Laringofaringitis y blefaroconjuntivitis

Hoy fue mi primer día de libertad después de la cuarentena a la que estuve sometida. Coincidió con una cata de tés y postres japoneses, así que fue una buena forma de celebrar mi retorno a la sociedad y el aire fresco.

Las últimas dos semanas las pasé encerrada en el apartamento. Antes de eso había estado en Medellín, donde repentinamente empecé a sentirme mal. Por un lado, sentí que el aire acondicionado del hotel me estaba haciendo daño; por el otro, una tarde me tomé una bebida achocolatada ultradulce en un café bonito que revolvió el estómago y me dejó temblando. La última noche antes del regreso dormí muy mal, y al otro día me sentí incapaz de desayunar. Tuve apenas fuerzas para volver a Bogotá y meterme entre las cobijas en la casa vieja. Pronto arranqué para el apartamento; seguramente aquí dormiría mejor.

Esperé y esperé el fin de esta gripa, este impase, esta virosis cualquiera, pero al cabo de un par de días amanecí sin voz. La doctora que vino a examinarme me diagnosticó laringofaringitis. Usé los jirones de garganta que me quedaban para conversar con Cavorite antes de dormir. En algún momento me restregué un ojo, feliz de que él no alcanzara a ver el acto para regañarme. De una vez les digo la moraleja de esta historia: nunca se toquen los ojos, pero si tienen gripa, no se les ocurra hacerlo ni por error.

Al otro día tuve dificultad para abrir los ojos. Otra vez tocó llamar al médico domiciliario. El diagnóstico: conjuntivitis. El doctor me mandó unas gotas y reposo ocular. Nada de libros ni computadores ni celular ni televisión. El apartamento a oscuras. Fue un día aburrido pero beneficioso. Sin embargo, la mejoría fue engañosa, o tal vez yo no me cuidé como debía (me inclino a pensar que fue lo segundo). Me volqué a trabajar nuevamente apenas creí que pude para compensar el tiempo perdido en el reposo forzado. Me sentía la persona más responsable del mundo. Ni siquiera podía ver bien. El resultado: al día siguiente amanecí con los ojos clausurados. Empecé a parecerme a esas vírgenes milagrosas que lloran sangre pero llorando pus. Y lloraba y lloraba y lloraba. Tocó salir corriendo en busca del primer oftalmólogo disponible.

—Es el peor caso de conjuntivitis que haya visto en muchos años—, declaró el doctor.

Algunos casos de conjuntivitis incluyen la aparición de pseudomembranas al interior de los párpados, que hay que retirar. Adivinen a quién le tocó en suerte ese destino. El médico no me dejó irme sin antes ponerme anestesia y retirar los cuerpos extraños. Esperaba temblar al ver unas pinzas acercarse directo a mis ojos, yo que soy incapaz de participar en juegos que involucren pelotas que vuelen en mi dirección. Sin embargo, la promesa de detener la cascada verde que bajaba por mis mejillas era suficiente para borrar cualquier posible aversión. Además, el año pasado me habían operado de otra cosa sobrante ocular y yo había declarado la experiencia “interesante”, así que había que mantener esa actitud, o al menos fingirla.

Al salir del procedimiento el doctor me mandó a retomar el encierro en el apartamento por varios días más. Si me llegaba a exponer a los elementos corría el riesgo de anular cualquier posible progreso y volver al estado del que desesperadamente quería escapar. Por otro lado, no era recomendable que yo estuviera en sitios concurridos porque lo mío era un asunto altamente contagioso. “No te doy la mano”, dijo el doctor al despedirse. Con justa razón. Salí con la sensación de constituir un peligro para la sociedad.

Mi hermana dice que recuerda que mi recuperación de la cirugía el año pasado fue sorprendentemente rápida. Tal parece que ocurrió lo mismo esta vez. Empecé tratamiento con unas gotas mucho más fuertes que las que me habían recetado antes y pronto desapareció toda la porquería que tenía entre los párpados. Mis ojos no serán buenos para enfocar, pero sí que son resilientes. Sin embargo, he de decir que, sumando las dolencias que se sucedieron una tras otra sin tregua, esta ha sido una de mis convalecencias más largas. Por si ya lo olvidaron, les repito: nunca se toquen los ojos, y menos si tienen gripa.

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