Pilates, día 2

Cuando estaba en el colegio, los profesores de educación física solían tratarme como a una especie de caso especial. Yo era la única que no podía pararse de cabeza ni hacer la media luna ni saltar lazo ni estirar bien las piernas. El test de Cooper me tocaba hacerlo abreviado para que el asma infantil no me dejara tirada por ahí. De esto último, empero, tengo un bonito recuerdo: el profesor que nos impartía la prueba también era asmático, así que, a pesar de que tenía fama de mala gente y era bastante duro con las demás, me daba mucho ánimo para que no me rindiera, incluso cuando perdí el test y lo tuve que repetir. Creo que nunca olvidaré ese gesto, acostumbrada como estaba a ser un caso perdido desde siempre.

Sin embargo, la pesadilla se reanudó en la universidad. Tsukuba, hogar de medallistas olímpicos y cuna del judo, tenía un requisito de deportes para todos sus alumnos. Como perdí todas las rifas de cupos para las clases más apetecidas, el primer año me tocó tomar danza y el segundo, balonmano. La profesora de danza era la coreógrafa de la selección olímpica japonesa de nado sincronizado en Pekín 2008, por lo cual ser tan descoordinada me parecía aún más vergonzoso. Era terrible verme en los espejos del salón, sobresaliendo por ser mucho más alta que mis compañeras y porque siempre iba para el lado que no era. En balonmano el capitán del equipo de la universidad me daba palabras de aliento y reconocía mi esfuerzo al final de la clase, pero la profesora dictaminó un día que mis piernas eran demasiado largas y por eso era tan propensa a los accidentes: una vez di un salto y mi rodilla, en vez de flexionarse hacia el frente en la caída, se dobló hacia el lado.

Tal parece que en pilates vuelvo a ser la “estudiante especial” del grupo. Soy la que no puede hacer algunos de los ejercicios porque la escoliosis no la deja. El resto de cosas las hago mal, creo. La instructora me dijo que he mejorado bastante (nótese que solo llevo dos sesiones) y preguntó si estoy haciendo algún otro ejercicio. Respondí que apenas había empezado a hacer yoga también. Durante la clase me veía en el espejo haciendo los ejercicios y, si se supone que he mejorado, debo imaginar que la semana pasada yo era lo peor que ella hubiera visto jamás. No obstante, no voy a ser tan boba de quedarme con el “era lo peor” en vez del “he mejorado bastante”. Es más, no voy a pensar en ninguna de esas dos cosas. Solo quiero ir y hacer lo que me toca y quedar con la tranquilidad de que por fin estoy dejando el sedentarismo a un lado.

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