Síndrome de abstinencia

Leer el timeline de alguien en Twitter no significa que uno esté pendiente de esa persona. Si acaso uno está morbosamente al tanto, pero es como quien espera el desarrollo de una historia en la franjita roja de abajo en el canal de noticias. Y ni siquiera es una historia interesante. “Qué día tan desastroso”. “Solo la música salvará mi corazón roto”. “Paso la noche en vela y aún soy incapaz de hacer la tarea”. Entre más sufra uno en público, mejor. Estoy casi segura de que lo que realmente nos agobia no está consignado en paquetes de 140 caracteres a no ser que al otro lado de la línea haya alguien que capte el indirectazo. Pero de esto ya he hablado.

Ayer decidí alejarme todavía más de Twitter. Ya ni siquiera es pensarlo dos veces antes de escribir. Es no usarlo, de ser posible. No me refiero a cerrar la cuenta y que aparezca “this page doesn’t exist!” en vez de mi cara y mis ingeniosas frases (jaja, sí, claro) porque nunca he sido así de radical. Pero si yo suelo ser la primera en rechazar invitaciones a fiestas, ¿por qué querría quedarme en esta que sigue y sigue y sigue? Ni siquiera dan pasabocas. Y luego va uno y se da cuenta de que con algunas personas fuera de Twitter el tema de conversación es Twitter. Oh, un nuevo insultador ha nacido. ¿Me importa? Claro que no. Así que dije “ça suffit!” y adiós.

***

Consciente de que aún no puedo ganarme mi chip de “1 day sober” me levanto de la silla y les cuento cómo fue mi día sin Twitter. O más bien, llenaré este rectángulo grande con todo lo que no puse en el rectángulo pequeño que estoy tratando de dejar:

Las primeras horas de alejamiento pasaron apaciblemente entre el avance lento mas no doloroso de lo importante y una foto que me tomé con un wok nuevo que me compré como incentivo para mi exitoso programa de mejora de la calidad de mi alimentación (recuerden: la versión oficial es que no sé cocinar, así que shh). Tuve el impulso de contarle al mundo la gran noticia, pero en cambio se la conté a Cavorite. Bien. Quise hablar también de las curiosidades lingüísticas de la hiperqueratosis plantar, pero el tema ya había sido cubierto durante mi desayuno al aire libre con Yurika (un sándwich de lechuga, tomate y queso emmental tamaño achira + un pan dulce tamaño achira + un tinto = ¥810), así que le envié un mensaje de seguimiento al celular. Fue la primera vez que le escribí un mensaje a una japonesa para hablar de cualquier bobada. Sí, después de tanto tiempo. Sí, estando a punto de abandonar el país. Muy triste pero muy bien.

No obstante la sensación de poder sobre el tiempo y la información a lo largo del día sin aquella pestaña abierta en el navegador, me invadía con cierta frecuencia la sensación de estar perdiéndome de algo. Finalmente volví a usarlo hoy, supongo que extrañando la engañosa sensación de intercambio con otros seres humanos. No aprendí mayor cosa, como era de esperarse: un equipo de fútbol le ganó a otro, me parece que por goleada. A la gente le sigue gustando la música, pero nunca llegué a recordar qué bandas. Alguien borró su cuenta de Twitter y abrió otra, quién sabe por qué. Hay un programa nuevo sobre zombis (¿es que no hay más tema?). Hubo un temblor más o menos fuerte. Ah, eso me pasó fue a mí.

Después de un par de horas con la ventana abierta volví a ponerme a pensar. Me acordé de mi amiga Seele en Berlín. Hace rato no hablo con ella. Parte de mi cabeza intentó consolarme por la ingratitud: “bueno, pero la has estado siguiendo en Twitter”. ¡Y qué! El hecho de que yo descuidadamente me entere de sus aventuras con el tren y la nieve no me hace mejor persona, no afianza nuestros vínculos, no es prueba de nada. No es que uno tenga que pasársela hablando todo el tiempo para ser un buen amigo, pero nos engañamos si pensamos que a punta de titulares tenemos las relaciones bajo control. Yo no sé nada de ustedes y ustedes no saben gran cosa sobre mí. Y seguramente así se va a quedar, porque ni ustedes ni yo estamos tan interesados en ahondar en las grandes noticias que son el frío y la rabia.

