«Todas queremos ser talla S», dice una mujer en la televisión, muy feliz de volver al SXIX.
Intento descifrar la lógica de ese argumento mientras me sirvo arroz. La ropa viene en diferentes tallas y uno escoge la que le queda bien, o al menos eso creería yo. A veces una prenda no le queda bien a uno en ninguna talla y eso es normal. Frustrante, pero normal. Nadie le pregunta a uno qué talla es a no ser que lo esté ayudando a uno a comprar ropa. La talla de una prenda está en la marquilla al interior de dicha prenda, no en un letrero gigante para que todos lo vean, como ocurre muchas veces con la marca.
Ahora pasemos al asunto de cómo la faja solucionaría el problema de querer ser talla S. Por un lado, el tamaño de una prenda no se define exclusivamente por el grosor de la cintura. Hay gente como yo, por ejemplo, que si quisiera ser S tendría que serrarse los huesos y rebanarse el pecho. Por el otro, entre una marca y otra puede haber una importante diferencia de tamaños. Entonces, si uno realmente quiere ser talla S a como dé lugar, no es sino que compre toda su ropa en un sitio donde esa sea la talla que mejor le quede y ya.
En fin. No sé por qué alguien querría ponerse un corsé a estas horas de la vida, pero el mundo de las televentas no es exactamente el mejor sitio para ir a buscar sensatez.
Vale la pena añadir que el asunto de las tallas “estándar” es cosa reciente porque antes, cada quien se cosía su ropa y la hacía a su medida. Ahora que fabricamos a cascoporro es que la oferta se normalizó y se categorizó.