Hasta luego, me voy a la fama a comprar carnecita

Cuando el ocio ataca uno se pone a mirar varias cosas que bajo otras circunscancias uno ignoraría completamente. Esta vez, mi mente se ha posado en un dúo ruso relativamente nuevo llamado TaTy, o TaTu, no sé porque está en cirílico.

El dúo está compuesto por dos niñas de aproximadamente diecisiete años de edad, llamadas Yulia y Lena. Una es pelirroja y la otra tiene el pelo negro. Si uno las ve en fotos notará que se hallan en poses algo comprometedoras. Lo que sucede, según ellas o según su manejador, es que ellas se aman. No, hasta donde leí no han aceptado ser lesbianas. Sin embargo, en el video de su canción All the Things She Said salen besándose (si es que a eso se le puede llamar un beso… truco es lo que sobra en la industria del video). Las niñas se han vuelto bastante famosas y, según lo que he leído, en todos los conciertos se besan y suelen salir en interiores. Alguna fuente dice que se quieren casar.

No estoy acá para condenar su ‘baja moral’ porque la verdad es que ellas pueden hacer lo que quieran mientras eso no me afecte, y como nunca me va a afectar, estamos bien. El asunto es hasta dónde hay que llegar para conseguir la fama. Bien sabido es que con el auge de las comunicaciones no hay sueño más popular que aquel de ser famoso. Perseguido, admirado, adorado, imitado. Que los niños digan que quieren ser como uno, que uno salga en televisión (¡¿Se imaginan!? ¡¡¡EN TELEVISIÓN!!!) y que en algún lugar de la historia quede registrado el nombre de uno. Sin embargo, la carrera por la celebridad no tiene por qué incluir bajar 10kg, cambiar el color del cabello, adoptar modas ridículas y, peor aún, cambiar su inclinación sexual. Me pregunto qué habrán considerado Yulia y Lena para decidirse a zambullirse en la piscina del estrellato. ¿Tuvieron en cuenta sus propias opiniones, sus propios valores? Si ellas fueran lesbianas de verdad, vaya y venga, pero se sabe ya que no lo son. Se dejaron seducir y se perdieron a sí mismas. Supongo que las TaTy que la gente admira o detesta son muy distintas de aquellas que crecieron en algún lugar de Moscú.

Me pregunto si una noche en la que alguna se pueda entregar al sueño sin entregarse a los brazos de la otra mirará al techo y se preguntará si la niña que duerme en esa cama es la misma que al otro día tendrá que desnudarse para una revista, quiéralo o no. Me pregunto si la gente que deja de ser gente para ser estrella no extraña ser gente de nuevo. Al fin y al cabo, todos los habitantes del universo tenemos admiradores. Otra cosa es que tal vez nunca lleguemos a enterarnos.

Estoy escuchando: All the Things She Said, de TaTu

Me siento: Fría

El culto a Laura

Un lindo año palíndromo se acaba en un suspiro, y antes de dejarlo ir quiero dar una última declaración: me gusta ser yo.

Sé que no soy la última Coca-Cola del desierto con tapita premiada, pero en lo que va corrido de mi vida amo lo que he hecho, amo aquello en lo que me he convertido. Me falta un largo trecho por recorrer, aún hay mucho que conocer; mi experiencia es apenas un pasito comparada a la de tantas personas que han caminado kilómetros y kilómetros.

Algunos dirán que estoy creando un culto narcisista, que es pecado hablar de uno como si uno fuera la última Coca-Cola del desierto en botella de colección con tapita premiada,… pero es bonito quererse. ¿Por qué —pregunto yo —si uno se desboca en halagos a la gente que adora y la hace sentir bien, uno no hace lo mismo con uno mismo? No es creerse algo que uno definitivamente no es, pero resaltar todo lo bueno que uno tiene y poder sonreír en las mañanas pensando “aquí donde me ven, nadie me conoce, no salgo en la televisión ni en los calendarios… y yo también brillo”. Odiarse sin razón es tonto, el exceso de humildad no lleva a ninguna parte. Jesús no se empequeñeció ni se quedó callado sabiendo que tenía tan buenas ideas. Miren adónde llegó.

No me importa escribirlo por todas partes y proclamárselo al mundo, no me importa lo que piensen de mí por creer en mí misma y apreciar a la gente que me infunde fuerzas: YO BRILLO.

Estoy escuchando: The Memory of Trees, de Enya

Me siento: Feliz

Sayonara

Kaoru Maeda se fue. La última imagen que tengo de él es un adiós con la mano en el diminuto aeropuerto de Dubuque. No había mucho que decir; era una madrugada oscura y ciega, adormecida por la densa niebla. Cómo pasa el tiempo. Tal vez fue ayer cuando llegamos al campamento Little Cloud y nos tomaron una foto, cuando intenté enseñarle a bailar merengue, cuando me dio mi primera lección de japonés: saiko. Se había convertido en una parte de mi vida cotidiana, verlo caminar con su saco de lana beige, hi, hi, how are you? good and you? fine thank you, see you later, see you! Durante aproximadamente cuatro meses existió la posibilidad de un see you later. Ya no. Estoy casi segura de que jamás en mi vida lo volveré a ver.

De Yusuke Kanaguchi tengo un abrazo y una inmensa cantidad de arigatos. Dentro de unas horas, ¿qué será de él? Se encontrará en algún lugar de Los Angeles comprando su tiquete para regresar a Japón. “Sayonara, LocoMen!” decía cuando nos despedíamos. Entre nosotros había una conexión amable, algo que siempre nos hizo sonreír al vernos. Aún no puedo creer que esté hablando en pasado, que ya no pueda exclamar “Hey, Kanaguchi!” al verlo. Es que ni siquiera podré verlo. Además, sé que nuestra amistad no era tan fuerte como para nunca perder contacto. Soy consciente de que aquí terminó todo con Kaoru y Yusuke. Qué horrible suena esa frase. Aquí terminó todo.

Habiendo intentado en vano hallar una idea contundente para terminar mi reflexión, lo único que puedo decir es… que tengan un buen viaje.

Estoy escuchando: el ruido de los computadores del ACC Computer Lab

Me siento: Meditabunda/Algo triste

If I Stand Alone in the Middle of the Snow and Nobody Sees Me

Hoy es el día número no-sé-cuánto de estar metida en este cuarto escribiendo ensayos que no me gustan. Estoy aburrida. Sí, estoy muy aburrida. No hallo la hora de que llegue el viernes para poder pensar en cosas bonitas y hacer algo nuevo, aunque a la gente nada le parezca nuevo y lo nuevo que yo haga no les interese en lo más mínimo. Exacto. Quisiera que a la gente le interesara lo que yo hago. O mirándolo mejor de otro modo, quisiera interesarle a la gente que me interesa. Estoy siendo muy redundante con lo que digo, pero en serio siento que tengo razón al decir que irse es morir un poco. Ya sólo quedan las memorias de mí, los ocasionales recuerdos de momentos vividos en el pasado. Soy el pasado. Ya estoy en el inframundo y mi llamado no se escucha.

Ojalá alguien se detuviera durante un solo instante a recordar que existo y preguntarse cómo estoy, en vez de exigirme que escriba y los mantenga al día como si yo fuera un periódico.

Estoy escuchando: los ruiditos del msn y las voces del pasillo

Me siento: En una montaña rusa mental: subo, a punto de explotar, y bajo, en un mar de tranquila