Pittsburgh (anotaciones)

(No sea que se me olvide.)

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El apartamento donde vivía Cavorite queda justo encima de un garaje donde el dueño guarda sus autos antiguos de carreras (que funcionan y compiten en Schenley Park en julio). Cada vez que los veía pensaba en el intro del Show de la Pantera Rosa.

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Encontramos un supermercado temático de finales de los años 60. Podríamos ubicar perfectamente el Show de la Pantera Rosa y La fiesta inolvidable de Peter Sellers entre sus estanterías de madera con cajas de cereal bien groovy.

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Me parece increíble que a alguien se le vaya a a ocurrir dárselas de muy chévere-trendy-hippie-hipster por consumir productos orgánicos. Se me hace que el sello “orgánico” no es más que una especie de “agradezca que no lo estamos llenando de tolueno que nos saldría más fácil”. Supongo que parte del precio viene del párrafo al respaldo del producto en las fuentes y colores de moda que le dice a uno que al comerse este cereal y no otro uno está ayudando a salvar el medio ambiente. El aire acondicionado a todo teque, el computador a la basura cada año pero este té ya me convierte en el Capitán Planeta. Somos tan impotentes en este mundo que tenemos que pagar por los huevos de gallinas no torturadas como si las criaran en el patio de un castillo con granitos de oro y encima sentirnos como si en vez de haber ido al supermercado hubiéramos pasado la tarde limpiando pingüinos grasosos.

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Me costó un montón hablar con los cajeros y demás desconocidos dispuestos a intercambiar chispazos de gracia en todo lado. No me nació fingir que los descuentos eran algo más que “oh, good” ni tuve ninguna observación aguda sobre el sabor del pan recién horneado. Yo solía ser más extrovertida en inglés que en español, pero esta vez me sentí como si hubiera tenido que hablar en japonés. El nudo en la garganta y la mente en blanco ahí, todo el tiempo. Apenas pude conversar sobre M&M’s con la cajera de Target. “M&M’s are something that shouldn’t be tampered with”, dijo con simpática desaprobación al ver mis paquetes de coco, menta y frambuesa. Era muy gorda y tenía marcas de algún tipo de irritación en la cara. Denotaba cierta torpeza al hablar aunque disfrutaba la charla, como si no tuviera muchas más oportunidades de departir con alguien salvo esos breves encuentros en la caja. Le dije que podría probar los M&M’s exóticos y si no le gustaban podría regalarle el resto a un amigo. Me dijo que no le gustaba compartir sus dulces.

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“You’re very lucky”, le un viejito muy viejito a Cavorite en un café al saber que yo había venido de muy lejos a visitarlo.

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I think we both are.

Plural

Temo que mis palabras no alcancen a abarcar el tamaño de este momento. Por eso no escribo. Sé que no las puedo hacer mostrar lo magno que es decidir (entre dos) cuándo se va a lavar la ropa (de dos), o quién (de los dos) va a hacer qué parte del desayuno (para dos). No sé cómo darles el significado tan enorme de despertarse y decirle buenos días a una persona que está unos centímetros a la izquierda; la misma que otrora estuviera en este mismo lugar pero a miles de kilómetros de distancia.

Después de muchos meses de simular presencias en una pantalla, puse un dedo arbitrariamente en el calendario para dejar de esperar y me lancé a dibujar estelas en el aire hasta una ciudad que de otra manera no habría llegado a conocer nunca. Vine para reteñir los trazos borrosos de un par de caras en una foto mental tomada en la estación de Tokio hace años. Vine para no creer que aquí estoy, que estamos.

Esto es apenas un pestañeo de lo que me gustaría que fuera, pero procuro tomármelo como si fuera a durar por siempre. Trabajamos en nuestras respectivas cosas, vamos de compras, montamos en bicicleta, turisteamos poco. Qué bien se siente vivir en plural.

Oso de parque

Oso

Había una vez un oso que trabajaba en un parque nacional. Su labor era merodear por ahí y recoger salmones saltarines con las garras para que los fotógrafos le mostraran al mundo cómo era la vida en los parajes remotos. Cuando no estaba de turno, el oso buscaba campamentos y escarbaba las provisiones mal guardadas en busca de tostadas con mantequilla, que iban muy bien con la miel. Era un manjar difícil de encontrar, pero el oso ya se había complicado la vida con ese tipo de gustos.

