Canales y bajantes

Me encanta escuchar la lluvia de noche. Me hace pensar en muchas, muchas cosas, y cuando voy a dormir y escucho en el fondo de la atmósfera su arrullo, siento que no debería cerrar los ojos sino concentrarme mucho y descubrir cada uno de los instrumentos que percuten las gotas para crear tan maravilloso espectáculo sonoro: el dulce repiqueteo de las canales y bajantes, la caricia de las hojas, el estruendo de las ventanas. Lo más delicioso de la lluvia nocturna es que siempre se está refugiado de ella cuando cae. Uno logra imaginar el casi mortífero frío que reina afuera mientras un par de cobijas mantiene los 36°C del cuerpo, y la sensación ficticia de helaje aumenta el placer de estar tibio.

Si se me diera a escoger un buen escenario para una noche de pasión diría que quisiera una habitación tibia en una noche lluviosa. No es que lo haya experimentado, pero a juzgar por mi opinión respecto de aquel sonido supongo que debe ser algo sumamente agradable, o más que agradable, sensual. Por cierto, ahora que lo pienso, la habitación no debe aislar demasiado el ruido externo porque perdería su esencia, y además debe tener cerca canales y bajantes en la fachada. Éstas últimas producen un efecto parecido al que da un steeldrum en un calypso caribeño: dulce, melodioso, levemente desafinado. El metal del que están hechas es perfecto para completar la elaborada sinfonía de las tormentas bogotanas.

Es curioso, pienso que debo quedarme despierta cada vez que cae la lluvia de noche, pero el sonido que produce es tan hipnótico… que caigo profundamente dormida mucho antes de lo previsto.

Estoy escuchando: la intermintente lluvia nocturna

Me siento: Arrullada

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