Inner Peace

Mi nuevo trabajo —que ya no es tan nuevo, ahora que lo pienso— exige que yo lea insultos todo el tiempo. Los insultos no van dirigidos a mí pero es mi responsabilidad recibirlos. A veces termino disgustada porque la gente se queja por pequeñeces o siempre hace el mismo chiste malo o encuentra maneras cada vez más creativas y asquerosas de morbosear al personaje cuyas redes sociales administro. Así pues, consciente de que mi vida actual requiere una dosis enorme de paciencia, he decidido reducir al mínimo las fuentes del mal genio. Esto en principio no es demasiado difícil en un ambiente de trabajo tan divertido como el que me ha tocado en suerte, pero de todas maneras hay que hacer lo posible por conservar la paz interior para no terminar deseando que tres cuartos de la población tuitera se electrocuten con el mouse por trinar tantas idioteces.

Así pues, estoy intentando adoptar una estrategia de optimización de la calma. Se trata de algo sencillo, de pequeños cambios efectivos —aprendí en un trabajillo extra que es más factible obtener respuestas positivas cuando se trata de cambios pequeños acumulativos—. Por ejemplo, ¿sí han visto a las personas que abandonan Twitter del todo porque les produce estrés innecesario? Bueno, mi propuesta es mucho menos drástica —en parte porque necesito mantener una cuenta personal activa para no enloquecer con la del trabajo—: dejar de seguir gente y ya. Una ventaja que tiene Twitter sobre la vida real es que uno no tiene que verle la cara de bofe a toda esa gente que escribe como si siempre tuviera cara de bofe. ¡Y se pueden eliminar del día a día! Es así de fácil.

Otro aspecto del plan ha consistido en retornar a las fuentes básicas de felicidad y satisfacción: comer bien, buscar espacios para compartir con gente agradable, practicar música todos los días. El ukulele es esencial. Hasta ahora el plan ha funcionado a las mil maravillas (salvo al momento de abordar un Transmilenio lleno como frasco de encurtidos). Sin embargo, las inquietudes silenciosas aún quedan guardadas al fondo como la amenaza invisible del coral filoso al fondo del mar. Sorteo las olas pero apenas pongo pie en tierra me hieren las preguntas. ¿Hasta cuándo seguiré dilatando la espera? ¿Cuándo me tiraré finalmente al abismo y haré algo de verdad? Toda la vida he sabido lo que quiero y, sin embargo, he preferido que el miedo me relegue a una nada rutinaria para conseguir que los días pasen como páginas de un libro sopladas por el viento. De prisa y sin que nadie las lea.

Ahí va entonces otro ítem para la lista de pequeños cambios necesarios, solo que abandonar el temor sería un cambio inmenso. Acobardada sigo vadeando, preocupada por la violencia de la superficie del mar para no pensar en las corrientes profundas. Mientras me mantenga congelada en esta orilla —¡la cómoda seguridad de la inutilidad!—, seguiré lejos de encontrar la paz interior.

10 Responses to “Inner Peace”


  • Miss Kite: Creo yo que la paz interior solo llegará cuando te des cuenta, finalmente, que lo que hace especial a la gente no es su inteligencia.

    • Pero este problema no tiene que ver con eso. Se trata de mi acción/inacción. Las otras personas están bien, por ahora.

  • ¿Te queda muy complicado ir en bicicleta al trabajo? No diré que es corta, pero creo que la distancia que debes cubrir es razonable.

    • No lo hago porque mi mamá colapsa del susto.

      • Mmm, si ella no colapsó después de que te fueras al otro lado del mundo y estuvieras sola en el terremoto de principio de año, debería ser más fácil asumir este nuevo «riesgo», ¿no?

        (sólo divagando, yo aquí…)

        • Es que en el otro lado del mundo no lo bajan a uno de las bicis ni están plagadas de salvajes conductores de bus las vías.

  • La busqueda de la felicidad…
    Por el momento me encuentro en mi oficina, con vista a la ciudad, con traje de saco y zapatos de tacón… con reuniones con la gente “bien” de aqui, con un equipo de trabajo joven y dinámico y con un difuso sentido de que lo que hacemos es para el desarrollo del país.

    también con un miedo espantoso de abrazar a MI felicidad y quitarme los zapatos de tacón que me apretan y duelen.

    por fin entiendo esa frase que leí en algún lado, que es mas dificil ser feliz que permanecer en la tristeza.. por algo que tiene que ver con la valentía que esa felicidad requiere. algo asi.

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