El oso trabajaba allí porque hacía muchísimo tiempo habían llegado los humanos y les habían contado a todos la historia de Adán y Eva, según la cual andar por ahí sin hacer nada en lugares bonitos merecía un castigo. Entonces algunos osos tuvieron que irse a los zoológicos, otros a los circos y otros se volvieron modelos de la National Geographic en el parque. Esta era la mejor opción, a decir verdad, aunque los primeros trabajadores de los bosques habían vivido bajo la constante amenaza de convertirse en tapete o exhibición polvorosa de museo.

El oso trabajaba cada día sin protestar. Sin embargo, a veces se asomaba por las noches a mirar las fogatas de los campistas y a los humanos alrededor de ellas. ¿Qué hacían? ¿Para qué venían? ¿Quién podría convertirlos a ellos en tapete?

Con el tiempo llegó a entender que huían de sus propios zoológicos y circos, donde hacían labores dentro y fuera de sus jaulas mientras los vigilaban constantemente y les tiraban pasabocas horribles. A todos los animales los habían echado del paraíso, pero los humanos volvían cuando podían y emulaban el trabajo de los osos tomándose fotos para mostrarles luego a otros humanos cómo era el mundo tranquilo que no podían permitirse.

El oso no se explicaba cómo podía existir una especie que quisiera inventar historias para justificar el sufrimiento autoimpuesto y además extendido a todos los demás seres vivos. Tal vez la razón tenía algo que ver con las tostadas con mantequilla, tan pequeñas e insignificantes y deliciosas. Una estupidez tan placentera requería simular un sacrificio para darle apariencia de premio. Entonces, para poder llenarse de estupideces placenteras, los humanos se habían atado las manos de todas las maneras posibles. Se esperaba que los demás animales hicieran lo mismo.

Pero eso era mucho pensar para el oso. Lo mejor era trabajar, agradecer que el trabajo era fácil y seguir buscando tostadas para acompañarlas con miel. Qué gran manjar.

Glosario laboral colombiano

Es difícil hacer traducciones español-inglés cuando uno no está familiarizado con la tendencia colombiana a inventarse palabras cada vez más largas y complicadas. Creo que esta deformación del lenguaje, claramente ligada a un afán de demostrar pericia en el ámbito laboral, contribuye a enredar cualquier intento de mejora de cualquier cosa en el país. El colombiano en realidad no sabe lo que dice; bota palabras rarísimas cuyo significado se desconoce (porque para colmo no existen) pero hacen quedar bien a quien las dice, las usa con toda comodidad para describir procesos institucionales —probablemente para ocultar su ineficiencia—, las lanza como perdigones de superioridad en las discusiones infinitas que tanto ama hacer, y adorna sus documentos con ellas como si de un gran pavo navideño se tratara. Al final resulta un pavo vistosísimo pero incomible.

He aquí una lista de obstáculos con los que me topé a lo largo de esta semana de traducción en un taller sobre ecoturismo. Pese a que no lo oí esta vez, incluí el término “recepcionar” porque es horripilante y creo que nadie lo dijo solamente porque no hubo oportunidad. No incluí términos que suenan terriblemente mal pero sí existen según la RAE (como “adicionar” y “pasadía”).

articulación unión, conjunción
carreteable carretera
direccionamiento dirección
facilidad instalaciones
hacer claridad aclarar
manejar verbo comodín
manejar el tema expresión comodín
potencializar incrementar el potencial
recepcionar recibir
retroalimentación realimentación
socializar presentar, compartir
tema 1. muletilla universal, ver el tema de 2. sustantivo comodín
validar confirmar, verificar
valorar examinar
visitancia cantidad de visitas

Los invito a socializar sus aportes a este glosario. Por otro lado, los invito a abandonar esa insidiosa maña de manejar el tema de una buena vez.

Retiro

Cuando estaba estudiando literatura en la universidad, estaba segura de que la frase “viaje de trabajo” nunca entraría en mi vocabulario a no ser que me entregara a la academia y me fuera re bien o me convirtiera en una escritora famosa que va a promocionar sus libros en todas partes. De la academia decidí darme un respiro y regresar en otra ocasión (if ever) y lo de llenar libros con mis letras, aceptémoslo, jamás ocurrirá. No obstante, la vida ha sido muy benévola conmigo y ahora me dispongo a viajar por segunda vez gracias a mi nuevo oficio.

