Tiene bigoticos como el gato del emoji

Ayer en la mañana, mientras Cavorite me miraba la cara de cerca, descubrió unos pelitos a los lados de mi boca. Cuando lo mencionó —con las palabras que dan título a este post— tuve una doble reacción interna: por un lado, me sentí desafiante porque así soy yo y tarde o temprano tenía que saberlo; por el otro, tuve el terror inculcado de haber sido descubierta en mi secreta realidad de persona horrible. Le conté, después de aclarar que no tengo por qué explicar nada sobre mi apariencia, que llevo ya un buen tiempo en tratamiento de depilación IPL pero esos pelitos nada que desaparecen. Al menos los del mentón sí, y esos sí que eran largos y gruesos y cuando descubría uno no podía dejar de tocarme la cara obstinadamente, intentando arrancarlo a ciegas con las uñas.

Desde que empecé el tratamiento he perdido la obsesión con los pelos de mi cuerpo. Antes andaba revisándome a cada nada en busca de algo que aniquilar, pero ahora es como que bah, en todo caso lo que pueda haber ahí está por desaparecer. Creo que más allá de los resultados visibles, el tratamiento de depilación me ha traído la libertad de no preocuparme nunca más por problemas que puede que aún no hayan sido resueltos. De ahí que ahora me dé lo mismo si hay o no pelitos en mi cara.

De todas maneras, no dejo de ser una mujer en la sociedad y la mirada del otro —el otro deseable, específicamente— activa una alarma que llevaba mucho tiempo adormecida. Y al mismo tiempo no, porque es natural y no me importa. Y al mismo tiempo sí, porque debería importarme. Y al mismo tiempo no, porque nos tenemos confianza. Al final termino pasándome la cuchilla —porque el tratamiento IPL me arrebató el maniático placer de usar las pinzas— y la vida sigue. Gana la sociedad, obviamente.

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