Es increíble lo dichoso que puede sentirse uno en un momento dado. Dido tiene razón en su canción Thank You cuando dice “just to be with you is having the best day of my life”. Mi vida está pasando por etapas increíbles, cambios que si bien no son notorios, para mí son radicales. Encuentro un brillo escondido a la amistad, un gusto dulce y especiado al amor, un enceguecedor azul al cielo. ¿Que si soy feliz? Siempre lo he sido, sólo que esta vez lo siento de una nueva manera que no puede pasar desapercibida.
Ahora, on to another subject: Los sueños. Los sueños son como moscardones verdes irisados, de esos que aparecen de la nada y nos rondan durante largo tiempo, haciendo mucho ruido, desconcentrándonos, barriendo el aire con sus alitas venosas. Por más de que nos perturben e impidan que durmamos tranquilamente, no somos capaces de deshacernos de ellos precisamente porque su vuelo trae algo de la vaga esperanza de que aterricen y se conviertan en realidades. Sin embargo, a veces comienzan a volar más y más rápido, tornándose menos accequibles y más molestos. Es entonces cuando aparecen ciertos necesarios momentos de la vida en los que, después de meditar mucho al son del revolotear de los sueños, se decide matarlos. La decisión duele, claro que duele, toma tiempo, se evalúa y se reevalúa, se le dan plazos, pero hay que ser decididos. Se toma el matamoscas de la ineludible realidad y ¡Platch! Lo único que queda del sueño es un charquito de materia pegajosa. El silencio de la sosegada realidad es el consuelo para la pérdida de algo tan fastidioso como preciado. No obstante, si al lado del cadáver se instala un recién aterrizado sueño realizado, la felicidad es tal que no cabemos en nosotros mismos, y una sonrisa se esboza en nuestros labios mientras pasamos un trapo húmedo sobre el piso manchado.
Estoy escuchando: …On the Radio, de Nelly Furtado
Me siento: Supremamente feliz/A la expectativa