¿Quién quiere ser Kenneth Wolf?

Nos conocimos por Internet por coincidencias de la vida y un salón de chat de Yahoo!. Debido a las mismas coincidencias empezamos a escribirnos e-mails asiduamente. Cuando, al empezar a usar ICQ, empezamos a hablar, éramos los típicos outcasts de adolescencia. De pocos amigos, inteligentes, amantes de la buena literatura y la música clásica. Me cautivó el brillo de su mente. Me cautivó su emprendedora personalidad. No estábamos solos: nos teníamos el uno al otro pese a la gran distancia que nos separaba.

El tiempo pasó, y de las charlas sobre política, música y literatura fueron casi totalmente reemplazadas por unas sobre nosotros dos y lo mucho que significaría encontrarnos, vivir el resto de nuestra existencia juntos. Se suponía que éramos el uno para el otro. Todo era hermoso, o mejor dicho, soñar era hermoso.

Crecimos. Cambiamos. El niño de gafas, pelo partido por la mitad y pantalones supremamente anchos y la niña de gafas, brackets y la cara lacerada por el acné se convirtieron en un hombre y una mujer muy distintos. Nuestros intereses ya no eran exactamente los mismos. Creímos que de todos modos nada nos iba a distanciar… Qué equivocados estábamos.

En cuatro años que parecen cuarenta, nuestros rumbos empezaron a diverger en vez de converger. La siguiente vez que nos vimos, hace ya muy poco, los dos teníamos pareja en nuestros lugares de procedencia. Aprendimos a apreciarnos con la amistad que omitimos por soñar con nosotros mismos, por amarnos… o por haber sentido un sucedáneo del amor. Ahora hablamos con nostalgia de los tiempos pasados, de nuestros sueños adolescentes, del futuro que nos depara. Su vida ya es muy distinta de la mía: después de cometer alguna cantidad de errores desea huir de aquello que él consideró su adoración, o tal vez aquello a lo que le mintió, aquella persona. Mientras tanto, algo conmovida con su rabia interior, yo ya no puedo ofrecerle mi corazón; no porque me sienta forzada a jurar lealtad a alguien, sino porque todo lo que mis sentimientos encierran ahora no da espacio para él, sea lo que sea ahora, o sea lo que otrora fue. Mi alma está conectada con otro ser, y aún cuando a veces anhelo encontrármelo y departir como viejos amigos, estoy segura de que la devoción de al menos este momento mi vida le pertenece a otra persona.

Estoy escuchando: Who Do You Think You Are, de Spice Girls

Me siento: Nostálgica

¡Posimismo!

Me fascina pensar en todo el esfuerzo que fue necesario para que la supuestamente pésima banda del colegio —con su servidora al bajo —se convirtiera en el gran éxito musical del Festival Uncoli de Música 2002. Would You Be Happier? era la canción que yo más odiaba sobre el planeta Tierra en cuanto a repertorio de la banda… aunque nada puede ser peor que Ironic. Ahora me pongo feliz de sólo oírla. Me hace sentir muy pero muy satisfecha. La banda, con su filosofía de Posimismo (Positivismo/Optimismo, un lindo juego de palabras de Carolina Domínguez), logró salir adelante pese a todas las críticas y el desagrado general. Cuando nos vean de nuevo van a ver… Van a ver… No somos lo que creían. Somos lo mejor de lo mejor de lo mejor. ¡Somos Posimismo! No, no por sí mismo, Posimismo.

Por cierto, tener la oportunidad de interpretar The Tale of a Man frente al público fue inigualable, no puedo creerlo todavía. Es el mejor regalo que me pudo hacer la Banda, y a todos, a Ippo (Adriana Ippolito, guitarrista), a Dimanche (Carolina Domínguez, guitarrista), a Caro Q (Carolina Quintana, cantante), a Andreíta (Andrea la baterista cuyo apellido ignoro), a Margarita (Margarita Rodríguez, cantante), a Maria Paula (cantante) y obviamente a Billy Boy (Guillermo Cubillos, director), a todos les agradezco inmensamente ese regalo. También recuerdo con afecto a Diana Ávila (ex cantante) y Caro Ruiz (ex baterista), quienes ya no se encuentran con nosotros pero dejaron su huella… Es la mejor banda del planeta, la mejor en la que pude estar durante mis años de servicio al bajo, la que definitivamente recordaré toda mi vida.

Estoy escuchando: Aurora, de Foo Fighters

Me siento: ¡Posimista!

To the Love that Hates Me

Es bueno saber que aún existen canciones que levantan el ánimo. Paul McCartney y The Beatles son infalibles; lástima que sólo tenga alrededor de cinco canciones de los Fab Four en el disco duro. Si quiero una buena dosis de Getting Better, Being for the Benefit of Mr. Kite! o Lovely Rita, debo esperar a llegar a mi cuarto. Y cuando llegue allá, quiero dormir muchas, muchas horas. La semana que se avecina trae consigo una buena cantidad de lágrimas que no derramaré porque me es físicamente imposible llorar la mayoría de veces. No sé exactamente cuándo puedo hacerlo, pero la verdad es que cuando realmente quiero llorar no puedo.

