Tres de mayo: Libros

Mis papás instalaron nuevas repisas para los libros en mi cuarto. Ahora la vigilancia constante de los lomos desde tres de las cuatro paredes causa la impresión de que quien aquí habita gusta de leer o estudió literatura o algo así. No se deje engañar, querido visitante.

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Hoy empecé (otra vez) a leer Stupeur et tremblements, de Amélie Nothomb. Ya lo había intentado antes, pero en Tsukuba no estaba de ánimo para concentrarme en ningún libro —así que con mayor razón aprecio Seda, Asterios Polyp y When You Reach Me, que fueron los únicos que me lograron sacar del pantano un rato—. Lo poco que había alcanzado a avanzar me servía para fantasear en la Alcaldía mientras repartía venias y cargaba papeles. Ahora voy despacio —mi francés sirve máximo para pedir Orangina en las tiendas—, pero voy.

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Estaba alistándome para salir por la tarde cuando llegó un mensajero a mi casa y me entregó un paquete. Así, sin mayor explicación, me convertí en la dueña de la última copia en existencia de Lo definitivo y lo temporal, de Javier Moreno. Me siento un poco indigna de este honor, pero bueno.

Dos de mayo

Mis jeans de barrer barrizales quedaron adentro del vestier. Me vistieron primorosa, me subieron a unos tacones con vista a toda la ciudad, y me pararon frente al espejo. Tenía piernas kilométricas.

Primero de mayo

En la adolescencia es fácil caer en la vergüenza infinita cuando las amigas íntimas se enteran de que uno se ha besado en una fiesta con un tipo más bajito que uno. O sea, ¡más bajito! ¿Pueden creerlo? ¿Será que a ella le tocó agachar la cabeza? The horror! Pero cuando la adolescencia ya pasó, y el tipo del beso es ahora uno de los amigos más antiguos y entrañables que uno tiene, y encima de eso uno ha seguido campante por la vida dándose besos y más que besos con otros tipos de menor estatura que uno, ¿no viene siendo hora de que las amigas dejen de burlarse de lo que pasó aquella noche?

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Terminé de leer (¡por fin!) How to Live Safely in a Science Fictional Universe, de Charles Yu. Me quedé un rato pensativa, condensando ciertas ideas de lo que el libro llegó a representar para mí. Luego pasé otro rato tratando de que las lágrimas no se convirtieran en llanto ruidoso.

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Extraño el karaoke japonés.

Treinta de abril

Hoy es treinta de abril y es hora de preguntarnos “¿qué hemos aprendido, Charlie Brown?”

Aprendí que no me gusta escribir todos los días, pero la constante presión es altamente útil para al menos mantener cierta motivación y no dejar este blog botado mientras miro por la ventana y me doy cuenta de que a las palomas les gusta el transformador de energía que obstruye la maravillosa (a…já) vista de mi cuarto. Me di cuenta de que me gusta poner fechas por títulos y de que me gusta cómo se ve la palabra “dieciséis”. Aprendí que el pingüino es el mejor animal que existe, pero creo que esa es una lección vieja. Intenté aprender a tocar el charango, pero se sintió como un ukulele gigante con cuerdas de más y no me agradó tanto. Noté que la presión autoimpuesta para el blog generaba nuevas (y muy bienvenidas) autopropuestas: por qué no volver a escribir canciones, por qué no volver a escribir poesía.

No he logrado escribir más rápido. Sigo distrayéndome muchísimo. Por dios, ¡si me estoy distrayendo mientras escribo esto! Espero que el día que saquen mi direct-to-home-video biopic se aseguren de incluir una escena donde lucho contra mí misma para sacar un parrafito de nada. Será una historia de superación personal tipo A Beautiful Mind, pero en vez del Premio Nobel me gano un comentario.

Ahora que he recobrado una mínima parte de mi disciplina, debo hacer lo siguiente:

  • seguir escribiendo como si no hubieran cambiado las reglas del juego
  • hacer textos fuera del blog
  • no se me ocurre más, pero dos viñetas no más se ve como mal

Eso es todo por ahora. Ha sido un buen primer mes post-Japón. Ahora me voy a seguir socializando espontáneamente, actividad novedosa y fascinante que me ha traído este cambio de vida.

