ido borrando como una inscripción vieja. Debo mirarme al espejo seguido para comprobar que la luz no me atraviesa. ¿Acaso me consume a mí también la Nada? ¿Quién me imagina, para pedirle que venga a mi rescate?

A medida que me he ido desvaneciendo he perdido las palabras y las ideas, y la mente se me ha vuelto solo colores. En ocasiones lo único que ocupa mi cabeza es aquel naranja furioso sobre el que se delinean las ramas desnudas de los ginkgos al anochecer. Es tan nítido. Sin embargo sé que dentro de un rato lo olvidaré, y ese pedazo de mí se esfumará en un irremediable fundido a negro, como todos los otros.

[ Tive Razão — Seu Jorge ]

Antonio Borja Won Pat

—¡Oh! ¡Usted viene de Colombia!
—Sí.
—¿Vino a visitar amigos?
—No.
—¿Vino sola?
—Sí.
—¿Tiene familia aquí?
—No.
—¿Es militar?
—No.
—¿¡Entonces cómo supo de la existencia de Guam!?

[ Shake Your Body (Down to the Ground) — Michael Jackson ]