Pero ahora metámosle un pero. Voy a pasar casi toda la semana sin teléfono fijo ni señal de celular ni internet. Se supone que yo tengo experiencia en este tipo de desconexiones —en 2008 pasé diez días saltando bus-hotelucho-bus en Vietnam sin mayor noticia del mundo exterior, y fuera de la cabecera municipal de La Dorada estoy en la olla— pero ahora leo la hoja de recomendaciones del sitio donde estaré a partir de mañana y entro en un estado como de inquietud. Incomunicación total en un santuario de flora y fauna. Me siento como si me fueran a mandar a ese retiro espiritual que hizo mi amiga Lynn donde tenía que pasar días sola en una montaña sin nadie con quién hablar ni comida ni agua. Además, a falta de Internet me tocará cargar un diccionario impreso como cuando la tripulación del Enterprise se tuvo que comunicar en klingon y la cubierta de la nave se inundó de tomos viejos. Este es el futuro y todavía nos mandan a volver al papel.

Aquí va un párrafo de conclusión pero la conclusión es que estoy nerviosa. Debería estar pensando en maticas y pajaritos pero ando preguntándome qué hacer cuando me falte la información instantánea como si de café o cigarrillos se tratara. Resignarme a la ignorancia, será, y ponerme a dibujar a ver si alcanzo la iluminación.

Caldo de ministro

Alfabravo me dice que me acuerde de Forrester y deje de perder tiempo no escribiendo. Se supone que uno debe escribir sobre cualquier cosa para que tarde o temprano salga algo chévere. Yo he hablado de esto muchísimas veces en este blog pero no sobra repetirlo porque nunca aprendo la lección. Pero bueno, no importa porque no soy Jamal Wallace y si alguien me retara con un montón de citas literarias les respondería con mirada de llama, así como de “ni sé ni me importa”. Yo solo me sé las melodías de las canciones (porque tampoco las letras), y así es como termino tarareando el tema de Magnum, P.I., que es mi favorito entre todas las series habidas y por haber.

En realidad quería hablar de la pelea que tuve anoche con Cavorite, pero tampoco tengo mucho que decir al respecto salvo que tal vez no sea buena idea hablar del caldo de ministro cuando la otra persona intenta comerse un minestrone. Pero yo qué hago si suenan parecido; tenía que traer el tema a colación. “Has menoscabado uno de los pilares de mi vida”, osé decirle al pobre comensal, reclamando mi derecho a la libre expresión de porquerías. Además, si hay gente que come de eso es porque no es una porquería universal. Yo he comido escorpión, por ejemplo, y es muy rico.

Por otro lado, ojo a esto:

Origin of MINESTRONE

Italian, augmentative of minestra, from minestrare to serve, dish up, from Latin ministrare, from minister servant — more at minister

First Known Use: 1871

Me gustaría que hubiera una conexión etimológica real entre una sopa de pasta y verduras y una de testículos y pene de toro, pero minestrone no significa más que “sopota”. Sin embargo, ministro viene de minister (“sirviente”), y este a su vez de minus, que es menos. ¿Es el caldo de ministro una sopa de órganos que sirven? ¿Es una sopa de cosas minúsculas? ¿Es una sopa modesta para el gran poder viril que representa? Mi contacto con la lingüística ha sido escaso y poco ortodoxo, así que no me hagan caso porque quise saber pero en últimas no supe nada.

Lo cierto es que ambas son sopas pesadas y muy nutritivas, pero con una de ellas seguramente preferiría pasar hambre. No quiero decir con esto que rechazo del todo la ingestión de gónadas, empero, puesto que en Tsukiji comí uni crudito con arroz lo más de sabroso y resultó que eso es exactamente lo que están imaginando. Uno nunca sabe, tal vez Cavorite tenga razón y sea mejor comer en vez de hablar.

Magical Mystery Tour

1.