Veintiocho de abril

El sensei ha pasado demasiado tiempo en este país. Me cuenta la historia de un colombiano que decide volver de Japón al cabo de muchos años solo para darse cuenta de que no soporta Colombia.

Veintisiete de abril

En este momento no extraño Japón. Tampoco digo que la esté pasando absolutamente de maravilla en Colombia, pero es lo que es lo que es. Estoy acá, ya no estoy allá. Punto. Siento como si ni siquiera hubiera volado desde allá, pese a que recuerdo todo perfectamente. Me teletransporté y no hay vuelta atrás.

Siento que extrañar Japón es como extrañar un sueño, un mundo donde las leyes de la física son distintas, algo imposible de emular y por tanto inútil de anhelar.

Veinticuatro de abril: Guía conversacional bogotana (aparte)

En Bogotá hay que aprender a hablar. En especial, hay que aprender a hablar con los taxistas. No quisiera uno resultar en un trancón o una carretera especialmente mala y que el taxista lo acuse a uno de ser la Moira que determina que su medio de trabajo morirá de manera horrífica en una avenida-cráter-río. Por eso hay que sacarse los audífonos y, sea lo que sea, no responderle al señor “ajammm” con la mirada perdida en el paisaje. La vida de uno está en manos de este señor, así que más vale ser su aliado.

En Colombia la mayoría de conversaciones empiezan con quejas. Es posible que usted haya hecho su última amiga de bus fisgoneando un accidente aledaño y comentando sobre el peligro que representa uno de los vehículos implicados. O cualquier cosa que se pueda considerar “el colmo”. “Es el colmo”, dice el primer interlocutor, a lo que el segundo responde “¡hm!” meneando la cabeza. A continuación los interlocutores son libres de agregar anécdotas relacionadas con el hecho y/o noticias relevantes. El intercambio culmina con expresiones de inconformidad hacia el gobierno y la manera como se hacen las cosas aquí. Y presto: una nueva amistad (que le durará entre 5 minutos y la eternidad del embotellamiento). Ahora tome este modelo básico y aplíquelo al primer comentario que haga el conductor del taxi durante el recorrido. He aquí un ejemplo de la vida real:

Anoche, regresando a mi casa, el taxi se topó con un tramo completamente destapado cerca de la entrada de mi barrio. Hasta entonces no había habido ninguna comunicación entre el taxista y yo, pero al ver el estado de la vía, el señor me hizo saber su decisión de tomar un desvío.
—Huy, sí, es que está terrible —respondí. [expresión de solidaridad]
—Eso debe ser por los alimentadores, porque por ahí no pasa carga pesada.
—No, eso lleva años así y nada que lo arreglan. O lo arreglan por encimita y ahí mismo vuelve a dañarse. [dato adicional]
—En la 54 con [número olvidado] arreglaron la vía y taparon todos los huecos. A los ocho días, ¡ocho días! eso volvió a estar como antes.
—Es que nunca arreglan bien.
—No ponen buen material sino por encima no más.
—Claro, como esa plata se la roban… [expresión de inconformidad]
Al término de la carrera, recibí toda la amabilidad posible del señor conductor. Misión cumplida.

Tip adicional: la frase “por eso estamos como estamos” puede ser de utilidad.

Veintitrés de abril, 2

Hoy terminé de escribir un poema. Creí que tendría algo que decir al respecto, pero no.

Veintitrés de abril, 1

¿Agora que sé d’amor me metéis monja?
¡Ay, Dios, qué grave cosa!

Agora que sé d’amor de caballero,
agora me metéis monja en el monesterio.
¡Ay, Dios, qué grave cosa!

—Poema popular medieval español

Veintidós de abril

Un día en el colegio, M. (compañera de clase) nos cogió la mano a varias y, examinando no sé cuál de todas las sinuosidades de la palma, se puso a dictaminar quién sería buena en la cama en el futuro. Cuando me llegó el turno —no sé qué hacía yo ahí—, M. se desternilló de risa y dijo que yo sería frígida.

Ah, bueno. Menos mal.