El Hombre Renacentista

El Hombre Renacentista tenía muchísimos intereses y montones de cosas que hacer y pensar. No se acepta gente así en el mundo de hoy; se supone que hay que especializarse y dedicarse con alma, vida y sombrero a una sola afición. Perseguir la pasión, le llaman. Supongo que esto se debe a que con tanto trabajo y movimiento ya no queda tiempo para ser bueno en más de un ámbito.

Además de no tener que ir a la oficina, el Hombre Renacentista contaba con una ventaja crucial para la consecución de la polimatía: no tenía Twitter, Facebook, Whatsapp e Instagram avisándole todo el tiempo que había algo nuevo para ver YA. El Hombre Renacentista no tenía la posibilidad de caer en el hechizo de querer averiguar cómo este Hombre Renacentista nunca había pintado un cuadro en su vida, lo que logró te dejará sin aliento o las 78 cosas que todo Hombre Renacentista seguramente ha sentido mientras diseña máquinas imposibles (¡en gifs!). Lo que hacía era lo que había, y ya.

Tal vez yo podría ser como el Hombre Renacentista. Me dedicaría a leer y dibujar y escribir y tocar el ukulele —un instrumento muy poco renacentista— sin preocuparme mucho por demostrar que solo una de esas actividades es mi pasión. No sé por qué me molesta tanto el concepto de pasión de hoy en día. Tal vez es porque poner en una hoja de vida que “escribir publirreportajes es mi pasión” es una ofensa a las ideas que realmente dejan sin sueño más de un desdichado. Y yo, que no tengo ideas y tampoco sé bien cómo funciona el mundo, solo tengo entendido que no puedo dejar de lado ninguna de mis aficiones y que tal vez eso deba seguir siendo así, aún si ello conlleva el no convertirme jamás en alguien realmente bueno en algo. Por lo pronto, algo que puedo hacer es dejar de distraerme tanto con tantas estupideces. Saber que lo que hago es lo que hay, y ya.

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