No sabía que fuera a gritar tanto cuando lo viera aparecer en la tarima. Pensé, sintiendo mi propio descontrol, en las fans en Shea Stadium y supe que ellas y yo éramos exactamente iguales. La fiebre no ha mermado en cincuenta años.

2.

Paul abrió el concierto con “Magical Mystery Tour”. Estaba coreando, alegre apenas, cuando hubo un relámpago dentro de mi cabeza, y por un instante ya no estuve en El Campín sino en un Fiat Polski 1975. Tenía catorce años, iba hacia Anolaima con mis papás y mi hermana y estábamos cantando esa misma canción, que salía de un cassette doble de caja azul que yo había logrado comprar con mis ahorros. En ese instante entendí. Mi adolescencia no había sido triste, aún con las fiestas insufribles y los comentarios sobre mi cara y mi cuerpo y el abismo entre mis coetáneos y yo, porque yo tenía a los Beatles. Sus canciones eran toda mi felicidad y mi refugio.

Volví a 2012. Y lloré y lloré y lloré.

3.

“Hope of Deliverance” no figuraba en la lista de ninguno de sus conciertos anteriores. Yo ya estaba resignada y pensaba darme por bien servida con “Nineteen Hundred and Eighty-Five”, que es un descubrimiento reciente en mi vida —¡pasa el tiempo y Paul no se agota!—. Pero entonces tomó la guitarra acústica y anunció que ahora venía una novedad en la gira. Y la tocó. ¡La tocó! Nunca antes, solo entonces. Ahí. Conmigo. Para mí. Con esa canción Paul reafirmaba una promesa: me decía que su música estaría ahí para mí por siempre. Mi felicidad y mi refugio, toda la vida.

Olavia se para del escritorio

A mediados del año pasado tuve un trabajo en una agencia de publicidad. Mi labor consistía, entre otras cosas, en entrevistar mujeres que habían estado metidas en una rutina horrible —como lo estaba yo en ese momento— pero tenían una gran pasión a la que querían dedicarse —al igual que yo— y habían tomado la decisión valiente de abandonar el trabajo en pos de la felicidad —contrario a mí que seguía en las mismas—. Claro, la mayoría de estas personas eran chicas ricas que solo habían tenido que decirle al papá “dame para abrir mi tienda de cupcakes” y voilà. Sin embargo, no dejaba de inquietarme la ironía de haber aterrizado en un empleo que me restregaba en la cara una y otra vez lo estúpida que era la infelicidad autoimpuesta.

Pero no romanticemos el asunto. Yo no le hice caso a ninguna señal pese a que todos los días juraba que esa tenía que ser una señal. Tuve que llegar a una buena oficina, con jefes que sí me querían, amigos entrañables por compañeros y un objetivo doscientas mil veces mejor que el convencer a la gente de las bondades de consumir una bebida con sabor a Bricanyl —un saludo a los asmáticos en la audiencia— para decidirme a dar el salto al vacío. Dije que no romantizáramos el asunto y miren cómo lo hice. Ahora sí, en serio. Me fui de la oficina.

Se siente raro haber reclamado mi tiempo y que haya funcionado. Ahora no tengo absolutamente ninguna excusa para dejar de hacer lo que dejé de hacer en nombre de la productividad, la adultez o lo que sea. La situación se presenta como libertad, pero en realidad es un montón de responsabilidad que no deja de coquetear con el miedo. Pero bueno, ya está hecho. A ver qué sale.

鹿の角

Lo bueno de que hoy hace un año haya aterrizado en Colombia es que las conmemoraciones ya se hacen más distantes e innecesarias. Y bueh, es que mañana se cumplen seis años de haberme ido a fritarme la cabeza entre los arrozales. Pero ya no estoy allá. Todo ha cambiado mucho. Ya no importa. O sí importa porque ahora sueño que les cuento a unos japoneses que me atacó un ciervo y me pude defender de sus cuernos con una ahuyama. Pero no recuerdo cómo se dice “cuerno” en japonés y los japoneses en mi cabeza no me saben dar razón. Es “tsuno”, para futuras referencias.

Overheard in Transmilenio

“La mejor ropa que no conozco es la de los indios. Se ponen puros trapitos, ¡pero con estilo!”

(niño de alrededor de 9 años en el alimentador de Transmilenio a sus papás que hablaban de lo mala que es la ropa china)