Cuatro de abril, 1

No puedo dormir. Tuve ese sueño horrible del que hablé antes y hasta ahí llegué. Son las seis de la tarde allá. Mi estómago gruñe. Contrario a la gripa tailandesa, esta es una que me hace dar ganas de comer y comer y comer. No obstante, me detuve después de la sopa de menudencias. Si estuviera allá no tendría ningún reparo en pararme a la nevera y servirme cereal o arroz con queso parmesano, poner música y resignarme a que amanecerá. Pero acá es diferente. Comer a esta hora no tiene mucho sentido, todo está oscuro y frío y para ir a la cocina toca atravesar la habitación, abrir la puerta, bajar las escaleras, bordear parte de la sala-comedor, empujar la puerta de vaivén de la cocina y buscar. Es una casa muy grande esta, y eso que es chiquita.

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