De Chapinero a Penang

Esta mañana soñé que estaba caminando por Chapinero, sobre la carrera 13. Estaba hablando por celular con mi amigo Changhee, pero sonaba entrecortado y no podía entender lo que decía. De repente, en una esquina, encontraba un almacén que nunca antes había visto: una tienda china. El letrero de entrada incluía el nombre Penang.

Yo entendía entonces que no podía escuchar a Changhee porque ya no estaba en Bogotá sino en Penang, Malasia. También entendía, casi inmediatamente después, que esto era un sueño. Doblaba una esquina y me ponía a recorrer una calle empinada, maravillada de lo que veía y preguntándome cómo hacía mi cerebro para poner tantos detalles en un sitio que yo no había visitado jamás en la vida real. ¿De dónde salían estas paredes coloridas, estos avisos, estas puertas? Llegaba a un punto donde el barrio dejaba de ser bonito y me devolvía. Al darme la vuelta, la calle, donde hasta entonces me encontraba sola, ahora aparecía llena de turistas, y de pronto me veía acompañada de una amiga, mi guía local. Nunca le veía la cara ni me enteraba de su nombre. Se suponía que todo eso yo ya lo sabía. Ella me contaba que en las casas de aquella calle había viejos sabios que predecían el futuro. Las rejas estaban abiertas y en los antejardines había carpas donde vendían comida y souvenirs. Aparecía entonces Cavorite, como si todo este tiempo hubiera estado conmigo. Entrábamos a un antejardín al azar y él se animaba a pedirle un vaticinio a uno de los ancianos, así que se excusaba un momento y desaparecía. Yo, contemplando unos bizcochos como de pistacho sobre una mesa bajo una carpa anaranjada, seguía siendo consciente de que esto era un sueño y guardaba la esperanza de no despertar antes de que Cavorite volviera con su destino revelado. Me sentía como si me tocara tratar con cuidado el mundo alrededor para que no se rompiera.

Mientras tanto, en el mundo real, mi papá puso YouTube en el televisor y le subió el volumen a Ravel.

El Bolero se filtró en el antejardín malayo y me devolvió a mi cama en Bogotá. Desperté de mal genio: me había quedado sin saber qué le deparaba el futuro a Cavorite según un viejo adivino en una calle turística de Penang.

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