¿Recuerdan ese mito según el cual en Japón venden ropa interior femenina usada? Pues bien, es cierto. No hay que adentrarse siquiera en los callejones de Electric City para comprobarlo: al parecer es más difícil encontrar un taller de servicio técnico para Mac que un sex shop de cinco pisos lleno de panties usados, vaginas de caucho y manos de mentiras para hacerse fisting. Ayer pasé un rato curioseando en uno, y lo que vi fue realmente memorable.
El lugar en cuestión se encuentra sobre una avenida frente a la estación de Akihabara en Tokio. A la vista del público hay un escaparate con cabezas de plástico, uniformes de colegio y una gran pantalla de video donde cabezas y uniformes se unen en una muñeca de tamaño humano. No hay pierde. Las muñecas, aprendí después, vienen en diferentes formas y tamaños, y se les instala entre las piernas uno de los cientos de modelos de orificios rugosos más o menos realistas que ofrece este negocio. Claro que para el amante de poco presupuesto hay instrucciones ilustradas para convertir una almohada normal en un torso con senos, cintura y espacio suficiente debajo de donde debería haber un ombligo. Apenas lo necesario para satisfacer las necesidades básicas de aquellos que encuentran engorroso el proceso de conversar y convencer a otro ser humano de unirse a una sesión de aquel incomprensible juego que es el coito.
Pop Life (así se llama la tienda) da un 30% de descuento a su clientela femenina si se deja tomar una foto modelando la ropa interior erótica que va a comprar. ¡Qué conveniente! Obviamente, las fotos de las orgullosas clientas en busca de economía están expuestas por todo el pasillo, apenas con una raya delgada de Sharpie cubriéndoles los ojos. También hay todo un arsenal de herramientas para sadomasoquismo (¿desea usted su cuerda de kinbaku suave o de fique para que además le abrase la piel?), aparatos de todos los tamaños, colores y estilos para insertar en todos y cada uno de los agujeros del cuerpo humano, disfraces —siendo los de colegiala y personaje de anime los más populares— y, claro, videos porno. Cuando fui, una pantalla deleitaba a los posibles compradores con imágenes de una muchachita siendo humillada por sus compañeras de colegio en un salón de clase, forzada a comer quién sabe qué y orinar frente a todas. Luego le rayaban todo el cuerpo con marcadores y le ponían vibradores sobre todo el cuerpo. Al lado había otra pantalla donde dos cuerpos brillantes de grasa parecían estar haciendo las mismas cosas que todo el mundo hace generalmente, pero la mujer chillaba y retorcía la cara como si le estuvieran metiendo una tusa de mazorca. Todo esto con cuadritos de censura en los genitales, como manda la ley.
Ah, sí, y los interiores usados. Aparecieron inesperadamente en bolsas transparentes al lado de los lubricantes, así como si nada. Algunos traen la foto de la supuesta usuaria (del cuello para abajo), mientras que otros simplemente vienen con un nombre femenino escrito en marcador. Los paquetes traen solo una pieza, un conjunto o todo un surtido de quién sabe cuántos. De todas formas la opción más barata sigue siendo robarlos de cualquier balcón. Lo realmente perturbador —como si esto no fuera perturbador de por sí— es que también venden ropa interior de niñas pequeñas y uniformes de educación física de colegialas.
No estoy segura de tener una reflexión a la mano alrededor de todo esto. Este es un país donde los hombres se ennovian con almohadas y se casan con personajes de juegos de video y donde el matrimonio marca el fin de la vida sexual de la mujer. Voy a cumplir tres años en la universidad, la gente de mi año ya empieza a vestirse de negro para buscar trabajo y en clase los chicos siguen evitando a las chicas como a la plaga. No es de extrañarse que la tasa de crecimiento de la población sea negativa, si todo indica que los japoneses olvidaron cómo hacer hijos hace años.
[ Endlich ein Grund zur Panik — Wir Sind Helden ]