Es de madrugada y quién sabe por qué razón ya no estoy durmiendo. Me rodea una caja negra con una abertura rectangular azul. El rectángulo tiene en medio un manchón luminoso. Interrumpo el sueño de un par de ojos menos defectuosos que los míos. Él dice que nunca había visto la luna a través de esa ventana. Me pongo las gafas. La mancha se convierte en un semicírculo levemente difuminado entre la bruma. Una rama seca atraviesa el satélite y lo hace ver como hielo resquebrajado. Es una vista realmente hermosa —qué suerte tengo de contar con un par de vidrios para descifrar borrones—. La contemplamos un rato y nos volvemos a acomodar en la cama. Despertaremos de nuevo cuando haya desaparecido.
Sabías que para escribir mi tesis tengo dos juegos de palitos de sushi a cada lado del computador? Unos son blancos con punticos negros y los otros son negros con motitas blancas. Son de cerámica. Unos son de Carlos y los otros son los míos. No sabemos nunca cual escoger cada uno cuando encontramos sushi en Claremont.
¿Y por qué tienes esos palitos a cada lado del computador? ¿Qué función cumplen cuando no los usas para comer sushi?
Yo mezclaría los pares (un palito blanco con uno negro) para no tener que decidir más cuál usar.
Cuando vuelvas deberíamos ir todos (Carlos, tú, yo) a comer sushi. 🙂