Helado de fresa y chocolate en Hard Rock Cafe: El cumpleaños número dieciocho

Se siente raro despertar y saber de repente que uno es mayor de edad. Recuerdo la canción que decía “tengo diecisiete años de enfermedad, sí, sí, sí, sí; cuando tenga dieciocho se me curará“. Era bastante chistosa… ¿Se me habrá curado la enfermedad a mí? Lo que sé es que desde este momento puedo ir a la cárcel, beber alcohol, conducir el carro por carretera, ir a discotecas, casarme, votar, y adoptar niños. Es un cambio gracioso porque aún no tengo planes de hacer nada de eso.

Ahora que tengo dieciocho años, les contaré cómo celebré el día de hoy. Salí con Chad a Hard Rock Cafe, me atiborré de un Jumbo Combo con él, vimos con gran agrado videos como Staying Alive de Bee Gees y Ray of Light de Madonna, y cuando ya íbamos a irnos llegaron los meseros, me cantaron el Happy Birthday y me dieron una copa de delicioso helado de chocolate, fresa, chantilly, pepitas de chocolate y una cereza en la cima. Fue fantástico. Nunca creí que el helado de Hard Rock llegara a ser tan exquisito…

Visité a mis abuelos maternos para terminar el día, hecho que me gustó bastante porque tuve la oportunidad de hablar largo y tendido con mi abuelita. Lo único feo fue que estuvo lloviznando todo el rato y alcanzó a llover duro camino a Hard Rock, lo cual hizo que llegáramos al establecimiento corriendo con el pelo goteando y las cejas llenas de agua. Fue divertido, en todo caso. ¿Qué sigue ahora? No lo sé, tengo demasiadas reflexiones por hacer en este trozo de vida que ante mis ojos pasa. Mejor no pienso en nada por el momento y sigo disfrutando la sonrisa que mis labios por fin decidieron poseer.

Estoy escuchando: Dream a Little Dream of Me, de The Mamas and the Papas

Me siento: Somnolienta/Cansada/Muy feliz

Amok: Diventare Pazzo!

Hace mucho tiempo, mi vida era simple. Es más, lo era hasta hace muy poco. No había demasiadas cosas en qué pensar. El colegio, la casa, el desorden del cuarto, la cama destendida. Me tendía a dormir pensando en cualquier muñequito, hacía las tareas obedientemente y sin chistar, despertaba con la mente despejada. Qué vida tan fácil.

Alguna vez empecé a dormirme pensando en un hombrecito que vivía muy lejos, me hablaba de cosas bonitas y sueños dorados. No era mayor cambio; sólo debía preocuparme por saber si escribía o no. “¿Qué más de tu amiguito de Internet?”, me preguntaban a veces. La vida, con su trivial preocupación, seguía su fácil curso.

Después vinieron algunos retitos para superar: los proyectos de grado. Cálculo, física, inglés, español, filosofía, catequesis, ética, todo embutido en tres lindos proyectitos. Me devané los sesos haciendo lo mejor que podía, y mi esfuerzo se vio recompensado con creces: mis últimas notas del colegio fueron Excelentes. Me preocupé, me tomé mi tiempo, pero no me maté la cordura. Nada cambiaba. Llenaba la aplicación para la Universidad de los Andes por Internet, viajaba en Transmilenio, recibía mis resultados del examen del Icfes en el auditorio del colegio, comía en Paneroli y me sentaba a oír pajaritos en el Parque del Virrey. La vida no podía fluir más suavemente. Qué feliz era yo.

Como recompensa a tantos años de labor incansable en ríos de seda, el colegio me otorgó la oportunidad de perder la cabeza y sufrir un ataque cardíaco en cuestión de días. La bendición aquella se llama Loras College. Al principio me mostré reticente a recibir la beca, yo no quería viajar a los Estados Unidos, no, no, no y no, pero terminé convenciéndome no sé exactamente cómo, tal vez con el hecho de que me alquilan un computador con Internet para toooodo el santo rato. Eso es rico. Y sin pensar en lo que hay que hacer para conseguir el dulce, la idea es bastante atractiva. Sin embargo, ahora que estoy en pleno papeleo, quisiera deshacerme de todo este sufrimiento, tener una vida normal como la de todos los demás, recibir la cartilla de todos los neófitos de la Universidad de los Andes y sentarme de nuevo en el Parque del Virrey a escuchar pajaritos y el viento en los árboles. Sin embargo, no, no, no; todo es tensión. ¿Dónde está la foto? ¿Dónde están los quince mil formularios? ¿Dónde está el examen de la tuberculina? ¿Al fin cuándo te vas? ¿Te vas a quedar en los Estados Unidos? ¿Verdad que sí? ¿Y qué vas a estudiar allá? ¿Y estás muy feliz?

