Sayonara

Kaoru Maeda se fue. La última imagen que tengo de él es un adiós con la mano en el diminuto aeropuerto de Dubuque. No había mucho que decir; era una madrugada oscura y ciega, adormecida por la densa niebla. Cómo pasa el tiempo. Tal vez fue ayer cuando llegamos al campamento Little Cloud y nos tomaron una foto, cuando intenté enseñarle a bailar merengue, cuando me dio mi primera lección de japonés: saiko. Se había convertido en una parte de mi vida cotidiana, verlo caminar con su saco de lana beige, hi, hi, how are you? good and you? fine thank you, see you later, see you! Durante aproximadamente cuatro meses existió la posibilidad de un see you later. Ya no. Estoy casi segura de que jamás en mi vida lo volveré a ver.

De Yusuke Kanaguchi tengo un abrazo y una inmensa cantidad de arigatos. Dentro de unas horas, ¿qué será de él? Se encontrará en algún lugar de Los Angeles comprando su tiquete para regresar a Japón. “Sayonara, LocoMen!” decía cuando nos despedíamos. Entre nosotros había una conexión amable, algo que siempre nos hizo sonreír al vernos. Aún no puedo creer que esté hablando en pasado, que ya no pueda exclamar “Hey, Kanaguchi!” al verlo. Es que ni siquiera podré verlo. Además, sé que nuestra amistad no era tan fuerte como para nunca perder contacto. Soy consciente de que aquí terminó todo con Kaoru y Yusuke. Qué horrible suena esa frase. Aquí terminó todo.

Habiendo intentado en vano hallar una idea contundente para terminar mi reflexión, lo único que puedo decir es… que tengan un buen viaje.

Estoy escuchando: el ruido de los computadores del ACC Computer Lab

Me siento: Meditabunda/Algo triste

If I Stand Alone in the Middle of the Snow and Nobody Sees Me

Hoy es el día número no-sé-cuánto de estar metida en este cuarto escribiendo ensayos que no me gustan. Estoy aburrida. Sí, estoy muy aburrida. No hallo la hora de que llegue el viernes para poder pensar en cosas bonitas y hacer algo nuevo, aunque a la gente nada le parezca nuevo y lo nuevo que yo haga no les interese en lo más mínimo. Exacto. Quisiera que a la gente le interesara lo que yo hago. O mirándolo mejor de otro modo, quisiera interesarle a la gente que me interesa. Estoy siendo muy redundante con lo que digo, pero en serio siento que tengo razón al decir que irse es morir un poco. Ya sólo quedan las memorias de mí, los ocasionales recuerdos de momentos vividos en el pasado. Soy el pasado. Ya estoy en el inframundo y mi llamado no se escucha.

Ojalá alguien se detuviera durante un solo instante a recordar que existo y preguntarse cómo estoy, en vez de exigirme que escriba y los mantenga al día como si yo fuera un periódico.

Estoy escuchando: los ruiditos del msn y las voces del pasillo

Me siento: En una montaña rusa mental: subo, a punto de explotar, y bajo, en un mar de tranquila

森のくまさん (Mori no Kuma-San)

El cielo les dio un ultimátum a los árboles, y ya que no efectuaron el otoñal cambio de color en sus hojas bajo el plazo previamente dado, debieron deshacerse de ellas tan pronto como les fuera posible así siguieran verdes. El resultado es una mañana de zafiro translúcido que respira una incesante lluvia de hojas de todos los colores. El día en sí parece sonreír, y uno se siente tentado a pensar que afuera el sol acaricia las mejillas de los caminantes, pero la realidad es que el frío corta la piel y solidifica la otrora tibia sangre. Sin embargo, todo es felicidad para este día surrealista con su chubasco de hojas. Quiero salir a correr por entre los sólidos y mullidos charcos de esmeralda, ámbar, coral y rubí, recibir en la cara las corrientes del ártico que quieren adelantar el invierno, gritarle a todo el mundo “お早う!” (ohayou! ¡buenos días!) con una gran sonrisa, olvidar que esto es Iowa y pensar que aquí es aquí sin importar dónde.

Supongo que, en medio de su eterno sufrimiento, el diablo también les da recreo a los condenados y se divierte viéndolos jugar un rato.

Estoy escuchando: It’s Still Rock and Roll to Me, de Billy Joel

Me siento: Casi en el cielo

愛の歌

… y escuché palabras que no entendía; pero vi sus ojos, sus manos volando sobre su corazón, y comprendí lo que quería decir. Aprendí a dibujar una palabra que más tarde me dolería, porque lo único que él me pedía era un trozo de los tantos años que componen mi vida, y yo no podía ofrecerle ese regalo por más que sintiera afecto por esas cejas de pinceladas gruesas y esa cascada de cabello de medianoche. Aún me acechan los recuerdos de la noche iluminada por el bombardeo proveniente del mismísimo cielo, las minúsculas bombas líquidas cayendo sobre mi capota, la penetrante mirada de ojos rasgados, sonriente y devastada… y yo huyendo de este estallido corriendo al refugio temporal de mi cuarto. Cada trueno es un latigazo que me recuerda que debo tomar una decisión respecto de este verde pueblo olvidado, pero pensando solamente en mí y en nadie más, como sabiamente lo dijera él.

Entonces oigo un eco proveniente de la tierra que sintió crecer mis raíces, es el clamor de alguien que se había negado siempre a soltar mi mano, y que cuando de repente sintió que cada vez tenía menos carne y huesos en su poder pensó que al mismo tiempo tenía menos alma. Se resignó con rabia, ocultó el deseo de volver a ver la luz de un día normal a mi lado tras una máscara de indiferencia convertida en furia. Y la tormenta de sus propios pensamientos lo volvió un ser incrédulo. O tal vez sí creía, pero yo ya no entendía… por el momento no entendería; yo ahora estaría dedicada a desenredar mis propios hilos. En el fondo sólo quiero oír ese clamor lejano y volver a sostener mi mano entre la suya, pero abro los ojos y de nuevo encuentro las cejas de pinceladas gruesas, los ojos rasgados…

Estoy escuchando: Twilight, de Vanessa Carlton

Me siento: Confundida/Desesperada