Así que heme aquí, hablando como perdida recién aparecida, tratando de arreglar el daño que me ocasioné dejándole a Twitter el manejo de mis relaciones personales y mi monólogo interior. Como primera medida enviaré postales a los que quieran (a no ser que por ahí veinte personas o más digan yo-yo-yo, pero eso es imposible). No sé de qué vaya a servir, pero seguro es más significativo que favoritear tweets que cinco minutos después pasarán al olvido.

[ Wormhole — Wendy Carlos ]

6 Responses to “Síndrome de abstinencia”


  • >Una de las primeras noches que usé Twitter descubrí un usuario que te decía cuándo iban a verse brillos de satélite en el cielo de tu ciudad. Los tweets eran del estilo: "A las 22:15, a tal altura, en tal dirección y de tal magnitud." Esa misma noche subí a la azotea y miré hacia donde uno de esos tweets me indicaba. De repente apareció esa luz, como una tenue estrella fugaz avanzando lenta por un trozo de cielo.Muchas otras noches he pensado si acaso en internet nosotros somos esos satélites, reflejando en cajitas de texto la luz de alguna estrella perdida. Sin saber si sirve para algo, ni si alguien estará mirando.Y aun así…

  • >Varias veces he comenzado a escribir mi comentario y lo he borrado. Aquí y en Twitter, porque también te sigo allá. La última vez que lo hice fue en tu post anterior sobre Twitter precisamente. Aquella vez quería platicarte algo curiosísimo:Una vez mencionaste algo sobre un amigo veterinario que le abría agujeros a las vacas para revisar su digestión. Un día antes, yo había estado hablando exactamente de lo mismo con una amiga (vivo en México). Ni ella ni yo somos veterinarias, somos historiadoras, así que no tengo idea de cómo salió el tema. A partir de ese día me puse a pensar en las coincidencias, las conexiones, mis relaciones y la forma en que uso mi blog, el twitter, el tumblr y el facebook. Ah, y flickr claro. También en por qué "seguimos" a una u otra persona, en por qué no nos hacemos visibles y estamos ahí detrás acosándonos uno a otro. Y es que en realidad no es tanto un acoso, sino que a veces encontramos personas que por alguna razón provocan eco en nosotras mismas.Creo que eso está bien. Creo que es lo más lindo de estas herramientas, pero también entiendo que a veces no las sabemos usar o no comprendemos bien el impacto que puedan tener. A pesar de que no te conozco y hasta donde tus palabras me dejan llegar, sé que muchas de las cosas que te preocupan a ti también me preocupan a mí; que algunas de las cosas que tú disfrutas, yo también las disfruto. Todo eso me parece increíble en el sentido más amplio de la palabra; irreal a veces y siempre emocionante. Y bueno… todo esto para hacerte saber, o más bien recordarte, que tus palabras tienen eco.P.D. Tengo experiencia mandando postales a China, así que si quieres te puedo enviar alguna con imágenes pintorescas de México, je je (o bueno, de lo que quieras)marialaura

  • >Yo creo que el facebook de por sí es agobiante. Porque si como dices en Twitter la gente sufre por atención en FB parece que tocara llevar una vida perfecta. Se trata de presumir todo. Mi morbo con facebook es seguir la vida de las gimnastas rusas, con sus fotos boletas, cambios de "en una relación con fulano" a una relación con Zutano… Las fotos de los donde fulana sale con fulano en el fondo mientras los de adelante sonríen. Casi que ya ni me fijo en la gente que verdaderamente conozco, los ciento y pico dizque amigos…

  • >mencanta mencanta mencanta.no pare de escribir nunca, olaviakite.(luciamaria)

  • >Podrías darnos una dirección a donde podamos enviarte postales? Gracias de antemano.

  • >No me esperaba tantos comentarios tan interesantes. Me hacen cuestionarme mucho lo radical de mi decisión y mi propia opinión sobre Twitter en general. No sé ni por dónde empezar a contestar. Tienen tanta razón y lo dicen de manera tan bonita. (Qué cursi ando hoy, sabrán perdonar.)No considero prudente ni poner mi dirección física ni pedirles que pongan sus direcciones de correo en este espacio tan atractivo para los cazadores de spam. Aquí sale mi dirección de correo. Escríbanme y les digo adónde mandarme lo que quieran. ¡Qué emocionante!

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