¿Que si estoy feliz? ¿Quién rayos les dijo que uno se pone feliz de abandonar la plácida vida común y corriente de esta pobre nación para estancarse todo un año en un país que no es de uno? ¿Quién demonios les dijo que abandonar Colombia es un alivio? Tengo a medio mundo encima preguntándome que al fin cuándo me voy. ¿Quieren verme afuera o qué? ¿Tanto me odian, tanto sobro yo en Colombia? Pues me queda como mes y medio en este fragante país de flores para luego irme a atiborrar de horrorosas donas grasosas, Fruitopia plástica de colores chillones y, como dijeron los Navegantes de Krakelon, “papas que en realidad no son papas sino sobras de sobras de sobras de otras papas procesadas debidamente para verse, oler y saber como papas y hasta mejor”.

No sé qué vaya a ser de mí después de un año. No sé si regrese. No sé si en Loras me vayan a pedir que me quede un año más. No sé si termine adorando los Estados Unidos de América después de mi estadía allá, porque todo el mundo adora ese país. No me importa. Lo único que sé es que una parte de mí está agonizando a cada instante, y que cada vez que quiero destrozar al mundo por alguna razón en especial (lo cual sucede cada vez más seguido), en realidad estoy llorando a mares porque me duele demasiado arrancar estas raíces tan tibias y arraigadas de mi materita.

Estoy escuchando: Emotion, de Destiny’s Child

Me siento: Tensa/Insomne

Class of 2002

… Pues sí que eso les cuento, casi que llorando. Esto se acabó. Que los Jueves, que la asistencia, que la Banda, que la Misa, que el Festival Artístico, que la Feria de la Ciencia; no, no, no, eso ya es cuento pasado. Anoche soñé que el colegio seguía y seguía y seguía (uno de los típicos ejemplos de aquella pesadilla en la que uno corre y no alcanza), y los días se sucedían uno tras otro, eternamente, yo en mi uniforme colorido y mi chaqueta verde y gris, algo desesperada. Ya estaba desacostumbrada a las tareas, a las previas, a todo, y sin embargo, ¡seguía! Yo anhelaba la graduación… y creo que en realidad la anhelé y estoy feliz de que haya sido tan sólo un sueño el de anoche. Estoy realmente feliz de haber culminado esta etapa, aún cuando significa despedirme de varias personas. En todo caso, cuando uno no quiere separarse de alguien, cuando realmente no lo quiere, no lo hace. Es así como considero que quienes son mis amigas lo seguirán siendo por siempre; simplemente ha cambiado el escenario.

Éste es el primer día del resto de mi vida…

Estoy escuchando: Don’t Know Why, de Norah Jones

Me siento: Aliviada/Feliz

Canales y bajantes

Me encanta escuchar la lluvia de noche. Me hace pensar en muchas, muchas cosas, y cuando voy a dormir y escucho en el fondo de la atmósfera su arrullo, siento que no debería cerrar los ojos sino concentrarme mucho y descubrir cada uno de los instrumentos que percuten las gotas para crear tan maravilloso espectáculo sonoro: el dulce repiqueteo de las canales y bajantes, la caricia de las hojas, el estruendo de las ventanas. Lo más delicioso de la lluvia nocturna es que siempre se está refugiado de ella cuando cae. Uno logra imaginar el casi mortífero frío que reina afuera mientras un par de cobijas mantiene los 36°C del cuerpo, y la sensación ficticia de helaje aumenta el placer de estar tibio.

Si se me diera a escoger un buen escenario para una noche de pasión diría que quisiera una habitación tibia en una noche lluviosa. No es que lo haya experimentado, pero a juzgar por mi opinión respecto de aquel sonido supongo que debe ser algo sumamente agradable, o más que agradable, sensual. Por cierto, ahora que lo pienso, la habitación no debe aislar demasiado el ruido externo porque perdería su esencia, y además debe tener cerca canales y bajantes en la fachada. Éstas últimas producen un efecto parecido al que da un steeldrum en un calypso caribeño: dulce, melodioso, levemente desafinado. El metal del que están hechas es perfecto para completar la elaborada sinfonía de las tormentas bogotanas.

Es curioso, pienso que debo quedarme despierta cada vez que cae la lluvia de noche, pero el sonido que produce es tan hipnótico… que caigo profundamente dormida mucho antes de lo previsto.

Estoy escuchando: la intermintente lluvia nocturna

Me siento: Arrullada