Barbara Ann

Cuando estaba en cuarto de primaria, la profesora de danza nos puso un día a hacer grupos por filas (teníamos puestos fijos en el salón) y hacer una coreografía. La selección de tema musical en mi grupo se dio sin discusiones: una de las Natalias del curso llegó de la nada con una canción y de inmediato a todas nos pareció perfecta para nuestro baile. No hubo mayor curiosidad por parte del grupo sobre los intérpretes o siquiera el título. Nos gustó, la bailamos, nos fue bien. Sin saberlo, esa había sido mi primera exposición a los Beach Boys. Pasarían muchos años antes de llegar a conocerlos un poco más a profundidad, cuando me obsesioné con Pet Sounds durante los últimos años de mi vida en Japón.

Creo que tiendo a darle poco crédito a la capacidad de los niños de desarrollar gustos alejados de las modas de su época, pese a que yo misma me hice fan irredenta de los Beatles el mismo año que hicimos la coreografía. Aún me sorprende pensar que una niña de diez años pudiera introducir un tema de 1965 a un grupo de coetáneas noventeras (que no eran necesariamente sus amigas) y este fuera acogido de forma unánime. Sin embargo, este asombro es completamente carente de sentido si tengo en cuenta que el año anterior yo tenía con quién hablar de Jesus Christ Superstar en la fila del almuerzo. La verdad es que en primaria yo estaba rodeada de gente fascinante, y solo con los años me he venido a percatar de ello.

Por si de algo sirve, si es que acaso busco un atisbo de “normalidad” en mi vida preadolescente: para la siguiente iteración del proyecto decidimos bailar el último hit de Mariah Carey, “All I Want for Christmas Is You”. Una vez más, todas aprobamos con entusiasmo la selección musical.

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