Antes de contarles por qué estoy tan triste, quiero resaltar el hecho de que me puso peor el hecho de leer el diario de Kenneth Wolf para encontrar que aún escuchaba 1, el cd de The Beatles. Si es cierto lo que alguna vez me dijo, él compró ese cd porque a mí me gusta el grupo, es decir, lo compró porque se acordaba de mí, y pensar que aún lo oye y lo disfruta significa pensar que en cierto modo también me recuerda a mí. Bajo circunstancias normales eso no me produce la menor sensación. Es su vida y él hace con ella lo que quiera. Sin embargo, pensar que alguna vez mis padres me dejaron querer a alguien porque estaba tan pero tan lejos, y que esa persona se tomó el trabajo de pensar en mí durante alguna porción de su día, tanto como para comprar un cd y sacar una canción específica de él para recordarme (Something), me entristece. De mi relación con Kenneth Wolf no quedan sino los recuerdos, y la posibilidad de obtener la aprobación respecto de una relación tan cercana aumenta con la distancia entre el individuo en cuestión y yo. Es decir, si no te llamas Kenneth Wolf o vives un poco más lejos que él no eres bienvenido. Sin embargo, he de recordarle al mundo que he crecido y que mi alma no está buscando que le prohiban todo con tal de destruir la floreciente relación entre ella y alguien más, alguien mucho más cercano geográficamente. He de recordarle al mundo que estoy dispuesta a hacer algo con tal de sortear los obstáculos, llámense prohibiciones o consejitos amables para no dar mal ejemplo. Ha llegado el momento de despertar y darse cuenta de que Laura Acosta no es toda cerebro, que en medio de todo hay algo de corazón, y que es bastante sensible aunque generalmente no parezca. Esto es justamente lo que me entristece… que los McGregor no entiendan que Anna ya no es sólo escritos y elogios sino que también, pese a toda maldición pronosticada, encontró un nuevo e increíble sentimiento en su alma y no está dispuesta a dejarlo ir, pase lo que pase.

Acabo de recordar un sueño que tuve anoche. Iba a una isla equivalente a Providencia en un barquito con forma de parquecito de esos de troncos que a todos los niños les gustan. Allí me internaba descalza en la selva (que iba como en rampa como el centro comercial Cosmos 64, para los que alguna vez fueron allá) y encontraba conchas grandísimas de color azul cobalto y estrellas de mar secas color coral vivo. Todo era tan hermoso… pero yo estaba sola. No había amigas conmigo pese a que yo veía a las niñas con sus amigas. Sí, estaba con el curso. El caso es que subía de nuevo la rampa y de repente me daba cuenta de que no tenía mi mochila, y yo decidía devolverme a recogerla, pero por ahí pasaba un zorro, y yo me estaba arriesgando a que me comiera viva, porque creo que pasaba a su lado y directamente a su refugio para rescatar mi mochila. Qué extraño… Creo que tuvo algo que ver con el episodio del ladrón en la buseta camino al apartamento de Carlos Márquez. El hombre me abrió la cartera y me sacó mil pesos (qué hambriento); yo me di cuenta y empecé a meter la mano entre su chaqueta y a decirle “¿qué me robó?” repetidas veces. No recuperé el dinero, pero un rato después caí en cuenta de que me había arriesgado demasiado al efectuar ese acto. De hecho, cuando llegué a mi destino y vi que Carlos me esperaba en la puerta, me derrumbé sobre él y empecé a temblar del susto.

Y es que justamente eso quisiera ahora: encontrarme a Carlos y deshacerme entre sus brazos en un instante eterno…

Estoy escuchando: Amber, de 311

Me siento: Deprimida

On the Edge of Desire

En una época no muy remota escuchábamos todo lo que se nos decía con atención incondicional, sin imaginar que algo se ocultaba más allá de la mirada, de la palabra, del gesto. Todo estaba destinado a ser, no ser ‘bueno’ o ‘malo’ sino ser, sin ir más lejos. Éramos inocentes. Ahora nos hallamos frente a multitud de encrucijadas mentales, entre el pensamiento agudo y el acto que siempre consideramos enmascarado. ¿Qué sucede cuando dos miradas dejan de ser simplemente cuatro írises castaños observándose fijamente? ¿Qué sucede cuando aprendemos a leer lo que está escondido tras una risa tímida y picarona? Una mano cesa de ser una simple extremidad que toma lo que desea para convertirse en un miembro expresivo, exploratorio, peligroso. No, ya no pensamos como antes. Ya no sentimos como antes. La inocencia se ha ido para nunca más volver, y por más que no queramos debemos aceptar que ahora caminamos al borde del deseo.

Estoy escuchando: Malibu, de Hole

Me siento: Meditabunda