Ocho de abril

Vida social. Ooooh. Hay que salir, hay que llamar a avisar que voy tarde, hay que recordar que esta es una ciudad y uno se demora un montón de tiempo para llegar a cualquier parte. En una semana en Bogotá he tenido más encuentros con personas que en tres meses o más en Tsukuba.

Asai Sensei lleva un buen rato esperándome. Gracias a su existencia no tengo que preocuparme demasiado por el destino del japonés que aprendí. Él, que se la pasa solo —y yo soy especialista en soledad— habla y habla y se desahoga. Yo, que necesito practicar, escucho y entiendo y respondo y me dejo corregir hasta que la cabeza se me recalienta y se me empiezan a borrar las consonantes.

¡Y ahí no termina! ¡Después de eso tengo otra cita! ¡Tengo que llamar a otra persona y decirle que ya voy para su casa! ¡Y esa persona a su vez llama a oootra persona y llegan dos personas y vamos a un restaurante y allá llega una más! ¿¡Ah!? Y no es de esa gente que me invitaba por pesar o para tener la fiesta más concurrida de todas o porque tocaba por ser la amiga de alguien popular o porque se necesitaba más mano de obra para poner adornos navideños. No; esta vez es gente amena y asumo que no les parezco demasiado fome. Ja. Fíjense. La nueva vida de la gran paria de Tsukuba.

Llego a mi casa tarde (¡carambola!) y todos (más de dos) nos acordamos de lo mismo. Medibot.

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